Revista Electrónica de Investigación Educativa


Vol. 5, Núm. 1, 2003

El sentido de la pedagogía crítica en la era de la
globalización después del 11 de septiembre de 2001.
Entrevista con Peter McLaren (versión actualizada).
1

Lucía Coral Aguirre Muñoz
laguirre@uabc.mx

Instituto de Investigación y Desarrollo Educativo
Universidad Autónoma de Baja California

Km. 103 Carretera Tijuana-Ensenada
Ensenada, Baja California, México

 

Resumen

Frente a las teorías posmodernas que argumentan el fin de la clase trabajadora, Peter McLaren analiza la globalización del capitalismo como una forma de imperialismo, con una perspectiva crítica que se fundamenta en la teoría marxista y en los conceptos de clase social y lucha de clases. Con motivo de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 describe la política exterior de los Estados Unidos y sus efectos en el ámbito internacional. Además, defiende la figura heroica del Che Guevara frente a las acusaciones de algunos críticos estadounidenses que lo comparan con Bin Laden. Para la educación, las conclusiones de este análisis esclarecen el rol de la Pedagogía Crítica, cuyo papel es contribuir a la creación de una sociedad equitativa sostenida por los valores socialistas de cooperación y solidaridad.

Palabras clave: Globalización, clase social, pedagogía crítica.

 

Peter McLaren inició su carrera como educador en Toronto, Canadá, su ciudad natal, enseñando en una escuela del interior, en una de las zonas más densamente pobladas de su país. McLaren terminó su doctorado en The Ontario Institute for Studies in Education, de la Universidad de Toronto en 1983. En 1985, McLaren participó con Henry Giroux en la creación del Centro de Estudios de Educación y Cultura, en la Universidad de Miami, en Ohio, en donde colaboró como director asociado y director. En ese período fue distinguido con el título de “Renowned Scholar in Residence”, School of Education and Allied Professions. El profesor McLaren es autor y editor de más de 35 libros, varios de ellos premiados, y cientos de artículos en una extensa gama temática: etnografía crítica, sociología de la educación, cultura popular, alfabetización crítica, teoría marxista y pedagogía crítica. Su trabajo ha sido traducido a 15 idiomas. En 1993 inició su trabajo en la Universidad de California, en donde participa como profesor en la Escuela de Graduados en Educación. Sus libros más recientes son: Schooling as a ritual performance (2000), Critical pedagogy and predatory culture (1995), Revolutionary Multiculturalism (1997) y Che Guevara, Paulo Freire, and the pedagogy of revolution (2000).


Lucía Aguirre Muñoz (LAM): Teóricos de la posmodernidad han argumentado que la clase trabajadora ha desaparecido hace tiempo en los Estados Unidos y que lo que enfrentan los Estados Unidos es una nueva economía de la información en una nueva era de globalización. ¿Qué puede usted decir a esto?

Peter McLaren (PM): Si los posmodernistas –aquellos bandidos a la moda de los salones de la burguesía y de las aulas de seminarios del English Department– quieren jactarse de la desaparición de la clase trabajadora en los Estados Unidos y celebrar la nueva cultura del estilo de vida del consumo, necesitan entonces reconocer que la así llamada desaparición de la clase trabajadora en los Estados Unidos está reapareciendo de nuevo en las líneas de montaje de China, Brasil, Indonesia, y por todas partes, donde existen muy pocos impedimentos a las organizaciones de lucro de Estados Unidos. Por supuesto, esta observación realmente confunde el asunto un tanto, porque existe una clase trabajadora en los Estados Unidos. Ésta no ha desaparecido pero se ha reconfigurado y resignificado un tanto. De vuelta a su pregunta sobre la globalización, pienso que la globalización puede ser mejor comprendida como una forma de imperialismo, una intensificación de las más viejas formas de imperialismo.

La globalización representa una fachada ideológica que camufla las numerosas y variadas operaciones del imperialismo. En efecto, el concepto de globalización ha reemplazado efectivamente el término imperialismo en el léxico de la élite gobernante, con el propósito de exagerar el carácter global del capitalismo como un poder totalmente acompasado e infatigable que, aparentemente, ningún estado-nación tiene los medios para resistir u oponerse. Por demás enreda el asunto de que el capitalismo ya no necesita por más tiempo la protección del estado-nación.

 

LAM: ¿Esta posición esconde el hecho de que el poder del estado trabaja principalmente en nombre de las corporaciones transnacionales?

PM: Si, así es. La tesis de la globalización sostiene, por demás, que dondequiera el poder del estado puede ser empleado en interés de las grandes corporaciones multinacionales, no debe ser utilizado en el interés de la clase trabajadora. Estoy usando el término imperialismo aquí siguiendo a Lenin, para referirme a la fusión del capital industrial vía carteles, gremios y conglomerados con el capital bancario, el resultado de la cual es el capital financiero. Estoy de acuerdo con William Robinson (2001-2002) de que el capital transnacional ha llegado a convertirse en hegemónico y que esas fracciones transnacionales han ganado ampliamente un poderoso predominio sobre los estados-nación en el mundo. El bloque global históricamente capitalista está intentando consolidar su pacto social, pero está dividido por contradicciones y fuerzas competitivas. No es la misma cosa que argumentar que el capitalismo global está flotando libremente. Aunque el capitalismo estaba anteriormente organizado en circuitos nacionales limitados geográficamente y hoy esos circuitos están menos anclados al estado-nación, esto no significa que los estados-nación son sitios irrelevantes para el capital expropiador, o sitios para la resistencia de la “capitalización” de la vida en el mundo entero. Estoy de acuerdo con la visión de Robinson (2001) de que la configuración social del espacio dentro de los circuitos transnacionalizados del capital no pueden ser concebidos por más tiempo solamente o principalmente en términos de estado-nación. Tenemos que pensar más en términos de lo que Robinson describe como una acumulación desigual denotada por la mayor parte del grupo social antes que como diferenciación por el territorio nacional. Los estados-nación y los sistemas de producción nacional ya no median las configuraciones locales, regionales y globales del espacio a la manera que la usaron antes de moverse hacia una transnacionalización de las fuerzas productivas.

 

LAM: Luego, ¿globalización no se refiere a la estandarización de las mercancías? ¿Se refiere a que un mismo modelo de ropa aparece en los centros comerciales de todo el mundo?

PM: Es mucho más que esto. Está ligado a la política del neoliberalismo, en el cual la violencia se impone por sí misma a través de una recomposición de la relación capital-trabajo. Tal recomposición conlleva a la subordinación de la reproducción social, a la reproducción del capital, la desregulación del mercado del trabajo y la transferencia del capital local destinado a los servicios sociales al capital financiero para la inversión global. Teresa Ebert (2001) ha hecho una lúcida e incisiva crítica “materialista” de dos aproximaciones a la globalización: lo que ella llama la globalización como argumento de transnacionalismo y la teoría política de la globalización. La representación anterior de la globalización se refiere a la emergencia supuesta de una nueva comunidad mundial, basada en un cosmopolitismo compartido y una cultura del consumo. Esta perspectiva comparte una orientación de la cultura y del estado. La orientación de la cultura enfatiza los intercambios simbólicos globales relacionados con valores, preferencias y gustos, antes que la desigualdad material y las relaciones de clase. Es esencialmente una forma de lógica cultural. El enfoque del estado explora la relación entre lo local y lo global y, en cuanto globalización, significa la reorganización y la desaparición del estado-nación. Las teorías políticas de la globalización generalmente argumentan el status de soberanía del estado-nación. Argumentan que los códigos legales locales, las monedas locales, los hábitos locales y las costumbres que permiten el crecimiento del capitalismo, ahora sirven de impedimentos al capital, de tal manera que ahora se están desarrollando nuevas instituciones transnacionales más apropiadas a la nueva fase del capitalismo. Ebert enfatiza correctamente la importancia de la producción y de la relevancia que la política de la globalización tiene realmente: La privatización continuada de los medios de producción, la creación de mercados en expansión para el capital y la creación de un mercado sin límites de un trabajo altamente calificado y muy barato, con miras a que los capitalistas mantengan su cuota competitiva de ganancia. En breve, este proceso se circunscribe por completo a la internacionalización de las relaciones capitalistas de explotación.

 

LAM: Pensándolo bien, este nuevo imperialismo en verdad no es nuevo del todo.

PM: Es correcto. Como Ramin Farahmandpur y yo hemos argumentado repetidamente es realmente una combinación de prácticas del viejo estilo militar y financieras, así como de intentos recientes de las naciones desarrolladas para imponer la ley del mercado a toda la humanidad. El nuevo orden mundial de la aristocracia global se ha implantado para expandir el libre mercado en el interés de ganancias rápidas (¡justamente pienso en Enron!), incrementar la producción global, elevar el nivel de las exportaciones en el sector manufacturero e intensificar la competencia entre las corporaciones transnacionales. Ya se han beneficiado, asimismo, del trabajo de medio-tiempo y ocasional, han reducido el contingente de empleo de tiempo completo y han acelerado la inmigración del Tercer Mundo y de países en desarrollo hacia las naciones industrializadas.

Estoy muy de acuerdo con la tesis de James Petras y Henry Veltmeyer (2001) aquí. El capital y las mercancías que se mueven a través de las fronteras nacionales siempre se centraron en estados nacionales específicos. Los resultados de la expansión del capital y las mercancías a través de las fronteras nacionales siempre han beneficiado a las clases de manera inequitativa; incluso cuando usted considera la presencia contemporánea de capitales transnacionales de los anteriores países coloniales que estuvieron vinculados en la exportación de capital. Petras y Veltmeyer dan los ejemplos aquí de China, Hong Kong, México, Chile, Corea del Sur, Taiwán y Arabia Saudita. Aunque el mundo está viendo más millonarios nuevos de países ex-coloniales y la expansión de nuevos centros de acumulación, las relaciones cualitativas de clase permanecen las mismas. La clase capitalista –la élite capitalista transnacional– se beneficia, mientras las clases trabajadoras continúan siendo explotadas con una brutalidad sin precedentes.

 

LAM: ¿Pudiera resumir un poco más sus observaciones recientes?

PM: Lo intentaré, pero creo que ellas fueron más valiosas en el examen en detalle que lo que puedo hacer aquí. Ellos mantienen la idea de que la globalización, como una participación de economías cuya interdependencia nacional conducirá a compartir beneficios, es ofuscante. Es más apropiado usar el concepto de imperialismo, que enfatiza la dominación y explotación por medio de los estados imperiales, las corporaciones multinacionales, los bancos de los estados menos desarrollados y las clases trabajadoras. La noción de imperialismo se ajusta mucho mejor a la realidad de la situación. Como Petras y Veltmeyer (2001) esclarecen, que son los dominados primeramente los del Tercer Mundo, quienes son los de áreas de salarios más bajos, exportadores de intereses y ganancias (no importadores), y que ellos son prisioneros de las instituciones financieras internacionales, dependen de mercados limitados en el extranjero y de productos de exportación. Existe una fuerte relación entre el crecimiento de los flujos internacionales de capital y el incremento de las desigualdades entre los estados y entre los salarios de los presidentes ejecutivos de las corporaciones (por sus siglas en inglés CEO´s) y los trabajadores.

 

LAM: Volvamos al concepto de clase social. ¿Pudiera usted, por favor, elaborar esto? ¿Cómo entiende usted el concepto de clase social y educación en lo que algunas personas llaman un mundo postmoderno, globalizado?

PM: Permítame intentar responder como mejor pueda hacerlo. Ken Moody (1997) señala que el número de trabajadores industriales en el sur global ha aumentado de 285 millones en 1980 a 407 millones en 1994. Las escalas de la clase trabajadora están creciendo, y en los países más industrializados como Brasil, Corea del Sur y Sudáfrica los afiliados a sindicatos están en aumento. Sin embargo, la composición de la clase trabajadora está cambiando. Hay más empleo temporal, informal, así como un desempleo creciente y todo esto junto está ocurriendo a una velocidad mucho más rápida que la creación de puestos de trabajo formales, permanentes.

Así que mayormente tenemos en la actual clase trabajadora un nuevo ejército de reserva de trabajo, como Marx lo indicó. Dada la creciente escala de desarrollo capitalista y la separación de los productores directos de los medios de producción, nunca ha habido un tiempo más importante para repensar la noción de clase social. La clase gobernante ha desviado la atención de la realidad de clase basada en la desigualdad dentro de la globalización del capitalismo, tomando ventaja de los conflictos intra y a través de la clase. Por supuesto, la situación en Argentina ha revelado justamente cuán seria ha llegado a ser la crisis del capitalismo global.

 

LAM: ¿Necesitamos recordar que no todas las clases en los estados-naciones se benefician de la globalización del capitalismo?

PM: Correcto. Son mayoritariamente las más grandes empresas las que prosperan. Creo que especialmente en esta coyuntura particular de la historia, es importante abordar la cuestión de la clase social desde una perspectiva marxista. Enfatizaría esto incluso más allá, considerando el hecho de que en las universidades en Gran Bretaña, los Estados Unidos y en cualquier lugar, una visión neo-weberiana de clase social, junto con su tendencia tecnicista a ligar la idea de clase social a la ocupación, aún predomina. Aquí me guío por la iniciativa de algunos de mis colegas británicos –Paula Allman (1999), Dave Hill y Mike Cole (2001) y Glenn Rikowski (2002), para ser específico– quienes han escrito en abundancia sobre esta materia. Ellos han criticado ampliamente las categorías convencionales neo-weberianas de clase social basadas no solamente en el ingreso, sino también en las nociones de status y patrones asociados de consumo y estilos de vida porque semejantes nociones ignoran, por supuesto esconden, la existencia de la clase capitalista –aquella que domina la sociedad económica y políticamente–. Esta clase posee los medios de producción y los medios de distribución y de intercambio, por ejemplo, ellos son los dueños de las fábricas, las compañías de transporte, la industria, las finanzas, los medios masivos de información.

En otras palabras, estos modelos basados en el consumo enmascaran la existencia de los capitalistas, incluidos los súper ricos y los súper poderosos: la clase gobernante. En adición a esto, las clasificaciones basadas en el consumo de clase social enmascaran la relación fundamentalmente antagónica entre las dos clases principales en la sociedad, la clase trabajadora, y la clase capitalista. Por supuesto, el análisis marxista está ligado al “antiamericanismo”. La Guerra Fría básicamente puso al marxismo fuera de la principal corriente de vida intelectual en Estados Unidos. Algunos académicos marxistas habitan las universidades, mas se encuentran bajo cercano escrutinio, especialmente después del 11 de septiembre. A pesar de esto, necesitamos analizar la clase empleando el método marxista. Es más... importante ahora que nunca, especialmente por la influencia del posmodernismo, en la izquierda de Estados Unidos.

 

LAM: ¿Cómo ve usted la clase social a través de un análisis marxista?

PM: Bien, permítame explicar más allá cuanto quiero significar por el concepto de clase. La clase social incluye no solamente a los trabajadores manuales sino también a millones de trabajadores de cuello blanco, tales como empleados de banco y cajeros de supermercados, cuyas condiciones de trabajo son similares a los trabajadores manuales. Hill y Cole (2001), Allman (2001), Rikowski (2000), Peter Mayo (1999) y otros marxistas han argumentado largamente que las concepciones neoweberianas y tecnicistas de “función” de clase para segmentar a la clase trabajadora, encubren la presencia real de clase trabajadora. Mediante la segmentación en diferentes grupos de trabajadores, por ejemplo, de cuello blanco y de cuello azul, trabajadores en cargos de dirección y trabajadores “desclasados”, se divide a la clase trabajadora contra sí misma, esta es la táctica conocida de “divide y gobierna”.

Mediante la creación de subdivisiones de la clase trabajadora en fracciones de clase o segmentos, es más fácil disfrazar los intereses comunes de estos grupos diferenciados que comprenden la clase trabajadora. Esto inhibe fundamentalmente el desarrollo de una conciencia (de clase) común en contra de la explotación capitalista de clase. En la fuerte crítica marxista de Hill y Cole (2001), la principal corriente de la perspectiva neoweberiana de “clase” social revela su naturaleza inherentemente ideológica. Su más reciente libro, “Escuela e Igualdad: Hecho, Concepto y Política”, se amplía en este punto, tanto como la provisión de revelaciones significativas en el impacto educativo sobre género, “raza” y otras formas de inequidad que circundan la vida contemporánea.

 

LAM: Estados Unidos ha tenido éxito con su campaña de propaganda a favor del libre mercado. ¿Cuál es su opinión?

PM: La clase gobernante de Estados Unidos ha elaborado un argumento muy fuerte de que la disminución de la riqueza en los países en desarrollo es rescatada desde las actividades globalizadas de los países capitalistas más avanzados. Esto, por supuesto, es una escueta y frontal mentira, pero esta mentira ha sido escondida al público por los medios masivos de información. De hecho, realmente, las corporaciones transnacionales extraen el capital de los países pobres antes que traer nuevo capital. Debido, con frecuencia a lo bajo de sus ahorros, los bancos en los países desarrollados más bien prestan a sus propias corporaciones subsidiarias (que envían sus ganancias de regreso a las naciones avanzadas), antes que ponerse a luchar en negocios locales en los países del Tercer Mundo. Confrontados a los precios bajos por las exportaciones, altas tarifas en mercancías procesadas, ausencia de capital y aumento de precios, los negocios locales están bloqueados por un atrincherado empobrecimiento, debido a cuanto ha sido descrito eufemísticamente como “medidas de ajuste estructural” para equilibrar el presupuesto.

 

LAM: ¿Cómo están financiadas estas medidas?

PM: Principalmente a través de cortes en el gasto para desarrollo humano. La Organización Mundial del Comercio no permite a los países pobres dar prioridad a la lucha contra la pobreza por sobre el aumento de las exportaciones o escoger un modelo de desarrollo que vaya en avance con los intereses de sus propias poblaciones. La gran empresa controla al gobierno aquí en Estados Unidos (bien, la gran empresa y el complejo militar industrial, diría), y Estados Unidos básicamente está dedicado al servicio de las ganancias antes que a sus ciudadanos. El escándalo Enron nos ha mostrado esto; el espejo Bush y Cheney, de modo aterrador, la mentalidad corporativa de Enron, CEO. Muchas corporaciones tiene más poder de generar ingreso que países enteros. Por ejemplo, General Motors es más grande que Dinamarca en riqueza; Daimler Chrysler es mayor que Polonia; Royal Dutch/Shell más grande que Venezuela; necesitamos retroceder y respirar profundo, preguntarnos a nosotros mismos a quién –como ciudadanos en la democracia de un cartel de niño en el mundo– en verdad servimos y de quiénes son los beneficios. En 1990, las ventas de cada una de las primeras corporaciones (General Motors, Wal-Mart, Exxon, Mobil y Daimler Chrysler) fueron mayores que el producto interno bruto (PIB) de 182 países.

Veamos más de cerca la situación aquí en los Estados Unidos. Estamos en la actualidad presenciando una reacción en contra de los derechos civiles de los grupos minoritarios, inmigrantes, mujeres y niños de la clase trabajadora. Lo que estamos viendo esencialmente es el incremento de los derechos para los propietarios de los negocios por todo el mundo –privatización, recortes presupuestales y “flexibilidad” laboral– debido a la ausencia intencionada de controles gubernamentales en la producción, distribución y consumo de mercancías y servicios lanzados al mercado por las políticas económicas neoliberales. Dentro de la democracia de Wall Street de los Estados Unidos, la tiranía del mercado, que sujeta despiadadamente el trabajo a sus fuerzas regulatorias y homogenizadoras de reproducción social y cultural, está puesta al descubierto. Las entrañas de los pobres destripados sirven como mecanismos de adivinación para las corporaciones de inversión. No llega a sorprender que la privatización del servicio de salud, la drástica reducción de los servicios sociales para los pobres y los rumores de la seguridad social en convivencia con Wall Street han coincidido con la paralización del crecimiento de los salarios y el declive de la prosperidad económica para la mayoría de los hombres, mujeres y niños de la clase trabajadora. Estas tendencias recientes también están asociadas con la disminución de la clase media en los Estados Unidos.

 

LAM: Dado semejante escenario desalentador, ¿la democracia pudiera ser inalcanzable?

PM: En gran parte. Presenciamos las fronteras de la libertad humana empujadas hacia atrás, mientras las fuerzas del “libre” mercado son empujadas hacia adelante por la clase dirigente. Sorprendentemente, dado incluso este impactante estado de inequidad social y económica en expansión en los Estados Unidos, el capitalismo nunca ha estado tan ciegamente infatuado con su propio mito del éxito. Los líderes corporativos en los Estados Unidos y los medios masivos dominantes, nos han acostumbrado peligrosamente a aceptar el supermercado capitalista como la única realidad social posible. La ideología pro-capitalista contemporánea “traiciona” con una notoria amnesia al capitalismo en sí mismo. Olvida que su éxito depende de la sangre, el sudor y las lágrimas del pobre. En efecto, naturaliza la explotación del pobre y de la pobreza en el mundo, reduciendo a los trabajadores al precio del mercado de su poder laboral. Si los capitalistas norteamericanos pudieran hacer lo que quisieran, pondrían a la venta en el mercado las lágrimas de los pobres.

La compra y venta de vidas humanas como mercancías –la creación de lo que Marx denominó “esclavos asalariados”– debe ser garantizada como factor constitutivo de nuestra democracia, así que esta condición es cuidadosamente disfrazada como un “acuerdo voluntario contractual”; incluso, las únicas alternativas de batir la suave palma de la mano invisible del mercado de la indiferencia a las necesidades humanas son hambruna, enfermedad y muerte. A liberales y conservadores, por igual, les agrada acumular expresiones de aprobación a los Estados Unidos como el bastión mundial de la democracia, mientras ignoran el hecho de que su grandilocuente sueño de salvar al mundo ha sido un fracaso deprimente. El retroceso de las economías del así llamado Tercer Mundo ha llegado a ser una condición necesaria para el florecimiento de las economías del así denominado Primer Mundo.

 

LAM: A pesar de la fanfarria alrededor de las promesas del libre mercado, ¿se mantiene el hecho de que los países avanzados y desarrollados han sido heridos por la globalización?

PM: Únicamente unos pocos centros metropolitanos y estratos sociales selectos se han beneficiado y no es un secreto quiénes son estos selectos ocupantes. La integración funcional entre producción, comercio, mercados financieros globales, transporte y tecnologías rápidas que hacen transacciones financieras instantáneas, han facilitado el redespliegue de capital a lugares de “menor costo” que permiten la explotación sobre la base de las ventajas que aportará a aquellos que anhelan llegar a ser parte del “club de millonarios”.

En la medida en que las líneas de la unión global crecen y el capital especulativo y financiero golpea a través de las fronteras nacionales, en comando al estilo asalto (“entrar, tomar las mercancías y salir”), el estado continúa experimentando dificultad en el manejo de las transacciones económicas, pero no se ha separado aún de la estructura del imperialismo corporativo. Las corporaciones transnacionales y las instituciones financieras privadas –los miembros de Gold Card de la burguesía líder mundial– han formado lo que Robinson y Harris (2000) llaman un “clan capitalista transnacional”. Y mientras el bloque capitalista históricamente emergente está marcado por contradicciones en términos de cómo alcanzar un orden regulatorio en la actual economía global, los capitales nacionales y los estados nacionales continúan reproduciéndose a sí mismos. Los mercados locales no han desaparecido de la escena, dado que continúan proveyendo el piso de balasto para el estado imperialista mediante el aseguramiento de las condiciones generales para la producción y el intercambio internacionales.

La globalización del capital ha ocasionado lo que dramáticamente Mészáros (1999) describe como “el igualamiento de la caída de la tasa diferencial de la explotación”, donde los trabajadores de todo el mundo –incluyendo a aquellos en los países capitalistas avanzados tales como los Estados Unidos– están enfrentando un deterioro constante de las condiciones de trabajo, debido a la crisis estructural del sistema capitalista, una crisis de capitalismo monetarista y de mercantilización agresiva de las relaciones sociales.

El capitalismo está fundado en la sobreacumulación del capital y en la superexplotación de los trabajadores asalariados de rango y fila. Las irreversibles contradicciones inherentes dentro de las relaciones capitalistas sociales y económicas –aquellas entre el capital y el trabajo– nos conducen mucho más lejos de la rendición de cuentas democrática y nos llevan más cerca a lo que Rosa Luxemburg (1919) definió como una edad de “barbarie”.

 

LAM: ¿Considera que la naturaleza del capitalismo se mantiene oculta?

PM: Está oculta porque se encuentra en todas partes. En otro caso, los animadores del capital han ocultado su diabólica naturaleza y se rehúsan a rendir cuentas a los intereses democráticos detrás de la afirmación sin respuesta de que el libre mercado promueve la democracia. En efecto, los gobiernos auto-determinantes sólo logran meterse en el camino de la meta de las corporaciones transnacionales, esto es, como el filósofo canadiense John McMurtry (2001a) argumenta, abrir todos los mercados domésticos, los recursos naturales, infraestructuras construidas y las reservas de trabajo de todas las sociedades del mundo al control de las transnacionales extranjeras, sin la barrera del gobierno autodeterminante y el pueblo en el camino.

McMurtry (2001b) afirma que la democracia de libre mercado es un término autocertificado bajo la premisa de la más odiosa de las mentiras. Las corporaciones nos manejan en la dirección de la doctrina del mercado, una doctrina legitimizada por su bautismo en el fuego de la producción mercantil. Él pregunta: ¿Quiénes son los productores? Ellos son, después de todo, los propietarios del capital privado que compran el trabajo de aquellos que producen, incluyendo, anota McMurtry, el trabajo de aquellos trabajadores de dirección de cuello blanco y los técnicos. Mientras algunos propietarios inversores pueden ser productores –pagándose como gerentes en adición a la remuneración que reciben como propietarios–, la mayoría de los “productores” corporativos en realidad no producen mercancías. Estos propietarios no tienen funciones en los procesos de producción y están constituidos como entidades legales ficticias o “personas corporativas”. Los verdaderos productores –los trabajadores– son reducidos a “factores de producción” sin rostro empleados por los dueños de la producción. Como McMurtry (2001b) argumenta, no existe libertad para los verdaderos productores dentro de la economía de “libre mercado”. Esto sucede porque los verdaderos productores pertenecen al empleador, donde sirven como instrumentos de la voluntad del empleador. La poca libertad que existe se localiza en la cima de los niveles de dirección, pero incluso aquí la libertad existe solamente tanto como se conforma al comando de organización de maximización de rentabilidad para los accionistas o los propietarios. La obediencia a la deidad del mercado ha sido percibida como la única senda de libertad y satisfacción.

 

LAM: ¿Puede usted ser más específico en cómo se pudiera evaluar el éxito del capitalismo globalizado?

PM: El desempeño económico de los países industrializados bajo la globalización durante los años de 1980 y 1990 es mucho más pobre que durante los años de 1950 y 1960 cuando operaron bajo una economía social de mercado más regulada. El crecimiento económico, tanto como el crecimiento del PIB, ha descendido y la productividad ha caído a la mitad; se suma a esto, el que el desempleo ha aumentado dramáticamente en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Los países latinoamericanos que han liberado sus regímenes de comercio y de capital externo han sufrido desplomes y severas crisis financieras, incluyendo la “crisis del peso” en 1994-95 en México y el “efecto samba” en 1999 en Brasil. Y ahora, por supuesto, tenemos la quiebra total de la economía argentina. Los países de América Latina, siguiendo el “Consenso de Washington”, han experimentado, desde los últimos años de 1980, una reducción de la taza de crecimiento a largo plazo de 6% a 3 % anual.

La globalización ha sido un fracaso deprimente para la vasta mayoría de las naciones capitalistas del mundo. Y la élite corporativa todavía se rehúsa a admitir la derrota; de hecho, escuetamente se declara victoriosa y, aún más, que la historia está de su parte. En un sentido está en lo correcto. Pero tenemos que entender que esta élite está reclamando la historia para sí misma. Ha sido victoriosa; en efecto, ha hecho millones.

 

LAM: ¿A qué precio?

PM: Por el otro lado, Lucía, como ya lo he señalado en mi trabajo con Ramin Farahmandpur (1999a, 1999b, 2000, 2001a, 2001b), la creciente polarización y la sobreacumulación de capital de la nueva casta de opulentos gangsters capitalistas y rebuscadores globales que gobiernan las aristocracias de mafiosos globales, ha disminuido las diferencias del hambre, la pobreza, la malnutrición, la hambruna y la enfermedad para un segmento en crecimiento de hombres de la clase trabajadora, mujeres y niños –sobrevivientes que ahora engrosan las filas de los guetos urbanos y los habitantes de los barrios marginales en sus casas de cartón por todo el mundo–. No estamos hablando solamente de Calcuta y Río de Janeiro, sino también de nuestras comunidades urbanas, desde Nueva York hasta Los Ángeles.

Ya sea mediante la extorsión del valor excedente absoluto a través de la proliferación de maquiladoras a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos, o del incremento del valor excedente relativo de extorsión mediante el aumento de la productividad del trabajo y la reducción del valor del poder del trabajo, el capitalismo continúa, para mantener de rehén al trabajo humano viviente, fetichizando su propia lógica de la mercancía y los procesos de valorización y repartiendo el mundo a su propia imagen. El valor –el medio y resultado del trabajo abstracto– ata a los individuos a la ley de su funcionamiento. James Petras (2002) aclara, que un cuarto del mundo capitalista no puede prosperar cuando tres cuartas partes se encuentran en una profunda crisis. Las leyes de la acumulación capitalista no pueden operar en circunstancias restrictivas semejantes.

 

LAM: ¿Usted piensa que hemos entrado en una economía postindustrial?

PM: No estoy convencido de que hayamos ingresado a una economía postindustrial donde la producción puede moverse rápidamente desde los países capitalistas en el Norte a los países en desarrollo en el Sur. Como Kim Moody (1997) ha anotado, la mayoría de la producción aún ocurre en el Norte y la mayoría de la inversión foránea está aún controlada por el Norte. En efecto, 80% de esta inversión es invertida por el Norte mismo. Mientras es cierto que las industrias del Norte han sido transplantadas al Sur para aprovechar la ventaja de los mercados de trabajo más baratos, el Norte solamente moderniza su base económica, mientras la hace tecnológicamente más sofisticada.

 

LAM: Muchos de nosotros en América Latina hemos criticado las políticas del neoliberalismo por décadas. Ahora vemos las críticas que aparecen de los educadores norteamericanos.

PM: Es cierto, y este es un buen signo. Neoliberalismo, “capitalismo con los guantes quitados” o “socialismo para el rico”, como yo empleo el término, se refiere a una dominación corporativa de la sociedad que apoya la ejecución estatal del mercado desregulado, se compromete a la opresión de las fuerzas no mercadizadas y las políticas antimercado, destruye los servicios públicos estatales, elimina los subsidios sociales, ofrece concesiones sin límite a las corporaciones transnacionales, entroniza una agenda de política pública neomercantilista, establece el mercado como el patrón de reforma educativa y permite que los intereses privados controlen la mayor parte de la vida social en persecución de ganancias para unos pocos (por ejemplo, mediante la rebaja de los impuestos sobre la riqueza, descartando las regulaciones ambientales y desmantelando la educación pública y los programas de bienestar social). Es innegablemente unas de las políticas más peligrosas que hayamos enfrentado hoy.

 

LAM: He oído que algunos de los especialistas en Norteamérica han comparado a Osama Bin Laden con el Che Guevara. Dado que usted es un gran admirador del Che y ha escrito sobre él, ¿cuál es su opinión?

PM: Sí, yo le daré aquí una respuesta que he hecho pública en los Estados Unidos. Cualquier comparación de Osama Bin Laden con el Che Guevara es totalmente engañosa. De hecho, es una comparación peligrosa. Un hombre, cuyas prácticas terroristas son consideradas por la mayoría de los musulmanes del mundo como repugnantes, promueve una guerra religiosa (la jihad) contra el judaísmo y el secularismo bajo el grito de “Nasr min Allah, wafathum qarib” (“La victoria viene de Dios y la conquista está cerca”); el otro, un ateo, se rehusó a perseguir a cualquiera sobre la base de sus creencias religiosas, y peleó contra dictaduras brutales, el imperialismo económico y militar, y contra la opresión de los pobres en América Latina, el Caribe y África.

El primero batalla por la instalación de una teocracia autoritaria represiva donde las mujeres son subyugadas, apartadas del trabajo y de recibir educación; donde las minorías son extirpadas como “infieles”, testigo de la persecución de los Talibán de la minoría chiíta en Afganistán. El otro peleó por una sociedad socialista y democrática donde las mujeres trabajan parejo con los hombres en relación de igualdad, donde el racismo de todas las clases está condenado y abolido, donde el analfabetismo virtualmente no existe, y donde todas y cada una de las personas tienen acceso a la educación y unos cuidados médicos adecuados.

Los guerrilleros del Che no arrojaron ácidos a la cara de las mujeres descubiertas ni asesinaron turistas con armas automáticas (sabemos que Ronald Reagan fue un gran admirador del líder mujahidín Gulbuadin Hekmatyar, quien junto con otros asociados en la Universidad de Kabul arrojó ácido a los rostros de las mujeres que no estaban con el velo [Elich, 2001]). A diferencia de los miembros del Frente Islámico Internacional de Bin Laden por la jihad contra Judíos y Cruzados, el Che nunca hubiera atacado a propósito a civiles inocentes. El Che de boina y Bin Laden en túnica blanca y carrille de predicador saudita tienen un poco más en común que el vello de la cara.

Comparar al Che y su foco en Bolivia o en la Sierra Maestra con Osama Bin Laden y Al-Qaeda es un acto absurdo. Los recientes ataques a Washington y a Nueva York fueron actos reaccionarios de terrorismo estúpido sin ninguna agenda anticapitalista o antiimperialista explícita. No tenían nada qué ver con la “lucha de clases” o la lucha por la liberación humana y todo qué ver con la crueldad humana.

Hasta ahora nadie ha presentado demandas o ha clarificado el propósito de este horrendo acto y lo mejor que podemos especular es que estuvieron motivados por el odio a la sociedad secular norteamericana, el apoyo a Israel por parte del gobierno norteamericano y por cuanto Bin Laden ve como una violación al Corán y al hadith (las expresiones del Profeta Mahoma): la presencia continua del ejército norteamericano en Arabia Saudita que corrompe la tierra de la mezquita Al Aksa y la sagrada mezquita. También estuvieron empujados por la invasión a Iraq y las continuas sanciones de Estados Unidos. Bin Laden exhorta a sus seguidores a emprender una hegira (un viaje religioso) a sitios como Afganistán y a enlistarse en una jihad. Se dice que Bin Laden divulgó una fatwa en 1998 que llamó a los musulmanes a matar norteamericanos donde quiera que fueran hallados.

Una declaración del Comité Editorial Nacional de Noticias y Cartas, una organización internacional marxista humanista, cita: “Los ataques del 11 de septiembre no tienen nada que ver con la lucha en contra del capitalismo, la injusticia o el imperialismo norteamericano. Fueron un brutal acto de violencia contra los trabajadores de Estados Unidos, que no tiene una causa racional, legitimidad o justificación. Fueron simplemente preparados para matar tanta gente como fuera posible, sin ninguna consideración de clase, raza o antecedente”. Nada como esto estaría tan distante de que aquello por lo cual el Che se levantó y murió.

Cierto que para entender las acciones de Bin Laden uno no puede desligarlas de las víctimas musulmanas inocentes en las intervenciones militares norteamericanas, abiertas y encubiertas. Y argumentaría que es un asunto más amplio vincular el clima y el contexto para el terrorismo a la división global del trabajo creado por el capitalismo mundial. Pero deseo dejar claro que entender esta vinculación no es lo mismo que condonar actos de terrorismo o proveer una racionalidad para el mismo. El terrorismo debe ser condenado. Punto.

 

LAM: ¿Así que, usted diría que hay una diferencia entre la utilización del Che de la guerrilla y el terrorismo de Bin Laden?

PM: Existe una profunda diferencia entre la utilización del Che de las tácticas de guerra de guerrilla y los actos de terrorismo de Bin Laden como los que el mundo presenció con horror el 11 de septiembre. En efecto, el Presidente Bush describió las acciones de comandos del ejército norteamericano en Afganistán como “guerra de guerrillas”. Incluso Bush parece notar la distinción, lo cual dice ya mucho. Comparar las campañas guerrilleras contra tropas federales en guerras de liberación con el criminal y moralmente aborrecible terrorismo de Bin Laden contra inocentes es fácil y pernicioso. Es claro que los medios masivos norteamericanos continuarán haciendo esta conexión para distorsionar y dañar el legado del Che y las luchas de liberación anticapitalistas en general.

El Che no fue ciertamente un ser humano perfecto, mas sus pensamientos y acciones han inspirado a muchos, desde sacerdotes católicos hasta campesinos sin tierra. Lo siguiente, usted sabe, es que algunos académicos compararán a Osama Bin Laden con el subcomandante Marcos, quien ha utilizado las tácticas de guerrilla y es también un ícono internacional; lo cual sería un insulto a la lucha en marcha de las comunidades indígenas a lo largo de toda América.

Únicamente podemos esperar que Estados Unidos cese su acción militar que sólo traerá más bajas civiles y odio directo contra Estados Unidos, y busque a cambio esfuerzos diplomáticos para resolver la actual crisis. Es claro que las acciones militares de Estados Unidos en Afganistán incrementarán solamente el ciclo de violencia y traerán más ataques terroristas a los Estados Unidos; me temo que Estados Unidos y Gran Bretaña solamente provocarán más malestar social alrededor del mundo. Primero que todo, pienso sobre la alianza global que están creando con regímenes despóticos para desplegar las más sofisticadas armas de muerte en las naciones pobres del plantea. Piense en la presión que están poniendo sobre los grupos de protesta y los sindicatos para que abandonen o le quiten el énfasis a sus protestas, las que legitiman luchando por unas mejores condiciones de trabajo. Una amenaza más peligrosa que los actos de terror son las contradicciones internas del sistema de capitalismo mundial. A lo largo de su historia, el capitalismo ha tratado de sobrevivir en tiempo de crisis eliminando la producción y el empleo, y forzando a quienes trabajan a aceptar peores condiciones de trabajo, capturando las oportunidades que pudieran surgir, en las cuales el público apoyaría la acción militar para proteger los mercados o crear unos nuevos.

 

LAM: ¿Cómo considera usted el llamado del Presidente Bush a combatir el terrorismo como un combate por la libertad y la democracia?

PM: Como he mencionado en algunos artículos recientes, este es un tiempo particularmente difícil para llamar a repensar el papel que los Estados Unidos juega en la división global del trabajo. Los eventos recientes de dimensiones apocalípticas que rompen la mente, la súbita pesadilla que se despliega, que vio muerte y destrucción desatada sobre miles de inocentes y víctimas insospechadas en Washington y la ciudad de Nueva York como puertas del infierno que parecieran haber sido estalladas de golpe, han hecho que sea difícil para muchos ciudadanos norteamericanos comprender por qué su mundo familiar repentinamente se volvió bocabajo.

La pedagogía crítica o revolucionaria tiene una fuerte posición contra el terrorismo. Los actos de terrorismo son tan atrasados y terroríficos como los actos que el imperialismo ha llevado a cabo, y en ninguna circunstancia pueden ser justificados.

Resulta claro para mí que hoy el capitalismo mundial está tratando de restablecerse, dado que sus actuales formas son insostenibles. En otras palabras, éste captura las oportunidades de usar la fuerza militar para la protección de sus mercados y crear unos nuevos. Sin embargo, es importante aquí que los críticos del capitalismo de Estados Unidos –y el capitalismo mundial, en esta materia– y me cuento entre ellos, no pueden simplemente elaborar la lista de los actos horribles del imperialismo emprendidos históricamente por los Estados Unidos –una larga y sangrienta lista, para estar seguros– como evidencia de una racionalidad de por qué estos actos terroristas ocurren. Hacer esto es ser irresponsable. Los ataques terroristas ocurren sin razón, exigencia o proclamación. Estos actos no fueron contra el capitalismo de los Estados Unidos, el imperialismo o la injusticia, sino fueron crímenes demoníacos contra el pueblo trabajador y crímenes contra la humanidad como un todo. Por ejemplo, quinientos mexicano-americanos fueron asesinados en el ataque al World Trade Center, más víctimas que en cualquier otra nación fuera de Estados Unidos. Trabajaban en las ventanas del World, en las cafeterías de las oficinas, los servicios de limpieza y compañías distribuidoras. Y mientras tanto podemos obtener una comprensión más profunda de estos eventos reconociendo cómo los Estados Unidos está implicado en una larga historia de crímenes contra los oprimidos en todo el mundo –incluyendo las intervenciones con escenarios de posguerra fría–; esta historia de ninguna manera justifica los ataques terroristas. Estos ataques fueron, en palabras de Peter Hudis (2001), “la imagen del espejo retrovisor del capitalismo y del imperialismo” y no el opuesto al capitalismo y al imperialismo. Pienso que esta es una descripción apropiada.

Semejantes ataques han sido impulsados por una ideología religiosa reaccionaria fundamentalista –que más apropiadamente pudiera llamarse islamismo– pero que de ninguna manera representa a los seguidores del Islam. Como Edward Said enfatiza: “Ninguna causa, ningún Dios, ninguna idea abstracta puede justificar la masacre masiva de inocentes, particularmente cuando únicamente un pequeño grupo de gente se encuentra al frente de estas acciones y se siente a sí mismo que representa la causa sin haber recibido el mandato de hacer esto” (Said, 2001). El terrorismo es uno de los actos más repulsivos inimaginables y los recientes ataques del 11 de septiembre ciertamente se califican como un crimen contra la humanidad.

Estos ataques siguen a la matanza terrorista de 239 militares norteamericanos y 58 paracaidistas franceses en Beirut en 1983; los bombardeos de 1998 a las embajadas de Estados Unidos en Kenia y en Tanzania en las cuales cientos fueron asesinados; los ataques con carros-bomba de 1996 en las barracas de Estados Unidos en Dhahran, Arabia Saudita que mataron a 19 norteamericanos; el ataque con carro-bomba a un Centro de Entrenamiento de la Guardia Nacional Americana en Riyadh, Arabia Saudita que segó vidas y, por supuesto, el ataque con un camión-bomba de 1993 al World Trade Center que mató a seis personas e hirió a otros miles más. Y hubo un ataque más reciente al Cole USA en Adén que mató a 17 marinos.

El terrorismo es siempre aborrecible y esta vez fue capturado por los medios masivos de Washington y la ciudad de Nueva York en una presentación de imágenes de la ciudad de Nueva York durante y después del ataque, que permanecerán fijas en el inconsciente estructural de los ciudadanos norteamericanos. Como una nación, todavía estamos en estado de conmoción. Estamos haciendo lo mejor para recuperarnos, para curarnos. Como Peter Hudis (2001) anotó, incluso en medio de esta antihumana destrucción la luz del humanismo brilla, en cientos de trabajadores y ciudadanos que desfilaron hacia el “zona cero” en Nueva York para ayudar a limpiar las ruinas, salvar víctimas y proporcionar ayuda médica a aquellos que habían quedado sangrantes y sacudidos por el ataque. Los obreros de la construcción barrieron para salvar trabajadores de oficina, jóvenes negros que asistieron a personas judías ancianas para salir del área, eventos como estos llegaron a ser lugares comunes. Hudis reporta las nuevas formas de solidaridad que surgieron, que incluyeron a prisioneros de la Prisión Folson, la mayoría de ellos negros, quienes recolectaron 1,000 dólares de ayuda a las víctimas del desastre. Sin embargo, como Hudis más adelante anota, estas expresiones humanitarias de solidaridad, han sido rápidamente silenciadas por el esfuerzo de Bush de usar los ataques como excusa para militarizar a Estados Unidos, restringir las libertades civiles y preparase para lo que los gobernantes han aspirado hace ya largo tiempo: una intervención militar permanente en el extranjero. Hudis enfatiza que en un solo día los terroristas tuvieron éxito en cambiar totalmente el terreno ideológico y ponerle en la mano a la derecha una de sus mayores victorias.

 

LAM: Los Estados Unidos se mantienen listos para invadir Iraq. Esto pudiera ocurrir en días o semanas. ¿Cuál es su posición a este respecto? 3

PM: Estoy enteramente en desacuerdo con la administración de mí país de adopción. Bush y las “aves de rapiña” que lo controlan se encuentran entre las personas más peligrosas del planeta. Nunca antes he visto los medios de comunicación masiva y la cultura popular trabajar de manera tan exitosa para los intereses de la élite gobernante como aquí en las entrañas de la bestia conocida como Estados Unidos.

Me enferma la arrogancia y el engaño del gobierno y reflexiono asombrado por la manera en que las masas son sometidas a lavado de cerebro por la maquinaria de la propaganda imperialista constituida por la corporación de medios de comunicación masiva. No podemos continuar hablando de hegemonía, aquí en Estados Unidos solamente podemos hablar de dominación total con algunas grietas y fisuras. Mi voz contra la guerra y contra el imperialismo de los Estados Unidos repercute a través de una pequeña grieta y es sofocada por la corporación de medios masivos de comunicación, que se han convertido en los líderes entusiastas para la guerra. Desde luego, hay miles de voces que expresan su enojo y desacuerdo en las calles de los Estados Unidos en contra de la administración de Bush. Pero parece que son sobrepasadas por el poder de la propaganda de los medios de comunicación masiva.

Creo que estamos viviendo aquí hoy un momento que representa un pivote para la historia del mundo. El aparato represivo del estado imperialista de Estados Unidos ha actuado bajo una sombra obscura sobre la tierra y ha proclamado “el derecho” de ser el bastión de la democracia mundial y de la virtud cívica. El antiguo imperialismo del siglo XVIII y anterior a él –con similares resultados genocidas– ha vuelto a tomar forma, una vez más, en este país. Hoy no es necesario disfrazar al imperialismo.

Nos hemos convertido en una nación dirigida por una maquinación de imperialistas de Washington, que están orgullosos por ello. Con la misma lógica de anteriores administraciones de los Estados Unidos (igualmente arrogantes y deshonestas), cuyas manos se ensangrentaron con la violación de los derechos humanos y del derecho internacional, por no mencionar los crímenes cometidos a nombre de la democracia a través de las guerras auspiciadas por Estados Unidos en contra de blancos civiles en El Salvador, Guatemala, Chile, Nicaragua, Panamá y otros lugares. Los Estados Unidos están ahora al abrigo de una permanente y total guerra contra el terrorismo y con el apoyo de una coalición de los “sobornados y comprados“, los vencidos y abrumados, para mandar sus legiones imperialistas a Iraq al servicio del capital.

Acabamos de bombardear de manera infernal a un país cuyo último presupuesto anual fue de 83 millones de dólares, una décima parte del costo de un bombardero B-52, matando 3,767 civiles en el proceso. Hicimos esto, en parte, para mantener la posición de las compañías de energéticos en Estados Unidos abriendo un conducto entre el territorio de Asia Central y el Océano Indico, que atraviesa a Afganistán. La horrenda ironía en todo esto es que esta carnicería ocurrió como resultado de bombardear a un grupo de fanáticos que se convirtieron en el Talibán y Al-Qaeda, originalmente entrenados y armados como parte de la operación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) llamada Cyclone, una operación encubierta que costó a los contribuyentes estadounidenses 4,000 millones de dólares.

Claramente, Iraq está en una condición tan debilitada que sus fuerzas convencionales no representan una amenaza a sus vecinos. Las conexiones entre Iraq y Al-Qaeda no han sido establecidas convincentemente. Si Washington ha apoyado a tantos regímenes represivos, ¿por qué escoger a Iraq? El embargo impuesto a Iraq hace doce años, de acuerdo con una investigación publicada en el Journal of Strategic Studies, ha causado ya la muerte en ese país de 22 millones de personas, más muertes de personas que las causadas por todas las armas de destrucción masiva en la historia humana. Cada mes 6,000 niños mueren como resultado del embargo. Más de medio millón de niños ya han muerto. Millones de dólares en suministros para la producción alimenticia en Iraq están siendo bloqueados por los Estados Unidos. Las sanciones contra Iraq han matado más gente que las dos bombas atómicas arrojadas en Japón. Cientos de miles de infantes y niños morirán como resultado de la Operación “Shock and Awe”, de Estados Unidos (llamada así por el Pentágono), la cual –si 1991 puede servir de guía– de manera deliberada, causará enfermedades infecciosas masivas, disentería y mutilaciones de nacimiento, con la destrucción intencional y calculada del drenaje civil y las instalaciones para el tratamiento de agua y el despliegue de Uranio –en capas– causante de cáncer.

En esta guerra, la magnitud de la intervención de las corporaciones de medios masivos de comunicación, empresas ricas y conservadoras que se han vuelto traidoras a su patria por el triunvirato de Bush, Cheney y Rice, el barón del petróleo (especialmente con la Pravda de la administración de Bush, Fox News), puede ser fácilmente ilustrada por estas preguntas emergentes:

¿Por qué los medios de comunicación masiva no reportan que bajo los artículos 1, 2 y 6(a) de la Carta de Nuremberg y el Artículo 5 de la Convención de Ginebra, los preparativos y la amenaza de invasión militar contra un país alejado por miles de millas de su frontera es inequívocamente un crimen de guerra? Estados Unidos ha cometido ya un crimen de guerra aún antes de la invasión.

¿Por qué los medios evitan consistentemente reportar que, de acuerdo con la audiencia del Senado de 1994, el stock inicial de armas biológicas de Iraq fue vendido por Estados Unidos con la aprobación de su Commerce Department? Componentes de “armas” y “destrucción masiva” y materiales crudos fueron vendidos a Saddam Hussein con grandes ganancias para los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros miembros del Consejo de Seguridad. ¿Por qué la corriente principal de los medios no reportó cómo los oficiales de Bush tomaron el reporte original de Iraq a las Naciones Unidas, del Consejo (en ese entonces estado militar y cliente) de Colombia, y destruyó todas las páginas que documentaban estas ventas militares antes de distribuir el texto a los miembros no permanentes?

¿Por qué el Secretario Rumsfeld no trabajó con el Comité de Relaciones Extranjeras del Congreso de Estados Unidos para evitar la continua venta militar a Iraq por productores privados de armas de Estados Unidos? Usted sabrá la respuesta a esto, estoy seguro; porque la administración monetaria y el beneficio financiero provienen de las vidas de la gente. Los Estados Unidos ayudaron a construir los arsenales de Saddam durante la Guerra Irán-Iraq.

¿Por qué no escuchamos cómo los Estados Unidos ayudaron a Saddam a destruir la revolución popular iraquí, incluyendo aún la carnicería de miembros del ala progresista del propio partido de Saddam, Ba’ath?

El enemigo real de la presidencia petrolera de Washington es la propiedad y el uso públicos de las reservas de petróleo, posiblemente las más grandes del planeta, que fueron nacionalizadas en 1972 y cuyas ganancias fueron usadas con políticas de desarrollo público. Bush quiere regresar a los días en que el petróleo de Iraq era propiedad de Estados Unidos, Gran Bretaña, y otras naciones occidentales. Al día de hoy, ni una gota del petróleo iraquí pertenece a los barones del petróleo de Estados Unidos, ya que todo es propiedad del Estado.

No podemos olvidar ahora que ya en 1945 el Departamento de Estado describía los recursos del Golfo Pérsico como “una estupenda fuente de poder estratégico y uno de los premios materiales más importantes en la historia del mundo”. Iraq también tiene el sistema de ríos más extenso del Medio Oriente. Desde la década de los noventa no ha habido movimientos para crear El Conducto de la Paz que aportaría las aguas del Tigris y el Éufrates al sur, hacia los estados del Golfo, incluyendo a Israel. Tal vez veremos más movimientos en esta área una vez que la armada imperialista de Estados Unidos haya ocupado Iraq.

Pero el proyecto de invasión a Iraq va aún más allá del petróleo y el agua; sobre todo, se trata de magnificar la acumulación de capital para los ricos durante la crisis de acumulación de capital y la sobreproducción, y la necesidad de la América capitalista para ejercer las opciones de su despiadado poder que forzará a los países a privatizar sus recursos y quitar la regulación a sus economías. Estados Unidos está resuelto a castigar a aquellos países que presenten resistencia para ofrecer sus economías a los vampiros del libre mercado de la América corporativa.

John McMurtry (2003), filósofo canadiense, escribió recientemente que podemos ver la postura actual del gobierno en relación con Iraq reflejada en la historia temprana de los Estados Unidos. Piense en la anexión forzada de Texas en 1845, de pueblos indígenas y agricultores mexicanos, y Nevada, Nuevo México, Arizona, California, y otros territorios apenas un poco después, en 1849. Las Tropas de Estados Unidos, bajo el General eslavo Zackary Taylor, invadieron unilateralmente a su vecino del sur con el falso pretexto de vengar “sangre americana”, y el General Taylor pronto fue reconocido en la Casa Blanca como un “héroe de guerra” presidencial. Como McMurtry señala, esto inicia una tradición de impulsar artificialmente una cuenta de guerra a través del Congreso con un pretexto falso.

En 1898, una vez más con el pretexto de la “autodefensa” (cuando el U.S.S. Maine se hundió por una explosión interna) les fueron atrapados sus pueblos, por otra guerra provocada unilateralmente a Filipinas, Guam, Cuba y, en parte, a Puerto Rico.

Como McMurtry (2003) nos recuerda, esta guerra de agresión y ocupación, como otras muchas intervenciones de Estados Unidos, fue precedida por una campaña de medios para exacerbar la histeria pública y la fiebre de guerra. Es interesante como el patrón de la historia se repite por sí solo. Ya es tiempo de hacer nuestra intervención en la historia. Ya es tiempo de pelear contra los fascistas de la Casa Blanca.

LAM: ¿Qué cree que deberían hacer los educadores críticos?

PM: Creo que los educadores críticos a lo largo del país deben oponerse a lo que ahora estamos viendo en todo Estados Unidos: Un estatismo xenófobo sin sentido, militarismo, erosión de las libertades civiles y un interés permanente de realizar intervenciones militares en el mundo dentro de las zonas de inestabilidad geopolítica que han seguido a la alerta de los ataques, todo lo cual únicamente puede tener consecuencias nada saludables para la paz del mundo. Esto es particularmente crucial, en especial a la luz de la historia del imperialismo de Estados Unidos, y a la luz de otra de las incisivas observaciones de Said (2001), de que “bombardear civiles sin sentido con F-16 y con helicópteros artillados posee la misma estructura y el efecto que el terror nacionalista más convencional”.

Como educadores críticos hacemos frente a un nuevo sentido de urgencia en nuestra lucha por crear justicia social a una escala global, estableciendo aquello que Karl Marx llamó un “humanismo positivo”. En un tiempo en el cual la teoría social marxista pareciera destinada al cesto de la basura política, más que nunca es necesaria para ayudarnos a comprender las fuerzas y las relaciones que ahora moldean nuestros destinos nacionales e internacionales.

Estoy comprometido con la idea de que la pedagogía crítica revolucionaria puede ayudar a construir una sociedad global donde los eventos del 11 de Septiembre de 2001, sean menos posibles de ocurrir. La pedagogía crítica es una política de entendimiento y un acto de saber que intenta situar la vida cotidiana en un contexto geopolítico, con la meta de estimular una auto-responsabilidad colectiva regional, un ecumenismo a gran escala y una solidaridad internacional de los trabajadores. Esto ha de requerir del coraje para examinar las contradicciones sociales y políticas, incluso, y quizá especialmente, aquéllas que gobiernan la corriente principal de las políticas sociales y sus prácticas en los Estados Unidos. Requiere también reexaminar algunas de las fallas de la izquierda, por igual.

 

LAM: ¿Cuáles son las preguntas que los educadores deberían considerar?

PM: Dado este escenario global intimidante, es importante que los educadores se pregunten lo siguiente: ¿Existe una alternativa socialista viable frente al capitalismo? ¿Cómo sería un mundo sin trabajo asalariado, sin el trabajo viviente, absorbido por el trabajo muerto, sin la extracción del valor excedente y la explotación que lo acompaña?

Las acciones de apoyo estadounidense a regímenes en el Oriente Medio como Egipto, Algeria, Jordania y Arabia Saudita que mantienen brutales campañas de violencia contra la oposición islámica, ciertamente proveen un telón de fondo en contra de aquello que podemos analizar sobre los eventos del 11 de septiembre. Sin embargo, pienso que los recientes comentarios de Bin Laden de que los ataques fueron una venganza por las sanciones de Estados Unidos a Iraq y por su apoyo a Israel en sus ataques a los palestinos es, en gran medida, una forma de oportunismo político de Bin Laden. No estoy muy seguro de que a él realmente le preocupe mucho el pueblo iraquí o palestino.

Tengo una descripción de Edward Said de los ataques del 11 de septiembre. En una entrevista reciente con David Barsamian en el Progressive, Said escribió:

En el fondo, fue un deseo implacable de causar daño a gente inocente. [El ataque] estuvo dirigido a los símbolos: El World Trade Center, corazón del capitalismo norteamericano, y el Pentágono, los cuarteles principales de la autoridad militar de Estados Unidos. Pero no fue planeado para ser discutido. No fue parte de ninguna negociación. No se dirigió ningún mensaje con él. Habló por sí mismo, lo cual es inusual. Trascendió lo político y se movió hacia lo metafísico. Hubo un tipo de mente demoníaca y cósmica trabajando en esto, que se rehusó a cualquier interés en el diálogo, la organización política y la persuasión. Fue una destrucción sanguinariamente concebida sin más razón que llevarla a cabo. Nótese que no hubo reclamo alguno –previo a estos ataques. No hubo demandas. No hubo declaraciones. Fue una silenciosa pieza de terror. No fue parte de nada. Fue un salto hacia otro reino –el reino de las abstracciones estúpidas y las generalidades mitológicas, implicando a gente que ha secuestrado al Islam para sus propósitos propios–. Es importante no caer en esa trampa y tratar de responder con una venganza metafísica de igual suerte (Barsamian, 2001c, p. 2).

Desafortunadamente George Bush ha caído en la trampa de una venganza metafísica de proporciones apocalípticas. Bush mismo, describió recientemente la guerra contra el terrorismo como una “guerra santa”, pero lanzó esa descripción urgido por sus asesores. Y mientras los ataques terroristas fueron, en efecto, desde otro reino, desde otro planeta, una comprensión de la historia reciente de este planeta –en particular de las relaciones norteamericanas en el Oriente Medio– pudieran llevarnos por un largo camino hacia la comprensión de los ataques del 11 de septiembre. Said señala que las causas de raíz del terrorismo pueden conducir a:

Una prolongada dialéctica del involucramiento de Estados Unidos en los asuntos del mundo islámico, el mundo de la producción de petróleo, el mundo árabe, el Medio Oriente, esas áreas consideradas esenciales para los intereses y la seguridad norteamericanos. Y en el lento desarrollo de esta serie de interacciones, los Estados Unidos han jugado un papel muy significativo, del cual la mayoría de los norteamericanos han estado protegidos o simplemente han estado inconscientes (Barsamian, 2001c, p. 2).

Por ejemplo, aquí hay una contradicción. Uno de los pretextos dados por la administración de Clinton para el bombardeo de Yugoslavia fue reforzar el derecho al regreso de los refugiados étnicos albaneses desde Kosovo. Pero, como Ibislhy Hussein y Ali Abuninah (2001) señalan, si los derechos de los refugiados son inviolables, ¿entonces por qué Estados Unidos continúa insistiendo en que los palestinos descarten su derecho al regreso a hogares específicos y parcelas de tierra de las cuales muchos de ellos poseen título legal? De hecho, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, específicamente el Artículo 1º, y la Cuarta Convención de Ginebra garantiza el derecho al regreso de todos los refugiados.

Pienso que la palabra “dialéctica” es importante para comprender las relaciones entre la política exterior de Estados Unidos, el imperialismo económico y los efectos del 11 de septiembre. Yo no creo que deberíamos decir que las acciones norteamericanas fueron la causa directa de los ataques, porque semejante posición no es dialéctica. Como Peter Hudis (2001) ha señalado, por ejemplo, los norvietnamitas quienes sufrieron la pérdida trágica de millones de muertos en manos de Estados Unidos, no atacaron a la población estadounidense en venganza. Pero seguramente el caso del involucramiento de Estados Unidos en el mundo islámico creó el telón de fondo contra el cual el terrorismo pudo crecer. Estoy de acuerdo con un colega, Doug Kellner (2001), en que los ataques terroristas pueden entenderse mediante el uso del modelo del blowback de Chalmers Johnson (2000), (un término usado primero por la CIA, pero adoptado por izquierdistas para referirse a las acciones que resultan de consecuencias no intencionales de políticas estadounidenses, mantenidas en secreto para el público norteamericano). Más específicamente, como lo señala Johnson (2001), lo que los medios reportan mayormente como actos malignos de “terroristas”, “señores de la droga”, “estados canallas” o “vendedores ilegales de armas”, son con frecuencia efectos blowback de operaciones anteriores norteamericanas encubiertas. El blowback relacionado con la política exterior norteamericana ocurrió cuando Estados Unidos se asoció al apoyo de grupos terroristas o regímenes autoritarios en Asia, América Latina o el Oriente Medio y sus clientes se levantaron contra sus patrocinadores. En el sentido de Johnson, el 11 de septiembre es un clásico ejemplo de blowback, en el cual las políticas norteamericanas generaron consecuencias no deseadas, que tuvieron efectos catastróficos en los ciudadanos norteamericanos, Nueva York y la economía norteamericana y, por supuesto, la economía global. Como Kellner (2001) señala, los eventos del 11 de septiembre pueden ser vistos como ejemplos de un libro de texto sobre blowback, dado que Bin Laden y las fuerzas radicales islámicas asociadas con la red Al-Qaeda fueron apoyados, fundados, entrenados y armados por varias administraciones norteamericanas y por la CIA. En la astuta lectura de Kellner, el fracaso catastrófico de la CIA no fue solamente no haber detectado el peligro del evento y actuar para prevenirlo, sino haber contribuido activamente en la producción de esos verdaderos grupos que están implicados en los ataques terroristas a los Estados Unidos el 11 de septiembre. El libro, Whiteout: the CIA, drugs and the press, de Cockburn y St. Clair (1998), cuenta cómo la CIA apoyó a los señores del opio que tomaron Afganistán y ayudaron a instalar a los Talibán en el poder, ayudando finalmente a financiar la red Al-Qaeda de Osama Bin Laden.

Hablando más ampliamente, pienso que necesitamos ver los eventos del 11 de septiembre en el contexto de la crisis del capitalismo mundial. Me gustaría compartir con usted una cita de Manuel Salgado Tamayo (2001) de Ecuador que visceralmente captura lo que es el capitalismo mundial en términos de la actual “guerra al terrorismo” de Estados Unidos:

Ahora que el “imperio del mal” –como Reagan llamó a la Unión Soviética– ha desaparecido, la batalla contra el narcotráfico, la “defensa” de los derechos humanos, la expansión de las democracias de mercado y la guerra contra el terrorismo sirven como cortinas de humo para adelantar un orden mundial que, por primera vez en la historia del capitalismo, tiene a la población mundial por el pescuezo. Este orden, o desorden mundial, es la globalización neoliberal, cuya filosofía postmoderna promulga la muerte de la razón y el humanismo, la imposición total del capital sobre el trabajo, el mercado “libre” para el Sur versus el proteccionismo para el Norte y un tipo de libertad financiera que permite al rico robar los ahorros del pobre. El poderoso al fin ha construido un mundo en el cual solamente reinan dos eslóganes: “Todo para nosotros, nada para el resto” y “Enriquézcase y piense solamente en usted” (p. 39).

Es el capital el que garantiza regímenes de injusticia, como Aijaz Ahmad (2000) argumenta. Pero el capital no emana solamente de las torres del World Trade Center o del Pentágono. El problema, en un sentido más amplio, es el capitalismo como sistema mundial y el arraigo de injusticias que históricamente provienen de él. El mayor problema es la división global del trabajo que se crea. Por supuesto, Estados Unidos es uno de los más grandes, si no el mayor de los jugadores en este sistema. Las políticas norteamericanas –dirigidas por la acumulación capitalista– representan un factor en los ataques, pero los ataques no son un resultado directo de las políticas y las prácticas estadounidenses. Estados Unidos, junto con otros países en el Occidente capitalista, ciertamente contribuye a crear una cultura global que nutre y ayuda a mantener el virus del terrorismo, como el horror de un Bin Laden, a quien la CIA ayudó originalmente a financiar cuando estuvo combatiendo a los soviéticos. No es un secreto que la guerra secreta de Reagan en Afganistán costó 3.8 mil millones de dólares y fue la acción encubierta más larga en la historia dirigida por Estados Unidos. Reagan deseaba derrocar al gobierno socialista en Afganistán y arrojar a los soviéticos como en la situación de Vietnam. Las tropas mujahidines, que Estados Unidos financiaba, estaban vinculadas a la quema de escuelas y a la masacre frecuente de profesores que se atrevían a brindar educación a las mujeres. Reagan celebraba a estos luchadores de la libertad mujahidines, pero cuando comenzaron a matar norteamericanos, entonces fueron terroristas (Ver Elich, 2001). En otras palabras, las políticas norteamericanas y las operaciones encubiertas tanto como las intervenciones militares constituyen algunos de los factores ambientales claves que producen el odio hacia los Estados Unidos. He oído que la entrevista de Madeline Albright en 1996 (cuando era embajadora de las Naciones Unidas), hecha por el periodista estadounidense Lesley Stahl, fue distribuida por el Medio Oriente. Stahl comparó el número de niños que murieron como resultado de las sanciones norteamericanas a Iraq –medio millón– con el número de niños que murieron en Hiroshima, y Albright replicó que “el precio es correcto”. Albright culpó a Saddam Hussein de las muertes porque ha construido 48 palacios presidenciales desde la Guerra del Golfo a un costo de 1.5 mil millones de dólares y ha preferido dejar que los niños iraquíes mueran de hambre.

Claro, en parte esto es verdad. Saddam Hussein utiliza las sanciones para mantener a ciertos sectores de su población sufriendo hambre y enfermedad. Pero, como Steve Niva (2001a, 2001b) y otros han señalado, Saddam no podría hacer esto sin las sanciones; para empezar, Estados Unidos le ha provisto de esta herramienta. Segundo, las sanciones han sido desastrosas incluso, sin que Saddam las use de ciertos modos, de tal manera que Estados Unidos igualmente lleva responsabilidad. Seguramente estas sanciones deberían ser parte del contexto cuando discutimos las causas del Islamismo y el terrorismo. Otros asuntos deberían ser discutidos también, pero los medios de información no discuten sobre ellos. No se oye hablar mucho acerca del apoyo norteamericano anterior al Talibán, en retribución a los acuerdos sobre el oleoducto a través de la región del Mar Caspio con compañías como Unocal. No se oye mucho sobre la historia de la Alianza del Norte de extrema brutalidad, como lo ha documentado Human Rights Watch. No se ha de oír mucho sobre qué industrias el gobierno norteamericano se desea hundir financieramente ni de los miles de norteamericanos que han perdido sus trabajos a causa de los ataques terroristas, trabajadores aparentemente inservibles. Y mientras los medios están colmados de noticias sobre la quiebra fraudulenta de la Enron, las oportunidades de las investigaciones sobre las implicaciones de Bush y de Cheney, son pocas, aunque habrá que esperar. No se oye mucho acerca de cómo Estados Unidos ayudó a crear el movimiento Talibán con el apoyo de las agencias de inteligencia de Pakistán. No se oye mucho acerca de cómo la CIA fue la central del mando anterior de Osama Bin Laden. No se escuchan réplicas al presentador de noticias Dan Rather informando sobre los “luchadores de la libertad” en Afganistán, ese mismo pueblo al que ahora estamos buscando con misiles crucero. Para estas conexiones, necesitamos volver a Arundhati Roy (2001a), quien escribe:

En 1979, después de la invasión soviética a Afganistán, la CIA y el servicio de Inteligencia Pakistaní, ISI, lanzaron la operación encubierta más larga en la historia de la CIA. Su propósito fue aprovechar la energía de la resistencia afgana a los soviéticos y ampliarla a una guerra santa, una jihad islámica, que volcara a los países musulmanes dentro de la Unión Soviética contra el régimen comunista y eventualmente lo desestabilizara. Cuando esto comenzó, se esperaba que fuera el Vietnam de la Unión Soviética. Produjo mucho más que eso. Con los años, a través del ISI, la CIA fundó y reclutó casi 100,000 mujahidines radicales de 40 países islámicos para la guerra substituta de Estados Unidos. El rango y la fila de los mujahidines eran inadvertidos dado que su jihad estaba siendo peleada en nombre del Tío Sam (La ironía está en que Estados Unidos estaba igualmente inadvertido que estaba financiando una futura guerra contra sí mismo) (p. 5).

Pienso que la caracterización de Bush de los Estados Unidos como el bien y, todo país que no apoye la guerra estadounidense, como el mal, es por completo errónea. Lo mismo se puede decir de la descripción de Bush de que Iraq, Irán y Corea del Norte son el “Eje del mal”. Los Estados Unidos tienen que reconocer cómo sus propias acciones políticas y militares –bombardeos a civiles, sanciones responsables de cientos de miles de muertes, operaciones militares encubiertas y abiertas e intervenciones por años– han creado gran miseria y destrucción. Debe haber algunos que defiendan semejantes acciones como necesarias para evitar mayor miseria (aunque yo no creo este argumento), pero es estúpido negar o evitar los argumentos (respaldados por la evidencia empírica) que están convencidos de que Estados Unidos es responsable de la opresión y explotación en el mundo, usualmente en el así llamado Tercer Mundo.

Por otra parte, como lo he mencionado previamente, es confuso explicar el horror del 11 de septiembre principalmente como un resultado directo o “reflejo” de las políticas norteamericanas exteriores, como si fuera una correspondencia mecánica, de uno a uno. Las políticas y prácticas norteamericanas son ciertamente un factor, Estados Unidos ha ayudado a crear el terreno de sufrimiento que provoca horrores como Bin Laden, ya sea directamente a través del financiamiento de la CIA o indirectamente mediante el apoyo a las políticas de Israel en contra de los palestinos, las bases norteamericanas en Arabia Saudita, etcétera. Sin embargo, está claro que otros factores intervienen, como el antisemitismo, antiamericanismo –entendido como un genuino antiimperialismo–, una reacción contra las dimensiones de la “sociedad occidental” que cualquier izquierdista debe apoyar: los derechos de los trabajadores, el feminismo, los derechos de los homosexuales, etcétera.

Como Peter Hudis (2001) y otros han señalado, es erróneo creer que Bin Laden estaba respondiendo simplemente a las mismas injusticias de los radicales de izquierda, excepto que él utilizó un método que los de la izquierda nunca perdonarían y considerarían aborrecible. Steve Niva (2001a, 2001b) ha indicado, por ejemplo, que la pequeña, violenta y socialmente reaccionaria red de Bin Laden –influenciada por la socialmente reaccionaria Escuela Wahhabi del Islam practicada en Arabia Saudita y el Partido Conservador Pakistaní Islamista, Jamaat-i Islami, –es antagónica a la justicia social y difiere en aspectos importantes con el activismo islámico actual más amplio en el mundo árabe y en el contexto global. El activismo islámico actual más amplio posee un programa de justicia social en nombre de los pobres y los desposeídos, está más interesado en la construcción de un partido y la movilización de masas, y rechaza en gran medida las doctrinas simplistas islámicas promovidas por la red de Bin Laden. Por demás, Niva enfatiza que la organización de Bin Laden está desconectada de los movimientos activistas más amplios, los cuales no sitúan su lucha en un contexto nacional, sino en una guerra global en nombre de los musulmanes en todo el mundo. La política del Islam de Bin Laden es oportunista y su proyecto únicamente pretende hablar por los pueblos oprimidos. Como Samir Amin anota, el Islam político no es una teología de la liberación sino el “adversario de la teología de la liberación. Es partidario de la sumisión, no de la emancipación” (Amin, 2001, sección Merciless adversary of liberation, párrafo 1). Amin indica que en el caso del Islam político, sus representantes están en general en armonía con el capitalismo liberal. Señala el caso del parlamento egipcio que garantiza la “absoluta libertad de maniobra a los terratenientes y no garantiza nada, por ningún motivo, a los campesinos granjeros que trabajan la tierra” (Amin, 2001, sección Merciless adversary of liberation, párrafo 5). Es problemático, entonces, ubicar los ataques del 11 de septiembre como una reacción natural refleja de las políticas de Estados Unidos y sus prácticas. Es mucho más complicado que eso.

 

LAM:¿Es una posición irresponsable ver los ataques del 11 de septiembre, principalmente como una reacción a la política exterior y a las intervenciones militares de Estados Unidos?

PM: De nuevo, uno tiene que ver las políticas norteamericanas y sus intervenciones como parte de todo un contexto para poder entender estos eventos, porque aquellos contribuyen al telón de fondo ambiental en contra de los cuales ocurrieron estos actos de terrorismo. Sin embargo, el contexto en el cual el fundamentalismo islámico o islamismo crece (o aquello a lo que Samin Amin se refiere como “Islam político”) es un tanto más amplio que una simple reacción contra la política exterior norteamericana, aunque como mencionó nuevamente, éste es de seguro uno de los muchos factores que crean un clima de odio contra los Estados Unidos. Y el problema de entender los ataques del 11 de Septiembre es ciertamente mayor que atribuirlo al odio de Bin Laden a la modernidad.

De nuevo, no podemos mirar el islamismo puritano de Bin Laden e ignorar las acciones de Estados Unidos en el escenario de la historia mundial. Nuestro acercamiento necesita ser dialéctico. De acuerdo con Tariq Ali, después de que el Partido Comunista Afgano llevó a cabo un golpe contra el régimen corrupto de Daoud y estableció un sistema mejorado de salud pública, educación gratuita y escuelas para niñas, hubo una lucha de facciones que condujo a la victoria de Hafizullah Amin, una organización represiva. El Ejército Rojo fue enviado por la Unión Soviética para copar a Amin y mantener el Partido Comunista Afgano. Estados Unidos decidió desestabilizar el régimen armando a las tribus ultra-religiosas y empleando al Ejército pakistaní para coordinar los esfuerzos de los extremistas religiosos en contra de la Unión Soviética. Cuando el régimen saudita sugirió que Bid Laden podía ayudar en este esfuerzo, Estados Unidos lo reclutó, entrenó y lo envió a Afganistán donde, en un golpe, se reportó que había atacado una escuela coeducativa y matado a sus profesores. Después de la salida de las tropas soviéticas de Afganistán, un gobierno de coalición se formó con grupos leales a Irán, Tajikistán y Pakistán, pero una guerra civil estalló entre estos grupos. Pakistán había estado entrenando una milicia de estudiantes (los Talibán quienes fueron influenciados por el wahhabismo y que creían en una jihad permanente contra los infieles y otros musulmanes como los chiítas) en escuelas especiales y ésta fue enviada a la guerra civil en Afganistán. Los Talibán eventualmente capturaron a Kabul y la mayor parte del país, y alrededor de junio de 2001, algunos ideólogos norteamericanos estaban pensando utilizar a los Talibán para desestabilizar otras repúblicas de Asia Central. Estados Unidos había provisto millones de dólares a los Talibán antes del 11 de septiembre. ¿No deberían ser estimulados los profesores de Estados Unidos a estudiar esta parte de la historia vinculada a la Guerra Fría? O ¿estará esta historia “fuera de los límites” en nuestras escuelas secundarias? Pero en la descripción del contexto de los eventos que condujeron al 11 de septiembre, pienso que también es importante criticar la falta de éxito de la izquierda secular. Después de todo, parte del problema también ha sido la retirada –y la derrota– de la izquierda revolucionaria en todo el mundo.

Puede plantearse que el crecimiento del islamismo, por ejemplo, esté relacionado con la derrota de la izquierda secular por parte del imperialismo de Estados Unidos/Occidente. Aijaz Ahmad (2000) ha destacado que en Irán y otros países, la “derrota” de los movimientos socialistas y nacionalistas anticoloniales permitió a los fundamentalistas islámicos tomar el poder. Se pudiera decir, por ejemplo, que el Islamismo creció para llenar ese espacio en Irán que había quedado vacante con la eliminación del nacionalismo secular antiimperialista. Citemos un ejemplo. En los años de 1970 existía un movimiento secular antiimperialista masivo en Irán. Muchos de los 250,000 estudiantes iraníes en el exilio se consideraban a sí mismos marxistas. En 1979 el grupo fedayín “marxista” (semiestalinista) tenía muchos seguidores. Sin embargo, Peter Hudis (2001) señala que parte del problema radicaba en la izquierda misma, pues, por ejemplo, la izquierda iraní estaba dominada por una perspectiva política unilineal revolucionaria que condujo a apoyar a Khomeini con el supuesto de que él conduciría al país al estadio necesario de una revolución democrática burguesa. Los movimientos islámicos que podrían haber sido capaces de ofrecer una mayor alternativa anticolonialista fueron derrotados. Existieron contradicciones dentro de la política revolucionaria iraní de izquierda y dentro del socialismo árabe en general, que no pudieron resolverse. Steve Niva (2001a, 2001b) señala que mucha de la conducción hacia la revolución iraní era realmente la izquierda secular, pero la revolución fue secuestrada por el ala reaccionaria del campo islámico. El asunto no es solamente la ideología secular versus la ideología religiosa. Había también un grupo islámico no secular que estaba igualmente en contra del imperialismo, que fue atrapado entre la izquierda secular y el ala derecha del revolucionismo islámico. Bueno, esta es una discusión para otro momento.

 

LAM: ¿Existe aquí algún otro punto importante que deba destacarse desde la perspectiva del humanismo marxista?

PM: Peter Hudis (2001) afirma, y estoy de acuerdo, que mientras seguramente tenemos que desenmascarar las acciones de los militares norteamericanos y sus líderes en el gobierno por su papel en moldear la historia en dirección a la violencia contra los pueblos oprimidos, y mientras que necesitamos oponernos a la guerra que conduce Bush tampoco podemos ignorar cómo las contradicciones internas en la política radical, definida por la “primera negación”, también contribuyeron a esta situación. Los humanistas marxistas no se detienen ante la primera negación, sino más bien van hacia delante para negar la negación. En otras palabras, ellos no van justamente a derrotar al capitalismo, sino a plantear el asunto de qué clase de sociedad habrá después de la revolución. Aquí, la praxis revolucionaria es definida por la absoluta negatividad como el semillero de la liberación. Como Marx alguna vez lo planteó: “La correcta formulación del problema ya indica su solución”.

Algo muy evidente ahora en Estados Unidos es que el discurso público ha sido secuestrado por los medios masivos. ¿Continuará siendo encubierta la culpabilidad de nuestros actos de agresión imperialista por los medios masivos? La corriente principal de los medios masivos ha ayudado a estimular un clima de venganza a través del país, bajo un espectáculo de patriotismo. Creo que fue H. L. Menken, actuando en la famosa descripción de patriotismo de Samuel Jonson (como último refugio de un canalla), quien se refirió al patriotismo como la gran enfermera de los canallas. Mucho del patriotismo se nutre de la distorsión de la historia y los falsos reclamos del pasado de una nación. Muchos estudiantes en el país conocen poco acerca de los esfuerzos de Estados Unidos para asegurar su hegemonía mundial económica y militar, con frecuencia mediante el apoyo a dictaduras y regímenes autocráticos en el así llamado Tercer Mundo. Es fácil convencer al público norteamericano de que la “nueva guerra” que estamos librando es un combate entre el bien y el mal, cuando ese mismo público es mantenido en la oscuridad por los principales medios masivos con respecto a la historia –pasada y presente– de la política exterior norteamericana. Estudiantes en los colegios y las universidades norteamericanos en verdad no comprenden por qué tantos países en desarrollo no quieren a Estados Unidos. En su mayoría, no son conscientes de esta historia.

 

LAM: ¿Usted diría que esta es una historia virtualmente escondida?

PM: Es una historia virtualmente escondida, sí. Los hechos están disponibles, por supuesto, pero raramente son discutidos en los principales medios de información. Exponer estos hechos en público sería participar en un ritual que desafía la real santidad del patriotismo. Es difícil para los estudiantes comprender, por ejemplo, por qué los pueblos del Tercer Mundo acusan al gobierno de Estados Unidos por la muerte de medio millón de niños y miles de civiles adultos, como resultado de las sanciones a Iraq. O por qué se culpa a Estados Unidos del asesinato de miles de sudaneses y luego de bloquear una investigación de las Naciones Unidas sobre estos crímenes. O ser acusado por los miles que murieron en Nicaragua en manos de los contras asesinos de Oliver North. O ser culpado por el sufrimiento en Cuba debido al embargo impuesto por Estados Unidos. O ser acusado por un evento que ocurrió en un 11 de septiembre diferente, hace 28 años, cuando la fuerza aérea chilena, con el apoyo de Estados Unidos (incluyendo a Henry Kissinger) bombardeó su propio palacio presidencial en el centro de Santiago, causando las muertes, entre otras, del Presidente socialista Salvador Allende (debo hacer mención aquí que el renombrado autor chileno Ariel Dorfman escribió recientemente que la idea de que hemos perdido nuestra inocencia y que el mundo nunca será el mismo, pronunciada por el pueblo de Chile en el contexto del terror que comenzó el 11 de septiembre de 1973, está ahora siendo escuchada en las calles en todo los Estados Unidos. Dorfman (2001) rechaza la demonización de Estados Unidos, aun cuando él ha sido víctima de la arrogancia y la intervención de Estados Unidos, y espera que “los nuevos americanos, fraguados en pena y resurrección” estarán “listos, abiertos y dispuestos a participar en el arduo proceso de reparar nuestra compartida, nuestra malherida humanidad”). O ser acusado por llevar a 4 millones de personas al borde de morir de hambre en Afganistán, debido a las sanciones de Estados Unidos; o ser acusado de apoyar dictaduras en lugares como El Salvador y Guatemala que asesinaron a cientos de miles de indígenas con ametralladoras de los helicópteros Apache. O ser culpado por la muerte de miles de civiles en Yugoslavia con misiles cruceros, bombas limpias, F-16 y pertrechos con uranio reducido. De acuerdo al filósofo canadiense John McMurtry (2001a), más del noventa por ciento de las muertes en acciones militares en el mundo han sido de gente desarmada, desde la caída del muro de Berlín en 1989.

Existen más ejemplos: Estados Unidos instaló al shah en Irán en 1953, quien condujo a un régimen de terror, incluida la tortura de los disidentes. Más tarde, en 1983, le dieron al gobierno de Khomeni en Irán una lista de miembros del Partido Comunista Tudeh, afirmando que eran agentes soviéticos. Esto condujo a la tortura, la prisión y ejecución de miles de personas (Elich, 2001). Estados Unidos ayudó a financiar la invasión de Indonesia en 1975 donde más de 200,000 timoreses orientales fueron masacrados y proveyó al General Suharto de Indonesia con listas de asesinatos. En 1965, un golpe de Estado apoyado por la CIA derrocó al Presidente Sukarno y lo reemplazó por el general Suharto. El gobierno norteamericano le pasó una lista de miembros del Pardito Comunista de Indonesia. Miles fueron encarcelados y asesinados. La carnicería de Suharto de los comunistas fue apoyada y financiada por Estados Unidos. Entre 500,000 a 1 millón de sindicalistas, campesinos, chinos étnicos y comunistas fueron salvajemente asesinados por Suharto y sus militares (Elich, 2001). Estados Unidos continúa apoyando al gobierno de Colombia donde los paramilitares asesinan 3,000 ciudadanos al año con ayuda militar norteamericana. De hecho, la multimillonaria ayuda militar de la administración de Bush a Colombia (el tercer mayor receptor de ayuda militar norteamericana en el mundo) supuestamente para ayudar a suprimir la producción de cocaína; pero este dinero –como bien lo sabe la administración Bush– es utilizado por los grupos paramilitares de derecha, para poner en la mira a los líderes sindicales que se están organizando en las minas de carbón. Se está estimulando el uso del carbón en las plantas de energía de Estados Unidos, y las minas de carbón en Colombia son propiedad de Corporaciones Multinacionales con base en lugares como Birmingham, Alabama. No únicamente han sido asesinados cientos de trabajadores mineros, quienes intentaron organizar los sindicatos, sino también cientos de líderes de los sindicatos de maestros han sido asesinados también.

Como Salgado Tamayo (2001) señala, de lo que tratan realmente el Plan Colombia y la Iniciativa Andina es de tener bajo el control de Estados Unidos los recursos naturales estratégicos –se trata del dominio norteamericano del continente americano, especialmente el Triángulo Boliviano (la Venezuela de Hugo Chávez, las actividades de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) de Colombia; el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y los rebeldes indígenas de Ecuador y Panamá. Venezuela es el más importante proveedor de petróleo de Estados Unidos en el continente, aunque el Presidente Chávez vende petróleo a Cuba, tiene vínculos diplomáticos con Iraq y está ayudando a reconstruir la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC). ¡Sin duda los Estados Unidos ayudaron a orquestar un golpe de estado contra Chávez! Las FARC está intentando resistir al imperialismo de Estados Unidos. Pero sin duda, los militares colombianos detentan el predominio de la violencia.

La comunidad indígena ecuatoriana está peleando contra las políticas neoliberales y la elite de banqueros que maneja el país. Y, bien, si queremos hablar sobre Argentina, podemos quedarnos aquí hablando durante semanas. Los modelos de privatización y convertibilidad de Domingo Carballo fueron tenidos como ejemplo para el resto de América Latina. Y ahora el país está al borde de la guerra civil. Podemos solamente desear que la izquierda logre aprovechar las oportunidades que se le presentan. Estados Unidos apoya a Turquía, que ha asesinado a decenas de miles de kurdos desde 1984. De acuerdo con el Health Education Trust en Londres, 200,000 iraquíes murieron durante y como consecuencia inmediata de la Guerra del Golfo. Somos el mayor vendedor de armas en el mundo. Por un tiempo fuimos aliados cercanos de Saddam Hussein, Noriega, Bin Laden, Duvalier y Marcos de Filipinas. Mire, en los últimos 20 años hemos bombardeado a Libia, Panamá, Granada, Somalia, Haití, Afganistán, Sudán, Iraq y Yugoslavia. Permítame compartir, Lucía, otra cita de Arundhati Roy (2001a, p. 8):

Los ataques del 11 de Septiembre fueron un monstruoso llamado de un mundo horriblemente equivocado. El mensaje pudiera haber sido escrito por Bin Laden (¿quién sabe?) y distribuido por sus mensajeros, pero pudiera haber sido firmado también por los fantasmas de las víctimas de las viejas guerras de Estados Unidos. Los millones de personas asesinadas en Corea, Vietnam y Cambodia, los 17,500 asesinados cuando Israel –apoyado por Estados Unidos– invadió al Líbano en 1982, los 200,000 iraquíes muertos en la Operación Tormenta del Desierto, los miles de palestinos que han muerto peleando contra la ocupación hecha por Israel de la Franja Occidental. Y millones que murieron en Yugoslavia, Somalia, Haití, Chile, Nicaragua, El Salvador, República Dominicana, Panamá, a manos de los terroristas, dictadores y genocidas a quienes el gobierno estadounidense apoyó, entrenó, financió y equipó con armas. Y lejos está de ser ésta una lista completa.

Edward Herman y David Peterson (2002) han hecho una distinción entre el terrorismo al mayoreo de Estados-Naciones y el terrorismo al menudeo de terroristas que no pertenecen a Estados. Ellos describen las medidas de Estados Unidos contra Iraq, por ejemplo, como terrorismo al mayoreo. Los autores recuerdan que:

Estados Unidos es el único país que ha usado armas nucleares y ha amenazado con su posterior empleo muchas veces. Empleó armas químicas más que Saddam Hussein en 1980, uno de los legados norteamericanos son unos 500,000 niños vietnamitas con serias anormalidades de nacimiento dejadas por una década de hostilidades químicas norteamericanas en los años sesenta (Herman y Peterson, 2002, párrafo 4).

Hoy nos sentimos temerosos de plantear interrogantes que fueron hechas por activistas hace décadas, activistas que hoy admiramos como héroes. Por ejemplo, ¿qué tan diferentes somos ahora como país de cuando Martin Luther King describió a Estados Unidos, el 4 de abril de 1967, en la Iglesia de Riverside en Nueva York, donde dijo: “mi gobierno es el proveedor líder de violencia en el mundo”? Se nos debería permitir hacer esta pregunta en nuestras escuelas. Seguramente habrá respuestas y argumentos muy diferentes. Pero se nos debería permitir debatir esta cuestión con los mejores medios racionales, analíticos y dialécticos a nuestra disposición. Lynne Ceney puede llamarnos “enemigos de la civilización” por criticar al imperialismo norteamericano, puede llamarnos la masa que “odia a América”, si lo desea. Pero hay algunos de nosotros que creemos que el patriotismo debería consistir en algo más que batir una bandera sin sentido. El patriotismo que no está al mismo tiempo conjugado con introspección y autorreflexión crítica, es un patriotismo que no hace justicia a la palabra. Ser autorreflexivo, pensar críticamente es una de las señales de una democracia verdadera. La autocrítica es lo que representa la profunda democracia. Una democracia que da vida a su nombre. No formulamos esta pregunta para ayudar a los enemigos de Estados Unidos. La hacemos porque es el tipo de interrogante que debe definirnos como una democracia, dado que ésta nunca puede ser por completo alcanzable, sino que siempre se encuentra en el proceso de crearse a sí misma a través del análisis de sus debilidades y sus fortalezas. Si callamos esta pregunta –y existen muchos líderes religiosos, políticos y culturales que dicen deberíamos hacerlo– entonces, a un cierto nivel, estamos capitulando ante los terroristas. Creamos el tipo de sociedad cerrada, de la cual acusamos a nuestros detractores de dar apoyo. Entonces damos un paso grande hacia el fascismo. Hablando de fascismo, pienso que en este momento, estamos viviendo en una dictadura militar de facto, y estamos viendo rasgos de liderazgo totalitario a nuestro alrededor. Después del 11 de septiembre se ha creado un clima de mutua sospecha, el cual James Petras sostiene que es uno de los sellos del régimen totalitario. Permítame leerle lo que él dice:

La Oficina Federal de Investigación (FBI), después del 11 de septiembre exhortó a cada uno de los ciudadanos norteamericanos a reportar cualquier conducta sospechosa de amigos, vecinos, parientes, conocidos y extraños. Entre septiembre y finales de noviembre, casi 700,000 denuncias se registraron. Miles de vecinos originarios del Medio Oriente, propietarios de almacenes locales y empleados fueron denunciados, como lo fueron otros numerosos ciudadanos. Ninguna de estas denuncias condujeron a arrestos o incluso a alguna información relacionada con el 11 de septiembre. Aunque cientos de miles de personas inocentes fueron investigadas y acusadas por la policía federal (Petras, 2002, sección Mutual suspicion, párrafo 1).

Creo que Petras señala un punto importante acerca de los dictadores. Anota cómo en los Estados totalitarios el líder supremo se aferra a los poderes dictatoriales, suspende las garantías constitucionales, da poderes especiales a la policía secreta. Así que, por tal definición, en Estados Unidos estamos viviendo ahora en un Estado policial. De hecho, los tribunales permiten que el gobierno pueda arrestar a cualquiera no ciudadano que se sospecha pudiera ser un terrorista. El juicio puede realizarse en secreto, los acusadores no necesitan presentar evidencia si es en interés de la seguridad nacional y aquellos condenados por el tribunal pueden ser ejecutados, inclusive si una tercera parte de los jueces militares está en desacuerdo. Bueno, y el Acta Patriota define el terrorismo tan ampliamente que, como Petras señala, incluso cualquier protesta antiglobalización, como la ocurrida en Seattle, puede ser calificada ahora de “acto terrorista”.

Permítame compartir con ustedes una profunda contradicción. El presidente Bush argumenta que estamos peleando por la democracia, el pluralismo y las libertades civiles. En un discurso reciente ante el Congreso dijo que los terroristas “odian lo que es correcto aquí en esta cámara: un gobierno democráticamente elegido”. Continuó diciendo: “Ellos odian nuestras libertades: Nuestra libertad de religión, nuestra libertad de expresión, nuestra libertad de votar y discutir colectivamente y estar en desacuerdo con el otro. Ellos desean sacar a los gobiernos existentes en muchos países islámicos como Egipto, Arabia Saudita y Jordania”. Concluyó su discurso diciendo: “Esta es la lucha de todo aquel que cree en el progreso, el pluralismo, la tolerancia y la libertad”.

Pero cómo puede ser esto cierto, si cualquier coalición que incluya a Egipto, Arabia Saudita o Jordania no puede incluir los principios declarados por Bush en su discurso. Después de todo, cada uno de estos países restringe la libertad de expresión, la de prensa, de asociación, la libertad de reunión, la religión y el libre movimiento. Jordania es una monarquía cuyas fuerzas de seguridad se han visto envueltas en ejecuciones “extrajudiciales”. El establecimiento de partidos políticos está prohibido en Arabia Saudita. De hecho, poseen una fuerza policiaca religiosa para reforzar a una forma muy conservadora del Islam. Las fuerzas de seguridad egipcias regularmente arrestan y torturan a la gente con la bandera de combatir el terrorismo. Usted sabe, esto me parece poco ingenioso, que Bush ahora busque cooperación global o internacional para combatir el terrorismo, en especial, después de cancelar el Tratado Antimisiles Balísticos y abandonar otros esquemas de tratados multilaterales, tales como el Protocolo de Kyoto y la Convención de Armas Biológicas, salirse de la conferencia de la Organización de Naciones Unidas (ONU) contra el racismo llevada a cabo en Sudáfrica y de extender la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia Europa Oriental. Y con el propósito de combatir el terrorismo, Estados Unidos es capaz ahora de ir a la cama con el general Musharraf de Pakistán, ofreciendo la ayuda Norteamericana y apartándose de las sanciones que había impuesto después de la construcción de la planta nuclear de Pakistán. Cuando los mujahidines estuvieron peleando contra los soviéticos, Estados Unidos proveyó 3 mil millones de dólares para apoyar a grupos radicales islámicos y la CIA trabajó con la inteligencia pakistaní para ayudar a la creación del Talibán. Dentro de la administración Bush están aquellos como el subsecretario de Defensa, Paul Wolfwitz, quien en 1992 escribió un memorando al Pentágono argumentando un asalto frontal a Rusia, con el fin de liberar a los Estados Bálticos, que desean ir a la guerra no solamente con Afganistán sino también con Irán e Iraq. Y continuamos apoyando a Israel –que algunos han descrito como un Estado dependiente del imperio norteamericano global, al que hemos estado financiando durante sus 34 años de ocupación ilegal de la Franja Occidental de Gaza y donde los palestinos son tratados como fueron tratados los pueblos nativos en Estados Unidos por los colonizadores europeos durante la ”expansión al oeste”, o semejante a la forma en que la población negra fue forzada por el gobierno sudafricano a confinarse en los Bantustana durante el apartheid, por los colonos europeos– a pesar de que tiene una política de terrorismo apoyada por el Estado, da a escoger a los palestinos entre resistencia o rendición, y es dirigido por Ariel Sharon, cuya invasión al Líbano cobró la vida de 17,000 civiles. Continuamos protegiendo a Israel de la sanción internacional cuando claramente ha violado los derechos del pueblo palestino y, mientras, algunos oficiales militares de Israel ahora se rehúsan a servir en la Franja de Gaza porque reconocen que están humillando y brutalizando al pueblo palestino.

¿Y qué tal el llamado de Estados Unidos por la libertad contra el mal? ¿Los derechos humanos contra la anarquía? ¿Qué tal esta metafísica maniquea conjurada por George Bush? Estoy seguro de que Estados Unidos desea estar siempre del lado de la liberad y los derechos humanos. Pero el recuento histórico nos habla de una historia diferente. Estados Unidos, por supuesto, ha apoyado los aspectos políticos y los derechos civiles de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por su mérito, pero conspicuamente evita ese aspecto de la Declaración que trata sobre los derechos económicos y las libertades. Esto es problemático, pero podemos ver la conexión aquí en nuestra discusión de la globalización como una forma de imperialismo.

Bien, existen muchos más asuntos qué discutir. Me preocupa la recientemente creada Oficina de Seguridad Nacional y las posibles consecuencias de nuevas medidas de seguridad nacional sobre libertades civiles. Me estoy refiriendo a intervenciones telefónicas, búsquedas secretas de residencias de ciudadanos, encarcelamiento o deportación de inmigrantes sin demostración de evidencias, y temo que los controles a la vigilancia doméstica del FBI han de desaparecer. Me preocupa también la libertad académica, la libertad de los académicos para evaluar la política exterior y doméstica de Estados Unidos sin temor a una represalia o censura. Edward Said (2001) lo plantea así: “Lo que me aterroriza es que estamos entrando a una fase donde, si usted comienza a hablar de esto como algo que puede entenderse históricamente –sin tomar partido–, puede llegar a ser considerado un antipatriota y puede llegar a ser vetado. Es muy peligroso. Y, precisamente, le incumbe a cada ciudadano entender perfectamente el mundo en el cual estamos viviendo, la historia de la cual somos parte y que estamos siendo formados como un súper poder”. No podría estar más de acuerdo con esto. Y fuera de la academia tenemos serias preocupaciones también. Me preocupa que ahora George Bush tendrá más poder para usar la represión política y económica para aplastar las protestas democráticas de la clase trabajadora en contra de una crisis económica que empezando a salirse fuera de control, mucho antes del 11 de septiembre.

 

LAM: ¿Cuáles son las implicaciones de todo esto para los educadores?

PM: Hay que pensar acerca de las implicaciones pedagógicas para comprender el papel del imperialismo y la globalización del capital en la escena mundial de hoy. El problema no está en argumentar que las acciones militares y el apoyo de Estados Unidos a dictaduras brutales en el pasado –y pudiera incluir a Vietnam y Camboya también– de algún modo proveen una justificación para el terrorismo. No existe justificación para el terrorismo (y hablando sobre Camboya, ¿cómo puede Estados Unidos olvidar su apoyo al Khmer Rouge en su guerra de guerrillas contra el gobierno socialista de Hun Sen? Esto sucedió cuando el Khmer Rouge era parte de la coalición de gobierno de Kampuchea Democrática. El Príncipe Norodon, Suhanouk y Son Sann de la Coalición llevaron a cabo operaciones conjuntas con el Khmer Rouge... [Elich, 2001]). No, en absoluto. El punto al cual me estoy refiriendo es pedagógico: ¿Podemos aprender del papel del capitalismo en la historia mundial? ¿Podemos explorar la relación entre capitalismo y nacionalismo, entre capitalismo y construcción de nación? ¿Pueden los estudiantes en Estados Unidos aprender del papel de Estados Unidos en la historia mundial? ¿Podemos buscar un mundo donde el terrorismo y la presión en todas sus formas dejen de existir? ¿Cómo sería un mundo en el cual el terrorismo no fuera opción? Algunos dicen que Estados Unidos tiene una responsabilidad como imperio. Otros, como yo, diríamos que tenemos la responsabilidad de crear un universo social sin imperios. Para mí, todo el problema de por qué tantos en el mundo odian a Estados Unidos es un asunto pedagógico importante. De los 50 millones de estudiantes en escuelas de Estados Unidos, ¿cuántos aprenderán sobre las guerras sucias dirigidas por Estados Unidos?

 

LAM: ¿Es un punto de vista simplista culpar únicamente a Estados Unidos?

PM: No solamente simplista sino equivocado. Aquí pudiera sonar un tanto cauteloso para mis compañeros de izquierda. No es útil o correcto –de hecho es repugnante– argumentar que estamos pagando con sangre lo que hemos hecho a otros países. Porque esto pasa por alto la noción de que algunas fuerzas, como las facciones terroristas de Osama Bin Laden, son tan retrógradas como cualquier cosa de lo hecho al servicio del imperialismo de Estados Unidos. Existe un gran conjunto de crímenes que pueden ser ligados al capitalismo mundial, que van más allá de la participación de Estados Unidos. He enlistado antes actos del imperialismo norteamericano no para crear una excusa o una racionalidad sobre las acciones de terrorismo, sino para proveer un contexto para discutir la historia mundial a la luz de la globalización del capitalismo y la geopolítica contemporánea. Por otro lado, nosotros en Estados Unidos, debemos compartir la carga de la historia. Nuestras acciones en la escena mundial están relacionadas con el 11 de septiembre. No estamos, moral o políticamente, por encima de la problemática.

Para compartir la carga de la historia necesitamos ser críticamente autorreflexivos sobre nuestro sistema político, sus políticas económicas, domésticas y exteriores en el contexto de la globalización del capitalismo o de lo que yo he denominado nuevo imperialismo. El problema es que a los estudiantes en Estados Unidos raramente les es dada la oportunidad de discutir sobre los eventos mencionados anteriormente, porque los medios masivos mayoritariamente evitan discutirlos a profundidad. Muchos ciudadanos norteamericanos ignoran que George Bush (padre) sacó a un terrorista anticastrista, Orlando Bosch, de la cárcel en Estados Unidos (Bortfeld y Naureckas, 2001). Bosch había sido arrestado en 1988 por entrar ilegalmente a Estados Unidos. Aunque fue acusado por la instalación de una bomba en una aerolínea civil cubana que mató a 73 personas, y fue vinculado por el Departamento de Justicia por 30 actos de sabotaje, fue liberado en 1997. Y ahora es posible, en el clima actual, ser tratado como traidor si usted discute eventos como estos. El punto radica en que necesitamos ser reflexivos como ciudadanía –lo debemos no únicamente a nosotros mismos como ciudadanos de Estados Unidos, sino como ciudadanos del mundo– y proveer espacios para el diálogo crítico acerca de estos eventos. Aquí es donde la pedagogía crítica puede ser extremadamente importante. La presente generación ha sido sacrificada por adelantado debido a la globalización del capital. Esto plantea un dilema mayor para el futuro global. Y pedagógicamente pone un pesado desafío en las manos de los maestros y de los trabajadores culturales y políticos a nivel mundial.

 

LAM: ¿Por qué tratar de ayudar a la gente joven a adaptarse a un sistema que está diseñado para excluirlos?

PM: Aquí la idea no es adaptar a los estudiantes a la globalización, sino hacerlos críticamente mal adaptados, de tal manera que puedan llegar a ser agentes de cambio en las luchas anticapitalistas. Ante tal intensificación de las relaciones capitalistas globales, antes que un cambio en la naturaleza del capital en sí mismo, necesitamos desarrollar una pedagogía crítica capaz de comprometer la vida cotidiana en el contexto de la tendencia global capitalista conducente hacia un imperio, una pedagogía que hemos denominado pedagogía revolucionaria crítica.

 

LAM: ¿Cómo recomienda usted que los educadores críticos examinen el concepto de clase?

PM: Mi respuesta a esta pregunta conduce substancialmente al trabajo de un grupo de teóricos marxistas y escritores de la teoría educativa marxista, investigadores y activistas que trabajan en el Reino Unido: Paula Allman (1999, 2001), Mike Cole (1998), Ana Dinerstein (1999), Dave Hill (2001), Mike Neary (en prensa) y Glen Rikowski (2000). En particular, el libro de ruptura de Paula Allman (2001), Critical education against global capitalism: Karl Marx and revolutionary critical education, sostiene mucho de cuanto deseo decir sobre el asunto de la clase social y la educación. Viene desde los escritos de estos camaradas que teorizan sobre la clase social como fundamental para la pedagogía crítica. Es el corazón y el alma para la pedagogía crítica. Debe ser ejercitada como un aspecto de toda crítica de la economía política y, en el proceso, proveer una crítica de la clase social, como Bonefeld (2000) y otros lo han argumentado. La teoría de clases es una teoría contra la sociedad de clases, que constituye un aspecto de la exploración de la constitución del capitalismo, que es puesta como premisa en un proyecto para su abolición. Permítame enfatizar. Es una teoría en contra de la sociedad capitalista y no una teoría acerca de ella, como John Holloway (2002) y Glenn Rikowski (2002) han indicado, la teoría de las clases está, por consiguiente, preocupada por la abolición de la clase (la posición de Marx) y la apertura de la historia humana desde la desolación de su prehistoria, como Ana Dinerstein, Paula Allman y Mike Neary lo han enfatizado. Algunos educadores críticos piensan que el así llamado Tercer Mundo es el único lugar en el cual la clase trabajadora “verdadera” se puede hallar aún en abundancia. Al asumir esta posición, ellos ignoran fundamentalmente el componente más esencial del análisis de clase hecho por Marx: su concepto dialéctico o conceptualización de la clase, como Paula Allman anota en su libro más reciente. El concepto de las relaciones internas es crucial aquí como vía para comprender el pensamiento de Marx. Marx explica el capitalismo en términos de sus relaciones internas –el tipo de relaciones centrales a su conceptualización dialéctica del capitalismo– porque encontró este tipo de relación en el mundo real del capitalismo. Por supuesto, este no era el mundo del capitalismo que nosotros experimentamos diariamente, sino la realidad del capitalismo que Marx fue capaz de revelar a través de su penetrante análisis de la superficie del fenómeno –constitutiva de nuestra experiencia inmediata e ilusoria– del capitalismo. Como Paula Allman (1999, 2001) y Glenn Rikowski (2002) señalan, cuando nos dedicamos a la filosofía de las relaciones internas de nuestro sujeto de estudio nos enfocamos en la relación y cómo es responsable por la existencia pasada y presente de las entidades relacionadas –los opuestos en la relación–, así como en el desarrollo interno en marcha dentro de las entidades relacionadas.

De acuerdo con el análisis de Marx del capitalismo, la contradicción dialéctica que yace en el corazón del capitalismo es la relación entre el trabajo y el capital. Esta relación conjuntamente con la relación interna entre producción capitalista y circulación o intercambio constituyen la esencia del capitalismo, como lo ha señalado Paula Allman. Sin embargo, la relación trabajo-capital es nuestro enfoque. Es la relación que también y, quizá más significativamente, produce la forma históricamente específica de riqueza capitalista –la forma de valor de la riqueza–. Como Ramin Farahmandpur y yo (2000, 2001a, 2001b) hemos argumentado, es importante vincular el asunto de la reforma educativa desde la perspectiva de la teoría valoral del trabajo de Marx. La teoría valoral del trabajo de Marx, no intenta reducir el trabajo a una categoría económica solamente, sino que ilustra sobre cómo el trabajo, como una forma de valor, constituye nuestro verdadero universo social, uno que ha sido escrito entre líneas por la lógica del capital. El valor no es alguna formalidad hueca, un territorio neutral o estéril, vacío de poder y política; sino la verdadera materia y antimateria del universo social de Marx. Es importante tener en mente que la producción del valor no es la misma que la producción de la riqueza. La producción del valor es históricamente específica y emerge siempre que el trabajo asume su carácter dual. Esto se explica más claramente en la discusión de Marx sobre la naturaleza contradictoria de la forma de la mercancía y la capacidad expansiva de la mercancía conocida como fuerza de trabajo. Para Marx, la mercancía es altamente inestable y no idéntica. Su concreta particularidad (valor de uso) está subsumida por su existencia como valor en movimiento o por cuanto hemos llegado a conocer como “capital” (el valor está siempre en movimiento, por el incremento en la productividad del capital que es requerido para mantener la expansión). El asunto aquí no es simplemente que los trabajadores son explotados por el valor de sus excedentes, sino que todas las formas de sociabilidad humana están constituidas por la lógica del trabajo capitalista. El trabajo, por consiguiente, no puede ser visto como la negación del capital o la antítesis del capital, sino como la forma humana a través y en contra de la cual el trabajo capitalista existe, como Glenn Rikowski (2001a, 2001b) lo ha señalado. Las relaciones capitalistas de producción llegan a ser hegemónicas precisamente cuando los procesos de producción de la abstracción conquistan los procesos concretos de producción, que resultan en la expansión de la lógica del trabajo capitalista. A riesgo de caer en una discusión teórica, permítame ampliar el planteamiento dialéctico de Marx de la explotación, porque quiero estar seguro que soy claro en esto. Para acercarse al concepto de clase, desde una concepción dialéctica marxista, se necesita fundamentarlo en la filosofía de Marx de las relaciones internas.

Como lo bosqueja el trabajo de Paula Allman (1999, 2001), Glenn Rikowski (2000) y otros marxistas educacionistas, la filosofía de las relaciones internas subraya la importancia del pensamiento relacional. El pensamiento relacional es distinto del pensamiento categorial; mientras el primero examina las entidades en la interacción de una con otra, el segundo mira a los fenómenos aislados uno de otro. El pensamiento relacional puede referirse a las relaciones externas o internas. Marx estaba interesado en las relaciones internas. Relaciones externas son aquellas que producen una síntesis de varios fenómenos o entidades que pueden existir fuera o independientes de esta relación. Relaciones internas son aquellas en las cuales las entidades opuestas están históricamente mediadas, tanto que no obtienen resultados independientes. De hecho, una vez que la relación interna cesa de existir, los resultados de su interacción también cesan de existir.

El concepto dialéctico de clase examina las relaciones internas entre trabajo y capital en términos de sus contradicciones dialécticas. Una contradicción dialéctica es una relación interna que consta de opuestos en interacción que no pudieran existir en la ausencia de su relación interna con el otro. Cuando esta relación interna es abolida, también lo son las entidades. Todas las contradicciones dialécticas son relaciones internas. Sin embargo, no todas las relaciones internas son contradicciones dialécticas. Las contradicciones dialécticas –o la “unidad de los opuestos”– son las que pudieran no existir o continuar existiendo o tener que llegar a existir en ausencia de su relación interna entre una y otra. La verdadera naturaleza (externa e interna) de cada uno de los opuestos está moldeada dentro de su relación con el otro opuesto.

La relación antagónica entre trabajo y capital o la relación entre producción y circulación e intercambio, constituye la esencia del capitalismo. La labor de los trabajadores es utilizada dentro de la relación capital-trabajo. Se podría decir que los trabajadores constituyen el opuesto dialéctico del capital y dentro de una sociedad capitalista entran a un proceso de creación de valor. La base de la grieta o escisión dentro del trabajo capitalista es la relación interna al trabajo: el trabajo como productor de valor y como un desarrollador de fuerza de trabajo. Una de las oposiciones siempre se beneficia de esta relación antagónica interna. El capital (la relación positiva) estructuralmente se beneficia de su relación con el trabajo (la relación negativa). Para liberarse de su posición subordinada, el trabajo debe abolir esta relación interna a través de la negación de la negación.

Comprender la sociedad de clases de esta manera ofrece un lente analítico más profundo que operacionalizar nociones de clase que la reducen a habilidad, estatus ocupacional, inequidad social o estratificación. Lo que está en juego para comprender la clase como una relación social dinámica y dialéctica es el develar las fuerzas que generan la inequidad social (Dave Hill y Mike Cole [2001] dejan esto en claro en su trabajo sobre clases). Esto sólo puede lograrse analizando la forma del valor del trabajo dentro de todo el universo social del capital, incluyendo el modo como el capital ha mercantilizado nuestras verdaderas subjetividades. Esto impone asir la dialéctica compleja de la generación de la relación capital–trabajo productora de todo valor.

La contradicción trabajo-capital constituye la clave de la contradicción dialéctica que produce históricamente la forma específica de riqueza capitalista o la forma del valor de la riqueza capitalista. Es importante recordar que los trabajadores no venden al capitalista el trabajo activo de vida que realiza durante las horas de su trabajo, sino más bien venden su fuerza de trabajo o su capacidad para trabajar por cierto número de horas por semana. Intercambiando su fuerza de trabajo por salarios, el trabajador no recibe salarios a cambio, sino lo que Marx llamó mercancías salariales (Turner, 1983). Esto es, el trabajador recibe lo que es determinado en una suma por cuanto es requerido por su manutención y por la reproducción como trabajador. Entonces, no obtiene una forma general o abstracta de poder sobre las mercancías en el intercambio de su fuerza de trabajo por un salario; solamente obtiene poder sobre esas mercancías particulares que son requeridas para su manutención y para la reproducción de otros trabajadores. Es el capitalista quien posee el poder para consumir la fuerza de trabajo que ha comprado (Turner 1983).

Para el trabajador las compras de la fuerza de trabajo sólo se intercambian con valores. El trabajo, distinto de la fuerza de trabajo, es el ejercicio de ésta y es trabajo que produce valor. El trabajador es pagado por la disponibilidad de su fuerza de trabajo, incluso antes que las mercancías sean producidas. Una cierta proporción de valores producidos por el trabajador, en función de su trabajo, está sobre y por encima del valor que él ha recibido como equivalente la disponibilidad de su fuerza de trabajo. Por consiguiente, cuando el capitalista consume aquello por lo cual ha pagado recibe un valor más alto a aquel representado en los salarios pagados al trabajador. El capitalista recibe el valor excedente creado por el trabajo del trabajador. Los salarios que recibe el trabajador no son, por tanto, el equivalente a su trabajo o a su actividad de producción de valor.

Es importante darse cuenta que, el equivalente monetario de la fuerza de trabajo, no es el mismo al equivalente monetario del trabajo. Este punto es desarrollado (siguiendo Marx) por Glenn Rikowski (2001b, 2002), Denys Turner (1983) y otros. El valor excedente extraído por el capitalista es en realidad el trabajo no pagado al trabajador. La fuerza de trabajo se intercambia con valor en cualquier lugar donde el trabajo produce valor. El capitalista intercambia salarios por la fuerza de trabajo del trabajador (su poder y su habilidad), por cierto número de horas a la semana. Como el capitalista posee la fuerza de trabajo del trabajador, él puede venderlo como una mercancía por un equivalente monetario a su valor. La fuerza de trabajo del trabajador no crea valor, pero el trabajo del trabajador sí. Cuando la fuerza de trabajo (el potencial para trabajar) es ejercitada concretamente por el trabajador en el verdadero acto de su labor, es cuando crea capital o valor –una relación de explotación. El trabajo concreto realizado por el trabajador constituye el valor producido sobre y por encima de cuanto se le paga por su fuerza de trabajo. El trabajador crea entonces la relación real que lo explota.

Lo que parece ser un intercambio igual –la transacción social de salarios por el trabajo hecho, como equivalentes– es en realidad una relación de explotación. Es una relación entre personas, reducida a una relación entre cosas. La relación trabajo-salario como una de intercambio igual es solamente igual desde la perspectiva de su relación con el mercado. Pero lo que parece ser el intercambio de equivalentes es en realidad una extracción de explotación del valor excedente por parte del capitalista. De lo que se trata aquí, en otras palabras, es de la fetichizada apariencia de una relación de igualdad. El valor producido por el trabajo es “fetichizadamente” representado como equivalente por los salarios. La contradicción dialéctica o relación interna es inherente en el hecho de que el modo capitalista de producción de la riqueza, bajo la premisa de un intercambio de equivalentes es, en esencia, una relación de explotación a través de la extracción del valor excedente por parte del capitalista.

No hay manera de aproximarse al análisis de la clase social dentro del universo social del capital, sin referirse a la relación central de lucha de clases que permea toda la vida social dentro de las sociedades capitalistas. Enrique Dussel (2001), quien ha elaborado un extenso análisis de los manuscritos de Marx de 1861 a 1863, presenta puntos semejantes a Turner (1983), Rikowski (2001a) y otros, aunque parece estar usando el término “capacidad laboral” en el modo en que Rikowski usa el término “fuerza de trabajo”. El trabajo es vendido al capitalista no como trabajo per se, sino como una capacidad, cuya manifestación real de poder tiene lugar después de su alienación de su poder de uso. La capacidad laboral posee un valor de uso y un valor de intercambio. El precio de la capacidad laboral es el salario, intercambiable por el dinero del capitalista. Después esta transacción se completa (lo que llega a ser el momento de valorización para el capital), este dinero llega a ser transformado en capital. Aquí, el trabajo vivo es incorporado y subsumido por el proceso de alienación formal.

Cuando el trabajador realmente vende su capacidad para el trabajo, el intercambio con el dinero asimila y totaliza el trabajo vivo. Esto, de acuerdo con Dussel (2001), es un acto ontológico que niega la “exterioridad” del trabajo vivo. La transformación del trabajo vivo en trabajo asalariado constituye la negación del Otro, de todo aquello que no es capital. La capacidad laboral está disponible como potencia y, cuando es intercambiada por salarios, llega a ser un acto donde la capacidad es transformada en poder a través de la realización efectiva del trabajo, el acto de trabajar. Cuando la fuerza físico-biológica del trabajador es intercambiada por salarios, entonces el trabajo concreto llega a ser trabajo social. El individuo llega a ser “socializado” gracias al capital. Solamente cuando el dinero es intercambiado con la mercancía, con el trabajo vivo, sólo cuando se intratotaliza la exterioridad viva del trabajador, solamente cuando se paga por su capacidad de trabajo como medio de subsistencia requerida para reproducir la vida del trabajador, el dinero llega a ser capital y la capacidad laboral llega ser fuerza productiva. Como Dussel afirma, el trabajo vivo no-capital es transformado en capital.

Dussel (2001) sostiene que la relación social capital-trabajo es una relación vertical de explotación. Aquí, el trabajo crea un nuevo valor, valor excedente. La relación social internacional de una burguesía nacional que está en posesión de un capital nacional total más desarrollado, en competencia con la burguesía de un capital nacional total menos desarrollado, es una relación horizontal de dominación internacional, donde el valor excedente no es creado sino transferido. Un capital más desarrollado, sin embargo, tiende a destruir todas las barreras proteccionistas del capital menos desarrollado y lo empuja a la competencia donde sea; como subraya Dussel, el capital más desarrollado extraerá valor excedente del capital menos desarrollado.

Para Marx, la ley del valor continúa operando dentro de las relaciones internacionales y ahí puede haber ganancia en el intercambio entre naciones. Dussel señala que, aunque la mercancía del capital más desarrollado tendrá un valor más bajo, la competencia equilibrará los precios de ambas mercancías en un único precio promedio; así que la mercancía con el precio más bajo gana un precio mayor que su valor mediante la extracción del valor agregado de la mercancía con un valor más alto. Que el cielo ayude a aquellos países que desean escapar de la competencia –¿recuerda Guatemala? ¿recuerda Nicaragua?– ¿De qué cree que se trata el Plan Colombia? Estados Unidos podrá forzar a través de la vía de su vasto poder militar a regresar a lo que Dussel llama “el sistema de libertad en la competencia”; es decir, a lo que el poder dominante se refiere como “democracia”. También, tenemos que recordar que la fuerza de trabajo o la capacidad laboral (como Dussel usaría el término) es punto débil del capital. La clave está en desbaratar el proceso de producción de la fuerza de trabajo (por ejemplo, vía educación y entrenamiento).

Después de todo, como Rikowski (2001b, 2002) señala, es la fuerza de trabajo la que genera la sustancia del universo social del capital. La forma social asumida por la fuerza de trabajo en una sociedad capitalista es el capital humano. Las escuelas, por ejemplo, sirven como sitios de producción para el capital humano. Necesitamos luchar contra las relaciones sociales capitalistas y el valor del capital en forma de trabajo. La sociedad capitalista necesita la venta de nuestra fuerza de trabajo. Podemos resistir a esta manipulación, a esta explotación forzada. Necesitamos terminar la forma que asume el valor del trabajo, del capitalismo y del capital. Mi tarea particular ha sido encontrar maneras de resistir a la forma social del capital en los sitios escolares y comunitarios, así como tratar de construir diálogos transnacionales multirraciales. Las escuelas son solamente un sitio para una posible resistencia, un sitio importante.

 

LAM: Cuando miramos el asunto de la reforma educativa, ¿es importante hablar del trabajo de los educadores dentro de una sociedad capitalista como una forma de trabajo alienado, esto es, como una producción específica de la forma de valor del trabajo?

PM: Sí, absolutamente. Esto llega a ser más claro cuando comenzamos a comprender que una de las funciones fundamentales de la escuela es relacionarse con la planeación de la fuerza de trabajo, de tal manera que la fuerza de trabajo pueda ser puesta al servicio de los intereses del capital. La premisa de Glenn Rikowski (2001) es provocativa, aunque obligante y quizá decepcionantemente simple: la educación está implicada en la producción directa de una mercancía que genera el universo social del capital en toda su existencia dinámica y multiforme, la fuerza de trabajo.

Dentro del universo social del capital los individuos venden su capacidad de trabajo por un salario. Al estar dentro de este universo social en una base diferencial e inequitativa la gente puede ser pagada por encima o por debajo del valor de su fuerza de trabajo. La educación puede ser rediseñada dentro de una agenda de justicia social que reclamará la fuerza de trabajo para alternativas socialistas, para la formación del capital humano, porque la fuerza de trabajo está implicada en la voluntad o agencia humana y porque es imposible para el capital existir sin ella.

 

LAM: ¿Qué puede hacerse para derrotar a la globalización como usted la ha descrito?

PM: Bien, pienso que Petras y Veltmeyer (2001) han hecho un buen trabajo al ofrecer una dirección para moverse hacia una transición socialista. Ellos no creen que sea buena idea desligarse de la producción mundial, y estoy de acuerdo. Nos privaríamos de demasiados productos necesarios para el consumo y la producción. No podemos ir por la vía del socialismo de mercado, porque esto abre la puerta al saqueo del Estado para la ganancia privada, y aquí el mercado dirigiría al socialismo y no a la inversa.

Estoy de acuerdo con Petras y Veltmeyer que un buen lugar para comenzar sería aumentar la capacidad local para hacer avanzar las fuerzas de producción y democratizar sus relaciones. Sin embargo, cualquier vinculación externa debe ayudar a crear las condiciones para el incremento de la capacidad interna para profundizar el mercado doméstico y servir a las necesidades populares. Las relaciones de mercado deben estar subordinadas a un régimen democrático basado en la representación popular directa, en unidades territoriales y productivas. Los productores directos deben tomar decisiones básicas. Intercambios entre regiones, sectores y clases deben ser integrados. Petras y Veltmeyer (2001) son partidarios de una democracia estilo asamblea para controlar el contenido y la dirección de los intercambios de mercado. El foco debe estar en la creación y reconstrucción de los vínculos esenciales entre los sectores de economía doméstica y la creación de las ligas socioeconómicas entre necesidades domésticas, demandas latentes y la reorganización del sistema productivo.

Se necesita enfocarse en la educación ideológica y cultural del pueblo trabajador en valores de cooperación, solidaridad e igualdad. Es cierto que la transición del Estado-nación a una nueva fase global del capitalismo implica la necesaria integración transnacional de sistemas de producción nacional, como Robinson (2001a, 2001b, 2001c, 2001-2002) señala, esto significa que necesitamos organizar a la clase trabajadora transnacional. No significa, sin embargo, que la competencia y el conflicto entre capitalistas vaya a llegar a su fin. Sino, como dice Robinson, que el conflicto intercapitalista no permanezca por más tiempo como un conflicto entre estados. Necesitamos una batalla global, una lucha contra la hegemonía global, contra el capital transnacional y una lucha por una alternativa socialista.

El punto clave aquí es demoler los mitos acerca del crecimiento económico sostenible y el control por los ganadores del mercado. Aquí es donde la pedagogía crítica puede jugar un papel importante en la educación ambiental. David Korten (2002) ha desafiado recientemente los supuestos prevalecientes acerca del crecimiento económico y la globalización, cuyo planteamiento considero digno de resumir. Por ejemplo, el supuesto que sostiene que el crecimiento económico es necesario para satisfacer las necesidades humanas, mejorar los niveles de vida y proveer los recursos financieros necesarios para implementar la protección ambiental, es altamente sospechoso. Es necesario estar preparado, teniendo en cuenta el hecho de que poco del crecimiento económico de los pasados veinte años ha hecho algo por mejorar la calidad de la vida humana. Únicamente la riqueza se ha beneficiado. Cualquier tipo de beneficios para crecer fuera del forro de los bolsillos de la clase capitalista rica y poderosa ha sido compensado por los costos de merma de los recursos, la presión social y los azares de la salud ambiental causados por el crecimiento económico.

Sobre la noción de que aparentemente los límites al crecimiento serán eliminados por la innovación tecnológica y el mercado representa una lógica equivocada que aparece frente al hecho de que el consumo de los recursos ambientales ya excede los límites sostenibles. La primera iniciativa para la producción debe redistribuir el uso de los flujos de recursos sostenibles y asegurar que los mayores consumidores reduzcan significativamente el consumo de recursos per cápita. Los educadores críticos necesitan dirigirse a la relación entre capitalismo, destrucción del ecosistema y formas sustentables de desarrollo.

Los sistemas de producción deben ser absolutamente transformados, con el fin de maximizar el reciclaje de los materiales y eliminar las formas no esenciales de consumo. En respuesta a la idea dominante de que alcanzar el crecimiento sostenible en el Sur depende de acelerar el crecimiento económico en el Norte para incrementar la demanda por las exportaciones sureñas, Korten (2002) argumenta que los problemas ambientales son, en gran parte, una consecuencia de que los países del Norte exporten sus déficits ecológicos al Sur, a través del comercio y la inversión. El consumo excesivo del Norte limita la distribución per cápita de los recursos disponibles en los países de América Latina y les impide satisfacer sus necesidades domésticas, además presiona la debilidad económica hacia áreas ecológicas marginales.

Los países de América Latina que dependen de la ayuda extranjera, préstamos e inversión permanecen en un ciclo de deuda y dependencia del Norte, en especial en términos de dependencia de la tecnología del Norte y sus productos. Así que necesitamos crear mayor acceso al flujo de los recursos naturales sostenibles para que las necesidades básicas de los pobres puedan ser satisfechas. Deben crearse las condiciones políticas para que los recursos sean distribuidos equitativamente y usados eficientemente.

En respuesta a la equivocada, pero con frecuencia repetida afirmación de que los problemas ambientales son causados por la pobreza, Korten (2002) explica que el sobreconsumo de los países del Norte es el gran problema. El consumo del pobre es muy pequeño. El crecimiento de la población es un problema, pero principalmente en el Norte. La pobreza no es el problema clave, argumenta Korten, la desigualdad es el problema. Los ricos están en capacidad de pasar los costos sociales y ecológicos de su sobreconsumo a las naciones pobres. Claro, la pobreza causa que algunas personas sobrexploten tierras ambientalmente frágiles, pero esto sucede por la desesperación y porque los pobres no tienen otra manera de sobrevivir. Esto especialmente es cierto en las zonas de procesamiento de exportaciones de la frontera México-Estados Unidos donde existe una hiperextracción de valor agregado por los capitalistas.

La epidemia de sobreproducción es una de las mayores culpables en este teatro global del libre comercio. Lo que está estabilizando a la población del mundo, entre 12 y 15 mil millones de personas, no es alguna endemia de fuerza “natural” al capitalismo, como algunos sostienen, sino la hambruna masiva y la violencia generada por la ausencia de reformas económicas radicales orientadas a la seguridad social, inversión en educación femenina, planeación familiar y salud. Necesitamos recordar, además, que los puestos de trabajo no son creados por el crecimiento económico dado que, como Korten (2002) señala, la tecnología y las reorganizaciones están eliminando buenos empleos más rápido de lo que el crecimiento los está creando. Los empleos que se están creando son temporales, son de esos que proveen a los trabajadores pocos beneficios y basados en tasas insostenibles de extracción de recursos.

El mercado libre no es la respuesta. Como explica Korten, el mercado libre conduce a la competencia entre lugares con necesidad de empleos para reducir costos de producción local, mediante la supresión de salarios y permitiendo la máxima externalización de los costos del medio ambiente, sociales y de la producción. El mercado no es el nivel de campo de juego. De hecho, refleja las preferencias por las mercancías privadas de aquellos pertenecientes a la clase capitalista. No considera las necesidades del pobre. Tiende hacia el control monopólico de las decisiones de distribución por los triunfadores del mercado. Korten es muy sagaz al hacer estas observaciones.

 

LAM: ¿Es aquí donde la pedagogía crítica puede jugar un papel poderoso?

PM: Sí, en crear una sociedad donde exista la igualdad real en la base diaria. Desafiando las causas del racismo, la opresión de clase, el sexismo y su asociación con la explotación de las demandas de trabajo, los maestros críticos y los trabajadores culturales reexaminan la escolaridad capitalista en la especificidad contextual de las relaciones capitalistas globales. Los educadores críticos reconocen que las escuelas, como lugares sociales, están vinculadas a luchas sociales y políticas más amplias en la sociedad y que tales luchas poseen un alcance global. Aquí el desarrollo de una conciencia crítica permite a los estudiantes teorizar y reflejar críticamente sobre sus experiencias sociales; también traducir el conocimiento crítico en activismo político. Una pedagogía socialista –o pedagogía revolucionaria crítica– involucra activamente a los estudiantes en la construcción de los movimientos sociales de la clase trabajadora. Reconocemos que construir alianzas interétnicas y raciales entre la clase trabajadora no ha sido una tarea fácil de emprender en años recientes. Los educadores críticos estimulan la práctica del activismo comunitario y las organizaciones de base entre estudiantes, maestros y trabajadores. Ellos están comprometidos con la idea de que la tarea de superar los antagonismos existentes solamente se logrará a través de la lucha de clases, mapa de la ruta para salir de la amnesia histórica.

Apoyo una pedagogía socialista que sigue la lucha de toda la vida de Marx, de liberar el trabajo de su forma mercantil dentro de relaciones de intercambio y trabajar por su valoración como un valor de uso para el autodesarrollo de los trabajadores y su autorrealización. Me impacta el que exista tanto talento y brillantez entre la izquierda educativa, pero la visión muchas veces es demasiado estrecha y, frecuentemente, de mente corta y ocasionalmente perniciosa. Si hubiera un momento para asumir seriamente nuestro papel en el mundo de la política global, ese es ahora. La izquierda tiene muchos desafíos nuevos que enfrentar hoy y muchas cuestiones han sido planteadas ante nosotros que necesitan ser orientadas con una nueva urgencia. Únicamente se puede esperar que se traten estos problemas seriamente. Como Marx ha dicho, “frecuentemente la única respuesta posible es una crítica a la cuestión y la única solución es negar la cuestión”. Creo que la revolución socialista puede lograrse mediante una lucha democrática, infundiendo democracia formal enfocada a los derechos políticos. Desde mi punto de vista, no puede haber democracia sustantiva sin democracia formal. Necesitamos de ambas. Hoy, cuando los obstáculos son tan altos, espero que podamos movernos más allá ad hominem y de la crítica mal intencionada entre unos y otros, con el fin de abrazar un nuevo imaginario político dedicado a la lucha por la liberación humana. Mientras es cierto que Marx describió a los seres humanos como ensambles de relaciones sociales, el sistema de valores de Marx estaba basado en un criterio inherente o interno y no en un criterio impuesto, externo. En su Tesis sobre Feuerbach, Marx afirmó ciertos atributos de todos los seres humanos y la existencia de una naturaleza humana común, en el sentido de que todos los seres humanos son seres sociales, económicos, políticos y morales. Como Ferraro apunta, el humanismo de Marx hizo posible la ciencia de Marx. Necesitamos unirnos por aquello que todos compartimos, nuestra humanidad común. Y necesitamos aprovechar esta humanidad común para profundizar en nuestra comprensión científica y filosófica del mundo, no para interpretarlo, sino, como Marx sostuvo, para cambiarlo.

 

Traductor: Rafael Díaz Borbón.
Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Bogotá, Colombia.

 

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1 Esta entrevista fue publicada originalmente en inglés en Redie con el título en español “El sentido de la pedagogía crítica en la era de la globalización después del 11 de septiembre de 2001. Entrevista a Peter McLaren” (http://redie.ens.uabc.mx/vol3no2/contenido-coral.html). Fue traducida al español por Rafael Díaz Borbón y publicada en dos partes en la revista Opciones Pedagógicas de Colombia. Esta versión en español tiene la novedad de incluir algunas precisiones hechas por Peter McLaren, posteriores a la publicación de la entrevista en Internet, y comentarios nuevos a la versión en español hechos por el entrevistado. La edición de esta versión actualizada de la traducción al español de la entrevista fue revisada por Graciela Cordero Arroyo y Kiyoko Nishikawa Aceves.

2La Redie agradece a la revista Opciones Pedagógicas (Colombia) por permitirnos publicar la traducción de esta entrevista, tomada de sus números 25 (edición especial) y 26 de 2002.

3Esta pregunta de Lucía Aguirre Muñoz y su respectiva respuesta por Peter McLaren fueron agregadas en marzo de 2003.

Para citar este artículo, le recomendamos el siguiente formato:

Aguirre, L. C. (2003). El sentido de la pedagogía crítica en la era de la globalización después del 11 de septiembre de 2001. Entrevista a Peter McLaren (Versión en español actualizada). Revista Electrónica de Investigación Educativa, 5 (1). Consultado el día de mes de año en:
http://redie.uabc.mx/vol5no1/contenido-coral2.html