Revista Electrónica
de Investigación Educativa
Vol. 16, Núm. 1, 2014
La
evaluación docente en la agenda pública
Minerva Nava Amaya (*)
minava100@hotmail.com
Mario Rueda Beltrán
(*)
mariorb2012@gmail.com
(*) Instituto de Investigaciones
sobre la Universidad y la Educación
Universidad Nacional Autónoma de México
Circuito Cultural
Universitario
Coyoacán, C. P. 04510
México, Distrito Federal, México
(Recibido: 30 de julio
de 2012; aceptado para su publicación: 5 de septiembre de 2013)
Resumen
El artículo analiza la evaluación del desempeño docente
como tema en la agenda pública y señala el papel que en ello han
tenido los medios de comunicación. Propone incorporar a la discusión
elementos aportados desde las experiencias en el campo de la investigación,
a fin de abordar el tema de manera documentada y analítica. Considerando
las disparidades del panorama educativo, se señala la necesidad de dotar
al docente de las condiciones indispensables para su adecuado desempeño,
como un requerimiento previo a la evaluación. Para el diseño e
interpretación de resultados, la evaluación debe considerar la
diversidad de perfiles, contextos institucionales, socioculturales y económicos
en los que se ejerce la docencia. Por último, la investigación
resalta algunos aspectos a considerar para orientar el diseño de políticas
y acciones en favor de la mejora del desempeño y la evaluación
docente.
Palabras clave: Evaluación del docente, docencia, evaluación
formativa.
I. Introducción
En México, particularmente en fechas recientes, el tema de la evaluación
docente se ha posicionado como una inquietud social en cuya discusión
se han involucrado diferentes actores. Esta inquietud surge a raíz de
los resultados obtenidos por los alumnos en las pruebas estandarizadas nacionales
e internacionales. Dado que la evaluación del desempeño docente
es indudablemente un tema prioritario en la educación básica,
es necesario que la discusión al respecto se fundamente con información
que brinde elementos para un análisis exhaustivo y sistemático.
Los medios masivos de comunicación han contribuido de forma importante
a posicionar a la evaluación del desempeño docente dentro del
interés público, frecuentemente desde una perspectiva que apunta
al docente como el elemento determinante en los resultados obtenidos en las
pruebas como ENLACE (Evaluación Nacional del Logro
Académico en Centros Escolares) y PISA (Programa
Internacional para la Evaluación de Estudiantes), así como a responsabilizarlo
del rendimiento del alumno en general.
Un ejemplo de la forma en que los medios de comunicación han atraído
el interés público sobre el desempeño y la evaluación
docente es el documental “De panzazo”, promovido mediante una intensa
difusión por la asociación civil Mexicanos Primero. En él
se enfatizan las carencias del sistema educativo mexicano, destacando las deficiencias
pedagógicas y profesionales de los docentes de educación básica.
El documental fue objeto de polémica, suscitando tanto comentarios que
compartían la misma perspectiva, como otros que cuestionaban su enfoque
y conclusiones. Un ejemplo al respecto es la opinión de Solórzano
(2012), quien señaló que:
La decisión de los directores (del filme) de concentrarse sólo en la figura del maestro no sólo sería legítima sino –en términos narrativos– sensata. Pero hay una diferencia enorme en presentar a esa figura como una de las innumerables aristas del problema, y en concluir que es el problema mismo. (p.81).
En los estudios de opinión
difundidos por los medios de comunicación también suelen enfatizarse
las carencias del desempeño docente. Ejemplo de ello es el estudio denominado
“Perspectivas OCDE: México políticas
clave para un desarrollo sostenible” (2010), los resultados enfatizados
por los medios fueron aquellos respecto a que México ocupa el primer
lugar del índice de países participantes donde el director del
plantel reportó que la falta de preparación, retardos y ausentismo
obstaculizan la instrucción en la escuela. De acuerdo a los directores
de los planteles participantes, el 70.2% de los docentes evidencia falta de
preparación pedagógica, el 67.5% está en situación
de ausentismo, y los retardos son conductas recurrentes en 69.2% de los maestros.
Pero no sólo los medios de comunicación colocan a los docentes
en el foco de la atención, también lo hacen los organismos civiles
y empresariales. Como ocurre en el sondeo de opinión realizado en el
2012 por el Instituto de Fomento e Investigación Educativa (IFIE),
en el que participaron 3,156 docentes de todo el país. Algunos resultados
indicaron que los maestros mexicanos de enseñanza primaria y secundaria
leen menos que la media nacional y un 41% de ellos no recuerda el título
del último libro que leyó. Este tipo de información suele
ser utilizada para establecer relaciones que de forma implícita simplifican
la complejidad de la práctica educativa, al vincular al desempeño
del docente con sus hábitos de lectura.
Aunado a lo anterior, la difusión que hacen los medios de comunicación
respecto a la participación de los docentes en los movimientos gremiales
–marchas y mítines– y la vinculación de estos movimientos
con la suspensión de clases, propicia cuestionamientos y preocupaciones
sociales sobre el desempeño docente. Si bien estos cuestionamientos son
pertinentes, para abordarlos de manera adecuada es necesario elaborar una discusión
documentada, que permita dimensionar apropiadamente los elementos que se hallan
implicados en el desempeño del docente, a fin de que las decisiones en
torno a su evaluación no sean tomadas a partir de conclusiones reducidas
y superficiales.
El desempeño docente y sus condiciones institucionales
Para analizar las implicaciones del desempeño del docente es indispensable
incluir las condiciones particulares en el que éste se desarrolla, pues
se ha señalado que el desempeño docente está estrechamente
vinculado con las condiciones institucionales en la que se ejerce (Desatnik,
2009). Entre los elementos que condicionan la labor del docente se encuentran
su propia formación profesional, las oportunidades y los procesos de
actualización pedagógica y desarrollo profesional, los recursos
materiales y tecnológicos con los que cuenta, la infraestructura, las
condiciones de equidad e inclusión de los alumnos, así como los
planes y programas de estudio.
Existe un abanico muy amplio de condiciones en las que los docentes se desempeñan.
Como ejemplo de esta variedad de contextos y condiciones, se reporta que respecto
a los servicios básicos, en las primarias más de una quinta parte
carece de agua, 7% carece de energía eléctrica, 7% carece de baños
y 2% no tiene aulas. Mientras que el 72% de las primarias generales dispone
de los cuatro servicios básicos, la quinta parte de las escuelas indígenas
y 16% de las comunitarias carece de ellos (INEE, 2012).
Sobre los servicios básicos en las secundarias: 26% no cuenta con agua,
8% no tiene baños, 5% carece de energía eléctrica y 4%
no dispone de aulas. En cuanto a los servicios de cómputo, se registra
que el 87% de las primarias de Sonora y el Distrito Federal tiene al menos una
computadora destinada al uso educativo, mientras que en Chiapas y Guerrero sólo
dos de cada 10 escuelas cuentan con este recurso. También se reporta
que sólo 30% de las primarias indígenas y 8% de las comunitarias
tienen una computadora para fines educativos, con conexión a Internet.
En cuanto a las secundarias, mientras que 84% de las escuelas generales y técnicas
cuentan con al menos un equipo de cómputo, sólo 68% de las telesecundarias
y 16% de las secundarias comunitarias cuentan con este recurso (INEE,
2012).
La formación y el perfil de los docentes de educación básica
también son muy diversos. Por ejemplo, se ha reportado que los docentes
de primaria que laboran en escuelas rurales e indígenas son más
jóvenes, tienen menor experiencia y menos acceso a programas de compensación
salarial, como el de Carrera Magisterial.
Las condiciones institucionales hacen que los maestros requieran desempeñarse
en más de una actividad dentro de la escuela; por ejemplo, en cuatro
de cada 10 escuelas de nivel preescolar una sola educadora atiende a todos los
niños y, además, funge como directora del plantel. En las comunidades
rurales es frecuente que los preescolares sean multigrado, y un solo docente
atiende a niños de diferentes niveles.
En cada cinco telesecundarias, uno o dos maestros se hacen cargo de atender
a los estudiantes de los tres grados y, al mismo tiempo, realizan las actividades
propias de la dirección escolar. En ocasiones sus actividades administrativas
hacen que se ausenten de la escuela y suspendan actividades escolares.
Las condiciones bajo las cuales están contratados los docentes también
son variadas. En las secundarias 5 de cada 10 profesores están contratados
por horas y en las técnicas 3 de cada 10, lo que dificulta el trabajo
colegiado y obstaculiza su participación en procesos de formación
continua y desarrollo profesional. En los últimos años ha habido
un decremento considerable en el número de docentes contratados por tiempo
completo, tres cuartos de tiempo o medio tiempo, mientras que la cantidad que
trabaja por horas ha aumentado notablemente (INEE, 2012).
Esto datos son ejemplo de desigualdad e inequidad que prevalecen en la educación
básica. Dado que las condiciones contextuales inciden en el desempeño
docente y en los resultados educativos, es necesario hacer un alto y considerar
la urgencia de atender a la enorme disparidad del Sistema Educativo y dotar
de mínimos necesarios a los contextos donde se desempeña el docente,
como requisito previo a la evaluación. De no atenderlos, la evaluación
por sí misma no contribuirá en nada a mejorar el desempeño
docente y puede dar lugar a exclusión, señalamientos e inadecuada
toma de decisiones.
La evaluación, además, debe estar diseñada para considerar
la diversidad de perfiles, contextos socioculturales y económicos, modalidades
y niveles educativos, condiciones de infraestructura y equipamiento, así
como situaciones laborales en las que se ejerce la docencia. Dado que lo que
se evalúa es el desempeño docente, es necesario que se defina
cuál es el “buen desempeño docente” que se pretende
alcanzar y mantener, y las condiciones necesarias para propiciarlo.
II. Conceptos básicos en la evaluación del desempeño
docente
Dado que con la evaluación docente se pretende contribuir a consolidar
un “buen docente”, la “buena enseñanza” y el
“buen desempeño docente”, se requiere discutir sobre el sentido
y la finalidad de estas nociones. No se puede seguir aceptando la idea de que
un buen profesor es el que prepara para el examen (Bain, 2007).
Empezaremos por asumir que la categoría de “buen docente”
no es un concepto universal y homogéneo; es decir, incluye diferentes
perfiles, considera contextos socioculturales, abarca a maestros y maestras,
puede reflejar niveles o trayectorias formativas, por lo que no hay una única
forma de ser un buen docente.
Los maestros deben participar en la construcción de la noción
compartida de “buen docente”. Esta participación debe ser
impulsada por las instituciones y las políticas educativas, a fin de
que la noción refleje el conocimiento del profesor sobre los principios
en que debe basarse su ejercicio profesional (UNESCO,
2000). También es importante definir, con la participación de
los docentes, la “buena enseñanza”, evitando el uso de una
noción cerrada y reducida que se preste a homologar prácticas,
reducir la autonomía de los docentes, limitar su creatividad y dificultar
la adaptación a contextos diferentes (Barrera y Myers, 2011).
Cuando se establece un único modelo de “buena enseñanza”
se elimina la posibilidad de la diversidad, de la creatividad, la innovación
y la flexibilidad, por lo que es necesario admitir, en substitución a
esta categoría, la noción de “buenas prácticas docentes”,
de tal forma que se considere la existencia de distintas rutas para el ejercicio
profesional docente y al mismo tiempo se privilegie la función del profesor
como generador de ambientes formativos.
Los ambientes formativos requieren de una deconstrucción y reconstrucción
del rol del docente como coordinador, guía, mediador, facilitador de
interacciones en el proceso de aprendizaje; orientado a educar, formar integralmente,
atender las necesidades e intereses de aprendizaje de los estudiantes, manejar
conocimientos sobre los temas que se trabajan, poner en práctica situaciones
didácticas y contar con los elementos pedagógicos para favorecer
el aprendizaje. Aunadas a esta reconstrucción del rol del docente, deben
diseñarse políticas públicas que contribuyan al reconocimiento
social del docente, a su valoración y respeto. (UNESCO,
2007).
Es necesario reconocer y validar la diversidad de los perfiles docentes y de
las buenas prácticas docentes. Deben atenderse las condiciones en las
que el docente desarrolla su labor para que se que favorezcan su desempeño.
Estas condiciones deben traducirse en escuelas y aulas dignas, bien equipadas,
con servicios básicos, bibliotecas, materiales y recursos didácticos,
condiciones laborales apropiadas, salarios, estímulos, formación
y actualización pedagógica y profesional, entre otros. Mientras
que estas condiciones no sean solventadas, las evaluaciones que se realicen
no tendrán un impacto positivo para los docentes, los alumnos, ni para
las instituciones.
III. Consideraciones para la evaluación del desempeño
docente
La evaluación del desempeño docente en educación básica
tiene un desarrollo reciente. Una de las referencias importantes es el Programa
de Carrera Magisterial. La Secretaría de Educación Pública
(SEP) y el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la
Educación (SNTE) asumieron la responsabilidad del
Programa y, más que evaluar al docente, operó a partir de 1993
como un programa de promoción salarial con base en seis factores: el
grado de estudios (15%), antigüedad (10%) y actualización docente
(17%), desempeño profesional (10%), preparación profesional (examen
de conocimientos, 28%) y aprovechamiento escolar de los alumnos (20%) (Ruiz,
2003).
Pese al énfasis y a los recursos otorgados al Programa de Carrera Magisterial,
su utilidad ha sido cuestionada frecuentemente, debido a que no hay evidencia
de que tenga un impacto positivo en el aprovechamiento de los alumnos (Santibáñez
et al., 2006). A ello coadyuvan los mecanismos y procedimientos con los que
opera el programa, en los que se denomina como evaluación a acciones
cuya finalidad es meramente administrativa para fines de promoción y
permanencia de los docentes en el sistema educativo.
Por decreto reciente (DOF, 02/2013) ha quedado establecido
que la evaluación docente en educación básica estará
normativamente a cargo del INEE y que será el Servicio
Profesional Docente quien establecerá las reglas para que el mérito
profesional sea la única forma de ingresar, permanecer y ascender como
maestro, director o supervisor.
Un elemento sustantivo para el diseño de la evaluación docente
es definir si el indicador a considerar es el desempeño propio de los
docentes o el desempeño de los alumnos. El argumento de evaluar a los
maestros con base en los resultados de evaluación de sus alumnos se sustenta
en el principio que establece que un buen docente es aquél que logra
que sus alumnos aprendan. Esta lógica deja de lado la evidencia de que
los resultados de los alumnos en las pruebas estandarizadas son producto de
diversos factores, muchos de los cuales se encuentran fuera del control del
docente y de la escuela.
De las experiencias en el campo profesional de la evaluación, es posible
resaltar algunas consideraciones para orientar el diseño de políticas
y acciones institucionales en favor de apoyar el desempeño docente y
su evaluación:
IV. Conclusión
Por medio de la evaluación formativa se busca dar respuesta a preguntas
como: ¿Qué significa ser docente? ¿Cómo es el desempeño
docente ideal? ¿Qué dificultades existen para ejercer la docencia?
¿Cómo es el desempeño pedagógico de los docentes?
¿Cómo interaccionan los docentes con los alumnos? ¿Conocen
los docentes los niveles de aprendizaje de sus alumnos y los mapas de progreso
que deberán recorrer estos? ¿Las actividades de aprendizaje que
se desarrollan en el aula favorecen la construcción de aprendizajes?
(Cisneros-Cohernour y Stake, 2012).
La evaluación al final de un proceso, permite determinar los niveles
de rendimiento y valorar los productos obtenidos y la calidad de los mismos.
Busca responder a preguntas como: ¿Se lograron los resultados esperados?
¿Cuántos docentes obtuvieron los estándares acordados?
¿Cuántos la certificación? ¿Qué logros se
alcanzaron por región y país? ¿Cumplió la evaluación
los propósitos planeados?, entre otros (Bezies, Elizalde y Olvera, 2012).
Las instituciones deben cumplir con los procesos de acreditación y/o
certificación. Generalmente se emplea el término “acreditación”
para referirse a las instituciones y el término “certificación”
para referirse a los individuos. La “certificación” es una
función social ineludible que las instituciones educativas deben cumplir.
Es necesario que las instituciones indiquen qué docentes han logrado
los conocimientos y competencias estipulados.
Deben emplearse distintos tipos de evaluación. Un ejemplo es la autoevaluación,
que es aquella que hace el mismo maestro sobre su desempeño, a fin de
criticar su práctica y reorientar sus acciones para mejorar. También
es útil la coevaluación donde se busca compartir experiencias,
identificar fortalezas y situaciones problemáticas para construir en
conjunto posibles acciones de mejora individual y colectiva. En la heteroevaluación
participan otros actores educativos que proporcionan apoyos diversos a la evaluación
de la práctica docente (De Diego y Rueda, 2012).
El diseño y la interpretación
de la evaluación y sus resultados debe ser coherente con la intención
fundamental de la evaluación, que es contribuir a mejorar las opciones
formativas de los docentes y contar con información para impulsar políticas
públicas para mejorar la educación (Darling-Hammond, 2012).
Es importante que el desempeño docente sea una preocupación social,
presente en la opinión pública, pero su discusión debe
ser documentada y sistemática, considerando elementos que los medios
de comunicación –dado el matiz efímero con el que manejan
la información– no abordan, simplificando las implicaciones tanto
de los resultados educativos, como del desempeño docente y de su evaluación.
La evaluación es un proceso indispensable en la educación, pero
la presencia de profundas desigualdades e inequidades tanto en la sociedad como
en el sistema educativo hacen que antes que evaluar, sea necesario allanar el
terreno para propiciar circunstancias en las que el docente pueda desempeñarse
adecuadamente. La evaluación es una oportunidad no sólo para aclarar
lo que se quiere del profesor, sino también para revisar las condiciones
que tiene para cumplir el rol que se le demanda. Es necesario que cada actor
implicado en la educación colabore en la construcción de estas
condiciones, algunas a cargo de la propia institución, otras a cargo
indudablemente del Estado, quien tiene la obligación de generar las políticas
necesarias para que las condiciones educativas sean adecuadas y para que la
evaluación sea justa e incida efectivamente en la mejora del desempeño
del profesor.
Los resultados de la evaluación de los docentes deben analizarse conjuntamente
con los resultados de las evaluaciones de los demás componentes del sistema
educativo. La finalidad es tener un panorama amplio en el cual dimensionar adecuadamente
el papel, las responsabilidades y necesidades no únicamente del docente,
sino también del resto de los componentes y actores involucrados, y de
las posibilidades que cada uno tiene para que el desempeño de los docentes
sea optimizado.
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Para citar este artículo,
le recomendamos el siguiente formato:
Nava, M. y Rueda, M. (2014). La evaluación docente en la agenda pública.
Revista Electrónica de Investigación Educativa, 16(1),
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http://redie.uabc.mx/vol16no1/contenido-nava-rueda.html