Revista Electrónica de Investigación Educativa
Vol. 16, Núm. 2, 2014
Violencia escolar: reflexiones 
  
  sobre los espacios de ocurrencia
Elaine Prodócimo 
  (*)
  elaine@fef.unicamp.br
  Rosiane Gonçalves Coelho Silva (*)
  rosiane.silva6@hotmail.com
Raquel Rodrigues Costa 
  (*)
  raquelrodrigues_edf@yahoo.com
Paulo Vitor Bognoli 
  Mattosinho (*)
  pmattosinho@uol.com.br
(*) Universidade Estadual de Campinas
(Recibido: 5 de noviembre de 2013; Aceptado: 23 de mayo de 2014)
Resumen
  
  El estudio tiene como objetivo analizar los espacios de ocurrencia de agresiones 
  en la escuela desde el punto de vista de los sujetos que las sufrieron, presenciaron 
  o cometieron tales actos; también comprender y reflexionar acerca de 
  las dinámicas de las relaciones establecidas en estos contextos. Fue 
  realizada una investigación con 2.793 estudiantes de 17 escuelas públicas 
  de 8 estados brasileños. Fue aplicado un cuestionario elaborado por investigadoras 
  de la Universidad de Lisboa. Los resultados obtenidos apuntan para un mayor 
  predominio de agresión en las clases, seguida del recreo. Hubo predominio 
  de agresiones individuales. Los alumnos permanecen la mayor parte del tiempo 
  escolar en las clases, se espera que este sea un espacio donde ocurran conflictos 
  o inclusive actos violentos, sin embargo, hay una presencia constante del profesor 
  y un reducido número de estudiantes, lo que demuestra que los actos son 
  practicados en la presencia del adulto responsable por el grupo.
  
  Palabras clave: Violencia escolar, aula, escuela.
  
  I. Introducción
  
  Estudios referentes a la violencia escolar y al bullying señalan el recreo 
  y las aulas como los lugares de mayor incidencia (Fante, 2005; Cerezo y Ato, 
  2010; Mateo, Ferrer y Mesas, 2009). Entre las causas de estos sucesos durante 
  el recreo se tiene menor vigilancia por parte de los adultos durante este período, 
  la mayor densidad de población en un mismo lugar y la diferencia de edad 
  entre los alumnos que se agrupan, con intereses distintos y con disputa de espacios. 
  Además, el hecho de que los alumnos permanezcan horas sentados durante 
  las clases hace del recreo un momento de “derroche de energía”, 
  lo que acaba provocando peleas. Evidentemente este es un espacio que necesita 
  intervención para que la situación no continúe repitiéndose, 
  aunque el lugar que realmente inquieta o preocupa es, principalmente, la clase, 
  ya que los profesores señalan que los alumnos pelean y se insultan durante 
  este período, y los estudios demuestran que, cada vez más, el 
  salón de clases se presenta como lugar de agresiones, principalmente 
  entre los estudiantes de la “Enseñanza Fundamental” del 6o. 
  al 9o. año y de la “Enseñanza Media” (Cerezo, 2009). 
  
  
  Saber qué perciben los alumnos sobre las agresiones que ocurren en la 
  escuela puede ayudar a dirigir las actividades y pensar en alternativas. El 
  objetivo de este estudio es analizar los lugares y las formas en que ocurren 
  las agresiones en la escuela bajo el punto de vista de los alumnos, e intentar 
  comprender y reflexionar sobre las dinámicas de relaciones que se establecen 
  en los espacios escolares. 
  
  II. La violencia escolar
  
  Sobre la agresividad y la violencia, fenómenos que se confunden con facilidad, 
  Cruz y Carvalho (2006) se manifiestan de la siguiente manera: 
A agressividade é utilizada pela violência, mas é diferente dela. (...) as expressões da agressividade humana nem sempre são violentas. Como nem todo conflito traz em si a idéia de destruição do outro, mesmo que contenha agressividade (física ou não), a ação agressiva nem sempre é sinônimo de violência. É na sutileza da transformação qualitativa que o conflito se expressa em negatividade e, em caso extremo, no conflito violento. (p. 123).
La agresividad es inherente al ser humano aunque no siempre se convierta en violencia. Se caracteriza como un impulso para la acción, y ese impulso puede convertirse en violencia dependiendo de la manera como sea manifestado, o incluso por el deseo que lo mueve. Cuando la intención es causar daño los actos son considerados como violentos. Sobre la violencia escolar, Del Rey y Ortega (2001), señalan:
Existe violencia escolar cuando una persona o grupo de personas del centro se ve insultada, físicamente agredida, socialmente excluida o aislada, acosada, amenazada o atemorizada por otros que realizan impunemente estos comportamientos y actitudes. Si estos comportamientos no son puntuales sino que se repiten, la víctima se ve envuelta en una situación de indefensión psicológica, física o social, dada la disminución de autoestima, seguridad personal y capacidad de iniciativa que le provoca la actuación de sus agresores, la ausencia o escasa ayuda del exterior y, la permanencia en el tiempo en esta situación social (p. 134).
 También en el contexto escolar, además de la violencia que es 
  visible –incluso en los noticiarios–, y que impacta, hay otras, 
  entre ellas las ocasionales, provocadas por disputas o por los llamados “malentendidos” 
  y otras mucho más sutiles que frecuentemente no son percibidas pero que 
  se encuentran presentes, como las exclusiones sociales. Entre estas formas sutiles 
  se encuentran aquellas que son realizadas en momentos en los que hay poca vigilancia 
  de adultos o por medio de acciones que, a los ojos de éstos, no se configuran 
  como agresiones o amenazas por ser confundidas con juegos o formas de relaciones 
  sociales entre los integrantes de los grupos. Esas acciones pueden ser puntuales, 
  esporádicas o continuas, en relación a una misma persona que se 
  ve intimidada por uno o más colegas y sin posibilidad de reacción 
  por el desequilibrio de fuerzas que se establece, configurándose lo que 
  la literatura denomina bullying (Cerezo, 2009; Díaz-Aguado, 
  2005; Velázquez-Reyes, 2005; Musitu, Estevez, Jimenez y Veiga, 2011). 
  
  
  Las dos situaciones descritas, tanto las agresiones puntuales como las persistentes, 
  son situaciones que ocurren en la escuela y que requieren ser analizadas, pues 
  revelan problemas en las relaciones sociales establecidas. Es cierto que los 
  contextos sociales desencadenan conflictos que son, además, saludables, 
  ya que demuestran diferencias de opiniones y de actitudes, como debe ser en 
  contextos relacionales. Sin embargo, los comportamientos violentos no se configuran 
  como necesarios, y pueden significar que el diálogo u otras formas consideradas 
  adecuadas y saludables para resolver los conflictos no obtuvieron éxito 
  o ni siquiera fueron accionadas.
  
  En el contexto escolar el aula se presenta como el espacio en el que los alumnos 
  permanecen durante más tiempo y, en general, se caracteriza por la presencia 
  constante de un adulto o profesor. Otros ambientes –como el patio, la 
  pista deportiva o el comedor– son frecuentados más ocasionalmente 
  o por períodos de tiempo más cortos. No obstante, a pesar de esta 
  característica, el patio de recreo ha sido señalado como el lugar 
  donde más suceden los casos de violencia (Fante, 2005). Este lugar se 
  justifica especialmente por ser un espacio en el que la supervisión es 
  menor, donde se encuentran más alumnos que en las clases y con un número 
  menor de adultos, e incluso, muchas veces, sin formación en el área 
  de educación, son trabajadores de la escuela que supervisan el recreo 
  (Prodócimo y Recco, 2008). Es un espacio en el que los alumnos quedan 
  libres, sin actividades dirigidas y con compañeros de diferentes edades, 
  ya que el intervalo normalmente ocurre dentro de la rutina escolar conjuntamente 
  para todos los cursos. Éste también es un espacio de disputa de 
  poder (Mandarino, 2002) por la mejor ubicación, por los materiales disponibles 
  o por la atención de los compañeros. Todos estos factores contribuyen 
  para que este momento de la rutina escolar sea en el que más casos de 
  agresiones ocurren. Según algunos autores hay una tendencia a que las 
  agresiones físicas ocurran durante el recreo, mientras que las agresiones 
  verbales ocurren principalmente en las aulas (Díaz-Aguado, 2005; Musitu 
  et al., 2011). 
  
  La clase se constituye como el espacio en que roles y expectativas se presentan, 
  y de acuerdo con estas expectativas y las relaciones que se establecen el clima 
  entre los sujetos presentes, tanto alumnos como profesores, puede ser positivo, 
  amistoso, o no serlo, propiciando un espacio para la indisciplina o las agresiones. 
  El clima escolar es definido por Ferrer, Ruiz, Amador y Orford (2011, p. 2) 
  como el “conjunto de percepciones subjetivas sobre las características 
  del centro y del aula, así como la relación profesor-alumno y 
  entre compañeros de clase, lo cual se relaciona con la integración 
  escolar y el sentimiento de pertenencia a este entorno”. Aunque haya, 
  según Waasdorp, Pas, O’Brennan y Bradshaw (2011) discrepancias 
  en cuanto a la percepción del clima escolar por parte de los adultos 
  y de los estudiantes, y por aquellos que son o no señalados como víctimas 
  por los colegas, esa percepción influye directamente en el sentimiento 
  de seguridad y pertenencia al grupo. Según Ferrer et al. (2011) las víctimas 
  de violencia presentan una percepción negativa del clima escolar y se 
  sienten menos vinculadas a la escuela. Garantizar que la escuela tenga un ambiente 
  acogedor, donde tanto alumnos como adultos se sientan seguros, puede disminuir 
  los casos de violencia (Velázquez-Reyes, 2005).
  
  III. Metodología
  
  Se realizó una investigación por medio de un cuestionario en 17 
  escuelas públicas de 8 estados de Brasil: São Paulo, Rio de Janeiro, 
  Paraná, Rio Grande do Sul, Mato Grosso, Goiás, Pará y Acre. 
  
  
  Participaron en el estudio 2.793 alumnos, siendo 1,498 chicas, 1,287 chicos 
  y 8 sujetos que no se identificaron en cuanto a género. Los sujetos cursaban 
  “Enseñanza Fundamental” del 6o. al 9o. año y “Enseñanza 
  Media”, de 1o. a 3o., comprendiendo un total de 7 clases cada escuela, 
  según se presenta en la Tabla I, con los respectivos datos sobre la cantidad 
  de alumnos en cada año escolar. 
Tabla I. Cantidad de sujetos por año de escolaridad
  
  
Ese nivel de escolaridad se refiere 
  a las edades comprendidas entre 11 y 17 años aproximadamente, aunque 
  en este estudio hubo casos de alumnos repetidores. La media de edad fue de 14.6 
  años.
  
  El cuestionario aplicado fue desarrollado en la Universidad de Lisboa, por el 
  equipo Freire, Simão y Ferreira (2006) y fue adaptado para la Lengua 
  Portuguesa hablada en Brasil. Fue realizado un estudio piloto en una escuela 
  en la ciudad de Campinas, en el estado de São Paulo, Brasil, con el fin 
  de evaluar las adaptaciones hechas.
  
  El cuestionario consta de 6 partes: factores demográficos, en el que 
  se solicitan informaciones sobre el sujeto, aunque sin identificarlo; opinión 
  sobre el contexto escolar, con cuestiones abiertas; identificación de 
  situaciones de victimización, de observación y de agresión, 
  en que en cada una de las partes se registran 13 comportamientos violentos (empujar, 
  amenazar, humillar/burlarse, pegar, llamar con nombre ofensivo/insultar, levantar 
  calumnias, excluir del grupo, tirar cosas, herir a propósito, romper 
  objetos, tocar sin permiso, confabular u otras) y el sujeto que responde se 
  manifiesta como víctima, observador o agresor, contestando si sufrió, 
  observó o practicó alguno de los comportamientos de la lista en 
  las dos semanas anteriores a la aplicación del mismo, en caso de responder 
  positivamente a alguno de los ítems, se hace una descripción sobre 
  esa situación, donde consta el lugar (o lugares) en las que tal hecho 
  sucedió. Los lugares sugeridos en el cuestionario son: clase, patio de 
  recreo, pasillos y escaleras, comedor, espacios de Educación Física, 
  vestuario/baños, inmediaciones de la escuela y otros; y finalmente un 
  bloque de auto reflexión sobre el tema. El cuestionario comprende preguntas 
  cerradas, abiertas y también de múltiple respuesta y ya fue probado 
  en la población portuguesa de estudiantes.
  
  3.3 Procedimientos 
  
  La elección de las escuelas se produjo por aceptación de la participación 
  en el estudio. Los contactos fueron hechos por teléfono a partir de informes 
  obtenidos con la secretaría de educación de cada municipio participante. 
  En cada escuela se eligió una clase de cada curso escolar para la aplicación 
  del instrumento. Esta elección fue tomada por la dirección o coordinación 
  pedagógica que seleccionaba la clase según criterios propios como: 
  la clase que más parecía adecuarse al perfil del estudio, la clase 
  en la que la probabilidad de que el profesor aceptase fuese mayor, o incluso 
  la clase que estaba con profesor ausente. No hubo interferencia de los investigadores 
  en esta elección. 
  
  Los cuestionarios fueron realizados en la propia clase. Los sujetos tardaron 
  una media de 30 minutos para responderlo. Se daba una explicación inicial 
  sobre el estudio, sobre la garantía de anonimato y sobre la libertad 
  de participación, y los investigadores permanecían en la clase 
  durante el tiempo de contestación al cuestionario, auxiliando en casos 
  de duda. En la mayor parte de las escuelas el profesor responsable se retiraba, 
  dejando a los investigadores con el grupo. Los datos fueron analizados por medio 
  de análisis descriptivo.
  
  IV. Resultados 
  
  En este apartado fueron considerados los sujetos que sufrieron, observaron o 
  practicaron algún acto violento respondiendo afirmativamente al menos 
  a 1 de los 13 comportamientos apuntados en el instrumento. De los 2,793 sujetos 
  que respondieron al cuestionario, 1,613 sufrieron algún tipo de violencia 
  en la escuela, por lo menos una vez, eso corresponde al 57.75% del total de 
  los sujetos. Estos respondieron en qué lugar fueron agredidos, con un 
  total de 2,031 respuestas, el total de lugares supera al total de sujetos que 
  sufrieron violencia, ya que se podría dar más de una respuesta 
  para esta cuestión. De los 2,793 sujetos, 2,123 presenciaron algún 
  tipo de violencia, representando 76.01% del total de sujetos y fueron dados 
  por esas 3,050 respuestas sobre los lugares de ocurrencia. De entre los que 
  se identificaron como responsables de haber cometido algún acto violento: 
  1,132 de un conjunto de 2,793 alumnos (40.53%), y fueron obtenidas 1,593 respuestas 
  sobre el lugar de ocurrencia. 
  
  Entre los que sufrieron agresión, 211 no respondieron a la cuestión 
  sobre el lugar (13.08% del total de sujetos que sufrieron agresión); 
  entre los que observaron, 145 no respondieron (6.83% del total de sujetos que 
  observaron) y entre los que cometieron agresiones 88 no respondieron (7.77% 
  del total de sujetos que cometieron agresión). El mayor número 
  de respuestas entre los que observaron era esperado, no sólo por el hecho 
  de tener un mayor número de sujetos observadores, sino también 
  debido a la situación de que un mismo acto pudo ser observado por más 
  de un alumno en el contexto escolar. El mayor número de abstenciones 
  en relación a la respuesta de la parte de los que sufrieron está 
  justificado, entre otros motivos, por la coacción sufrida y la dificultad 
  de exponer tal situación. Los datos sobre la frecuencia de los lugares, 
  distribuidos por grupos de sujetos, se encuentran en la Tabla II. 
  
Tabla II. Frecuencia 
  y porcentaje de lugares de agresión divididos por grupos 
  de sujetos que sufrieron, observaron y cometieron agresión 
  
  
   
 
 El lugar con mayor número de ocurrencias para los que sufrieron la 
  agresión fue en las clases, con 38.11% de las respuestas, muy similar 
  al resultado obtenido entre los que cometieron, que apuntó el 38.86% 
  de ocurrencia en las clases. Entre los que observaron, el porcentaje se redujo 
  al 28.07%, lo que puede apuntar que los actos cometidos en el aula pueden ser 
  encubiertos incluso a los propios compañeros, que no los perciben. 
  
  Sobre el lugar de ocurrencia, algunos sujetos respondieron que sufrieron, observaron 
  o cometieron agresiones en ambos lugares, clases y recreo: entre los que sufrieron 
  agresiones, fueron 185 respuestas (11.46% del total de sujetos que sufrieron), 
  entre los que observaron fueron 314 respuestas (14.92% del total de sujetos 
  que observaron) y entre los que cometieron, fueron 188 respuestas (16.61% del 
  total de sujetos que cometieron). Llama la atención el mayor porcentaje 
  de sujetos que cometieron agresiones en ambos lugares. 
  
  Los datos obtenidos muestran una distribución de los lugares más 
  frecuentes (aula y recreo) por año de escolaridad, y fue posible percibir 
  que entre los que sufrieron agresiones hubo cierta oscilación entre los 
  dos espacios, con porcentajes similares en algunas series; entre los que observaron, 
  los sujetos del 6o. y del 7o. año presentaron un mayor índice 
  en el recreo, los de 8o. y 9o. año en el aula y nuevamente un mayor índice 
  en el recreo entre alumnos de 1o. y 2o. año; situación que se 
  repite con los sujetos que cometieron agresiones. En algunos casos hubo disminución 
  de acciones violentas al largo de los años de escolaridad. Los datos 
  obtenidos están presentados en la tabla III, siendo S los que sufrieron, 
  O los que observaron y C los que cometieron agresión.
Tabla III: Frecuencia y porcentaje de agresiones sufridas, observadas 
  
  y cometidas en el aula y en el recreo por año de escolaridad
  
  
Entre los que sufrieron y cometieron agresiones, fue analizada la ocurrencia individualmente o en grupo, comparando cada ambiente, conforme los datos presentados en la Tabla IV.
Tabla IV: Frecuencia y porcentaje de forma de agresión 
  sufrida 
  y cometida en aula, recreo y en ambos.
  
  
Con excepción de los que sufrieron agresión en ambos espacios 
  y que respondieron que la mayor frecuencia fue la agresión cometida por 
  un grupo, en todas las otras situaciones, las agresiones fueron principalmente 
  cometidas por un solo individuo. Hubo un alto porcentaje de abstención 
  de respuestas entre los que sufrieron agresión. 
  
  V. Discusiones 
  
  Sobre el salón de clases, Prieto-García (2005) señala: 
Es el espacio donde los alumnos además de conocimientos –aprenden a negociar, explícita e implícitamente, con los maestros y con sus pares para mantener la comunicación; relación donde las expresiones orales y de gesticulación tienen un gran significado porque representan una forma de interactuar. Dado que el aula es donde los adolescentes pasan la mayor parte del tiempo dentro de la escuela, también se convierte en el lugar en el que los abusos son parte de la vida cotidiana; para ellos cada oportunidad es buena para hacer sentir mal a sus compañeros por medio de bromas de mal gusto e insultos directos e indirectos. (p. 1015).
Se puede observar que si los actos violentos no son tan visibles para los compañeros, 
  pues hubo porcentaje más pequeña entre los observadores que entre 
  víctimas y agresores, no deben serlo tampoco para los profesores, que 
  no forman parte directamente de las dinámicas de relaciones establecidas 
  entre los alumnos.
  
  En este sentido se deberían hacer algunos análisis, como la búsqueda 
  de atribución de factores que puedan contribuir a este contexto de ocurrencia 
  de agresiones en las clases. Un mayor tiempo de permanencia podría explicar 
  el alto porcentaje de repuestas en este espacio; por otro lado, hay un número 
  reducido de alumnos y la presencia constante del profesor, lo que parece una 
  paradoja (Mateo, Ferrer y Mesas, 2009), ya que éste debería garantizar 
  la seguridad del local, manteniendo un buen clima relacional. Para Gómez-Nashiki 
  (2005) la violencia en el aula dejó de ser motivo de asombro o sorpresa 
  para tornarse normal, tantos los maestros como los alumnos han aprendido a vivir 
  con diferentes grados de violencia cotidianamente.
  
  Otra justificación de la no percepción de lo que ocurre por parte 
  del profesor, es que las agresiones verbales pueden ser muchas veces veladas, 
  hechas de manera discreta sin que el profesor lo perciba o, incluso, de forma 
  que al profesor le parezcan “bromas” entre amigos, formas de relaciones 
  comunes entre los jóvenes. Como afirman Del Rey y Ortega (2005, p. 808) 
  “el hecho violento siempre se oculta, porque el violento sabe que lo está 
  siendo”. Aunque también es posible que el maestro perciba lo que 
  ocurre pero hace como que no ve (Gómez-Nashiki, 2005; Prieto-García, 
  2005). Según Díaz-Aguado (2005) para los alumnos el profesor es 
  aquel que enseña un contenido y no el que trata cuestiones de relaciones 
  entre semejantes, aunque parte de ellos afirme que le contaría sus problemas 
  a un profesor en el que confiase. A pesar de que las situaciones de conflicto 
  o agresión ocurran en el aula sin que el profesor lo perciba, muchos 
  de los alumnos no tratarían este asunto con los docentes porque consideran 
  que el papel del profesor no es resolver sus problemas. 
  
  Datos obtenidos por Black, Weinles y Washington (2010) sobre las estrategias 
  utilizadas por las víctimas para combatir el bullying, revelan que éstas 
  no consideran que contarle lo que sucede a un adulto de la escuela sea una estrategia 
  eficiente. El profesor difícilmente es buscado para dar auxilio en caso 
  de agresión.
  
  La constitución del espacio de clase y la propuesta pedagógica 
  adoptada también favorecen el aumento de las manifestaciones violentas, 
  ya que los alumnos deben permanecer, la mayor parte del tiempo, sentados y en 
  silencio, sin que sean respetados sus intereses o necesidades. La mayor parte 
  de las clases se desarrollan dentro del aula y con dinámicas expositivas, 
  en las que los alumnos deben oír lo que el docente explica. Como afirma 
  Colombier, Mangel y Perdriault (1989, p. 68) “a violência nasce 
  da palavra emparedada” que tiene como sentido la imposibilidad de que 
  los estudiantes se expresen y sean escuchados y, en este caso, no sólo 
  la palabra es “emparedada” sino también el cuerpo, con la 
  imposibilidad de moverse. Esta situación genera un sentimiento de incomodidad 
  e insatisfacción que puede manifestarse por medio de actos violentos 
  dirigidos a los compañeros o incluso al profesor. Este mismo punto es 
  destacado por Gómez-Nashiki (2005), quien apunta que los profesores recurren 
  a la disciplina del cuerpo y del movimiento para que los estudiantes más 
  pequeños obedezcan las reglas de la escuela.
  
  Las condiciones ambientales también son posibles desencadenantes o favorecedoras 
  de la violencia. Algunos factores que pueden contribuir y que están presentes 
  en las escuelas son: ruido, calor y alta densidad de población. Hay muchas 
  escuelas en las que las clases son pequeñas, poco aireadas y con muchos 
  alumnos, y al manifestarse de forma conjunta provocan mucho ruido. Estas condiciones 
  impiden el bienestar necesario para el buen aprendizaje y la tranquilidad emocional.
  
  Otro factor se refiere a las características sociales de la clase. Según 
  Salmivalli y Peets (2011), los grupos varían en relación a la 
  respuesta dada a los comportamientos violentos. Cuando la clase apoya o no se 
  manifiesta en oposición a las acciones del agresor, refuerza su comportamiento, 
  mientras que cuando la clase apoya al que sufre el objetivo del agresor no es 
  alcanzado, pues no obtine el reconocimiento de sus compañeros. El papel 
  del profesor adquiere entonces extrema importancia, pues refuerza o no el comportamiento 
  del alumno agresor. Aunque como alerta Pereira (2005):
Os auxiliares da ação educativa também vivem por vezes momentos difíceis na escola, muitas vezes devido a uma má gestão do poder (tolerância excessiva ou prepotência) que, sendo percebida pelos alunos, os leva a não acatarem ordens ou a reagirem de forma agressiva. (p. 5).
Esta reacción puede darse en dirección al propio profesor o ser desplazada hacia otro compañero, y revela un clima escolar de disputas e incomodidad. Ferrer et al. (2011) concluyeron que la percepción del clima en la clase interfiere directamente en las actitudes disruptivas de los chicos, aunque no interfiere en los comportamientos de las chicas:
El ambiente de la clase, cuando es percibido de forma positiva –el alumnado se siente integrado y partícipe en la toma de decisiones, se siente valorado por el profesor, etc.– promueve o invita a los chicos, pero no a las chicas, a expresarse de acuerdo con las normas, mientras que una percepción o sentimiento negativo de su estancia en el aula parece que lleva implícito comportamientos fundamentados en la transgresión de las normas de convivencia (Ferrer et al., 2011, p. 10).
El segundo lugar más señalado por todos los grupos fue el recreo. 
  Datos que también coinciden con otros estudios internacionales (Cerezo 
  y Ato, 2010; Mateo, Ferrer y Mesas, 2009). Según Cerezo (2009), en un 
  estudio realizado en España, el espacio de clase fue descrito como el 
  lugar de mayor ocurrencia de actos agresivos, seguido por la entrada y pasillos 
  de acceso, y el patio de recreo en tercer lugar. En nuestro caso, el patio de 
  recreo fue el segundo con mayor ocurrencia, seguido por los pasillos y escaleras 
  para los que sufrieron y cometieron agresiones, y por las inmediaciones de la 
  escuela para los que observaron.
  
  Según Prodócimo y Recco (2008) este espacio escolar se organiza 
  por relaciones de poder bien definidas: la pista y la pelota (cuando está 
  disponible) son siempre utilizadas por los alumnos mayores, mientras que los 
  más pequeños realizan sus actividades en espacios o con materiales 
  alternativos. Esta relación de poder se manifiesta, muchas veces, por 
  medio de agresiones, que denotan menosprecio en relación a los más 
  pequeños o incluso en relación a las chicas. Observamos que el 
  deporte es una actividad bastante practicada durante el recreo, principalmente 
  por los más hábiles (y mayores), dejando a los menos hábiles 
  (además de a las chicas) el papel de espectadores del juego. Las filas 
  también son momentos en las que actos violentos y de provocación 
  ocurren con frecuencia. Según hemos observado, el poco tiempo que es 
  dado a los alumnos para merendar, hacer sus necesidades y jugar, causa cierta 
  ansiedad e irritabilidad. Se puede percibir también que el momento del 
  recreo es un momento ansiado por los alumnos que, tras permanecer algunas horas 
  sentados en sus pupitres, desean moverse, conversar, interactuar con los compañeros, 
  todo eso en un período de tiempo corto y de manera urgente. Jesuíno 
  (2011) describe el espacio del recreo y lo que ocurre con frecuencia:
No espaço muitas vezes desregulado e quase selvagem do recreio, a conflitualidade inter pares pode degenerar e degenera com frequência nos fenômenos de intimidação (bullying) física e/ou verbal, onde o exercício do poder recua para a sua expressão mais arcaica de força e arbitrariedade (Jesuíno, 2011, p. 96).
La forma de control presente durante el recreo favorece los comportamientos 
  violentos. En general hay supervisión de un monitor u otro funcionario 
  de la escuela que muchas veces no tiene la formación pedagógica 
  necesaria para lidiar con los alumnos. La forma de tratamiento en relación 
  con los conflictos está mucho más pautada en las conversaciones 
  y puniciones, y no en la búsqueda de la resolución entre los implicados 
  (Prodócimo y Recco, 2008). Los espacios del recreo no son valorados como 
  espacios pedagógicos y, por lo general, hay poca oferta de actividades 
  (Pereira, 2005) y poca intervención adecuada en este sentido.
  
  El acto violento es considerado por muchos de los que los cometen, como forma 
  de obtener estatus o poder en el grupo; es practicado en diferentes ambientes 
  con el fin de alcanzar diferentes “públicos”. Según 
  Roland (2010) en el caso de una situación específica de violencia 
  o bullying, el carácter proactivo de la agresión hace 
  que el autor reciba como recompensa el reconocimiento de su fuerza por la sumisión 
  de la víctima.
  
  Los otros lugares descritos por los sujetos presentaron una frecuencia más 
  baja que los dos anteriores, con porcentajes más altos para los pasillos 
  y las escaleras, inmediaciones de la escuela y espacios de Educación 
  Física, apareciendo el comedor y vestuarios/baños con los índices 
  más bajos. Estos espacios, exceptuando las clases de Educación 
  Física, se configuran con dinámicas semejantes al recreo, con 
  baja supervisión de los adultos. En el caso de las inmediaciones de la 
  escuela son, muchas veces, espacios no considerados por la gestión escolar, 
  ya que los hecho ocurren “de puertas para afuera”, aun así, 
  muchas de las agresiones que ocurren “de puertas para adentro” tienen 
  su origen en contextos de interacción ocurridos en el ambiente interno. 
  En muchos casos, como forma de lidiar con los problemas extra-muros interviene 
  la policía, por medio de la ronda escolar.
  
  Sobre la prevalencia de violencia entre los años de escolaridad, los 
  datos obtenidos concuerdan en parte con los datos de algunos estudios internacionales, 
  que destacan una mayor prevalencia de agresiones entre estudiantes con cerca 
  de 12 a 14 años (Mateo, Ferrer y Mesas, 2009) y una tendencia a la disminución 
  hasta convertirse en situaciones esporádicas a los 16 años, aproximadamente 
  (Cepeda-Cuervo, Pacheco-Durán, García-Barco y Piraquive-Peña, 
  2008). En este estudio hubo una ligera disminución en las agresiones 
  sufridas y cometidas en el recreo. En el aula, el mayor índice obtenido 
  para los 3 grupos del 9o. año coincide con la edad de 14 años, 
  obtenida también en el estudio de Mateo, Ferrer y Mesas (2009) citado, 
  aunque no hubo disminución significativa en los años siguientes 
  de escolaridad en el contexto estudiado.
  
  Sobre la forma de agresión sufrida o cometida de manera individual o 
  en grupo, fue posible percibir una mayor cantidad de agresiones por un solo 
  individuo. Esta situación también coincide con los datos internacionales 
  (Mateo, Ferrer y Mesas, 2009). Aunque las agresiones sean cometidas en mayor 
  porcentaje de manera individual, la presencia de compañeros como espectadores 
  se hace relevante, pues para el agresor es importante ser reconocido por sus 
  actos.
  
  VI. Conclusiones
  
  A partir de los datos obtenidos, se evidencia que el salón de clases 
  necesita mayor atención por parte de los gestores escolares, pues se 
  ha configurado como espacio de agresiones entre pares en los diferentes grados 
  de escolaridad y reconocido por gran parte de los alumnos. Deben planearse acciones 
  que busquen la mejora de la convivencia escolar, involucrando a los diferentes 
  actores en la escuela, no sólo a los estudiantes y profesores. También 
  merecen especial atención los espacios de recreo, como espacios pedagógicos 
  y no sólo como espacios libres, sino también como posibilidad 
  de estimulación de las relaciones personales, de aprendizaje conjunto, 
  incluso con compañeros de diferentes edades, de diferentes cursos.
  
  El alto porcentaje de las agresiones ocurridas en el aula invita a reflexionar 
  sobre la constitución de este espacio. ¿Habrán conseguido 
  las escuelas crear un clima sociable adecuado para el aprendizaje? ¿Habrán 
  encontrado los alumnos un espacio para la manifestación de sus sentimientos? 
  ¿Habrán encontrado un espacio en el que puedan ser reconocidos, 
  o necesitan buscar estrategias, como la agresión, para tener ese reconocimiento? 
  Como afirmamos anteriormente, muchas escuelas han “emparedado” el 
  cuerpo y la palabra de los alumnos, imposibilitando sus manifestaciones. Desde 
  esta perspectiva, se hace necesario comprender lo que está por detrás 
  de la violencia. Si el alumno actúa en busca de un refuerzo social, de 
  reconocimiento ante el grupo ¿Qué lo lleva a tal necesidad y a 
  manifestarla en forma de violencia? ¿No nos estará “diciendo” 
  por medio de sus actos que desea simplemente ser reconocido, y que si lo fuera 
  de otra manera, no sería necesario usar la violencia para alcanzar ese 
  fin?
  
  La inquietud manifestada por los jóvenes alumnos en la clase puede revelar 
  una protesta, tal vez inconsciente, señalando que algo necesita ser cambiado. 
  Están buscando respeto, espacio, necesitan ser vistos. Esa inquietud 
  les causa incomodidad a los responsables de las instituciones de enseñanza, 
  así como a los profesores que reclaman por el comportamiento de sus alumnos, 
  que interrumpe el funcionamiento de la clase. 
  
  También podían realizarse estudios sobre la influencia del espacio 
  físico de las escuelas sobre los comportamientos violentos. Se ven escuelas 
  con clases pequeñas, poco ventiladas, algunas veces usando como recurso 
  un ventilador para minimizar el calor aunque con ello aumente el ruido ambiental; 
  con un alto número de alumnos por curso, lo que genera una incomodidad 
  tanto para los alumnos como para los docentes. 
  
  Se debe pensar en programas de intervención para el desarrollo de un 
  contexto acogedor, solidario, y que al mismo tiempo satisfaga las necesidades 
  de los niños y de los jóvenes. No solo acciones directas en relación 
  a los agresores y victimas, sino también a todos los otros alumnos de 
  la escuela, ya que, como afirma Salmivalli y Peets (2010, p. 90), “influir 
  en la conducta de los compañeros de clase puede reducir las recompensas 
  que obtienen los agresores, y en consecuencia su primera motivación para 
  agredir”. Si los agresores buscan el reconocimiento y usan la agresión 
  para conseguir esto, es necesario pensar en qué aspecto de la dinámica 
  escolar puede influir para que este reconocimiento sea obtenido de otras maneras, 
  para que el uso de la violencia no sea necesario. 
  
  García y Madriaza (2005) al analizar por qué algunos sujetos considerados 
  violentos por sus semejantes dejaron de serlo, sugieren que la constitución 
  de un proyecto significativo es relevante en el proceso. Según los autores, 
  cuando los adolescentes sienten orgullo de sus conquistas, consiguen el reconocimiento 
  social por otros medios, “las experiencias y eventos que susciten una 
  nueva versión de sí mismos parecen ser las que le dan vida y sentido 
  a un proyecto en la adolescencia” (García y Madriaza, 2005, p. 
  37). La escuela podría ser un espacio en el que esos proyectos se constituyeran 
  haciendo posible a los alumnos la construcción de esa imagen de sí 
  mismos que se valora socialmente, favoreciendo la formación de una identidad 
  grupal. La clase podría constituirse como un espacio de reconocimiento, 
  mejorando el clima escolar y disminuyendo los actos violentos realizados en 
  esa búsqueda.
  
  Cabe mencionar la diferencia en los instrumentos utilizados para la recolección 
  de datos que resultan con diferencias en cuanto a la perspectiva de la violencia 
  escolar. La forma en que los datos son recogidos ocasiona dificultad para alcanzar 
  un consenso (Ortega, Sánchez, Ortega-Rivera, Del Rey, Genebat, 2005; 
  Mateo, Ferrer y Mesas, 2009) o incluso para comparar resultados. En este estudio 
  fue utilizado como instrumento un cuestionario respondido por los alumnos, este 
  instrumento conlleva restricciones, ya que trata una única perspectiva 
  y refleja la representación sobre lo que puede ser entendido como violencia. 
  Este instrumento puede ser utilizado en otras situaciones, sumándose 
  al análisis observacional de la realidad escolar y también de 
  recogida de datos sobre lo que los profesores piensan al respecto.
Agradecimiento
  
  La presente investigación contó con el apoyo de la Fundação 
  de Amparo a Pesquisa do Estado de São Paulo.
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Para citar este artículo, 
  le recomendamos el siguiente formato:
  
  Prodócimo, E., Gonçalves, R, Rodrigues, R. y Bognoli, P. V. (2014). 
  Violencia escolar: reflexiones sobre los espacios de ocurrencia. Revista 
  Electrónica de Investigación Educativa, 16(2), 1-15. 
  Recuperado de http://redie.uabc.mx/vol16no2/contenido-prodocimoetal.html