Revista
Electrónica de Investigación Educativa Lucía Coral
Aguirre Muñoz Instituto de Investigación
y Desarrollo Educativo Km. 103 Carretera
Tijuana-Ensenada, 22830 Obra reseñada
En esta obra los autores presentan
un diálogo que tiene lugar entre Veracruz, Murcia y Baja California,
lugares que sirven de escenario para un intercambio filosófico y pedagógico
sobre un tema de la mayor importancia en México: la educación
en los lugares en donde los recursos escasean, y permiten apenas la supervivencia.
El trabajo recoge testimonios de actores que participan directamente en el proceso
educativo: niños, jóvenes, maestros y padres de familia, directores
de escuelas; los programas de enseñanza-aprendizaje no se dejan de lado. Para citar este artículo,
le recomendamos el siguiente formato:
Vol. 15, Núm. 2, 2013
Ante el desamparo, una opción educativa humanista viable e
luciaguirre@hotmail.com
Universidad Autónoma de Baja California
Ensenada, Baja California, México
Gárate, A. y Ortega, P. (2013). Educar desde la precariedad. La otra
educación posible.
Mexicali: Centro de Enseñanza Técnica y Superior, 220 p.p.
Se hace una exhaustiva descripción del entorno, tanto natural como social
y económico, y se relatan los procesos educativos que llevan a confirmar
la posibilidad de construir otra educación a partir de las condiciones
de carencia, de necesidad, de la vida en la precariedad. Desde este lugar social
se establecen los rasgos de esta alternativa educativa que, a partir de circunstancias
difíciles, logra incorporar un mensaje de esperanza, conveniente en cualquier
educación, pero en este caso, cuando se trata de la existencia en la
escasez, emerge como una condición indispensable. Los autores se interrogan
sobre la naturaleza de la educación, y articulan su análisis a
partir de la teoría de la alteridad, por lo cual establecen que educar
implica hacerse cargo de las circunstancias y la realidad de vida del educando,
considerando a la totalidad de la persona, que ha de ser acogida en todo lo
que es.
Se utiliza la narrativa como método privilegiado para la presentación
de las problemáticas que enfrentan maestros y educandos, y para lograr
que el lector obtenga una visión desde dentro; con este recurso metodológico
se da cuenta de la acción, de la experiencia. Se presentan los testimonios
de diez maestros cuyo trabajo se ha realizado tanto en zonas rurales como urbanas,
pero siempre apartadas de las zonas en donde imperan las comodidades, y en estas
historias se describe la manera que cada quien ha encontrado de crear una oportunidad
para formar a los educandos, para abrirles la posibilidad de cambiar la vida.
En cada caso el relato se acompaña de una reflexión, de análisis
teórico: filosófico, antropológico, pedagógico.
Se explora la capacidad de contornar la fatalidad ligada a la escasez de recursos
económicos, a los problemas familiares, a las limitaciones existentes
en capital cultural y social.
Estas experiencias de educación fundada en la esperanza, tienen lugar
en las zonas vulnerables de Tijuana, Mexicali y Ensenada, en las que se atiende
a los hijos de jornaleros agrícolas, con niveles socioeconómicos
bajos, o con un entorno social negativo, en zonas urbanas marginales.
El trabajo articula las experiencias educativas con una exploración de
varios conceptos. Se parte de la necesidad de la esperanza, a partir de la consideración
de la finitud de la vida humana, y de la incertidumbre e inestabilidad de las
condiciones de vida. La esperanza se analiza como un sinónimo de la vida,
de la confianza, del amor, y antes que plantearse la contemplación o
la observación del mundo, se aboga por una espera activa, asociando la
espera a la construcción. Con esto, el texto crea una relación
de parentesco con Paulo Freire, quien establece la esperanza como una necesidad
ontológica. También se alinea en nuestro país con Pablo
Latapí. Sin esperanza no hay educación posible. Para analizar
esta temática se cuenta la historia de Arturo, un adolescente jornalero
agrícola y migrante, de 14 años de edad que nació en Villa
Guadalupe, Metlatónoc, en el estado de Guerrero, el municipio más
pobre de México. Abandonado por su padre, con su madre al frente y en
compañía de sus cuatro hermanos más pequeños, recorre
en su trabajo diversos campos agrícolas de Sinaloa y Baja California,
en el grupo social de jornaleros agrícolas migrantes. Ha piscado tomate
desde los siete años. Con este punto de partida se rastrea la posibilidad
de otra educación.
En el segundo capítulo se explora la relación entre la familia
y la escuela, ambas en crisis, y los autores proponen una educación desde
las grietas, a partir de aquellos aspectos sombríos y dolorosos
en las relaciones. Dejan ver que es en familia en donde se da una primera experiencia
moral, que puede representar el último reducto en nuestras sociedades
para el aprendizaje de valores morales, y también puede ser un espacio
de acogida y comunicación. Se ejemplifica con un relato una manera en
que la ambigüedad y las dificultades en las relaciones entre la familia
y la escuela logran trascenderse, dejando claro que para ello es necesario que
se cumpla una condición, y es que este vínculo exista.
El texto aborda una crítica a la Ética idealista, deslindándose
de ella. Se pone de relieve que la educación tiene lugar siempre en un
espacio y un tiempo determinado, por lo tanto la educación es una forma
de respuesta a un ser humano concreto. Se propone en cambio una Ética
enraizada en el sentimiento, haciendo un llamado a la persona del educador,
cuya pedagogía puede estar sustentada en la acogida y la compasión,
en la recepción de los recién llegados, los estudiantes, que traen
consigo la renovación. Así el hecho educativo es situado, contextualizado,
representa un desafío.
A partir de estas condiciones de base, se argumenta que la función más
importante de los educadores es ayudar al otro a situarse en el mundo, en su
mundo, y la labor formativa es, en cierto sentido, hermenéutica: se trata
de reinterpretar la existencia humana en nuevo contexto, de acoger a los recién
llegados, de permitir un nuevo nacimiento. Es preciso tener presente que es
el educando quien hace el recorrido de su formación.
Una vez que se ha planteado esta condición humana de la acción
educativa, a partir de un encuentro se revisa su carácter de acto ético,
que implica acogida y responsabilidad, respuesta a la llamada de la alteridad,
y se deja ver que aquellos que influyen, que aportan algo a recordar después
del paso por las aulas, son los que han sido capaces de acogimiento, de recepción
del otro.
En un análisis sobre la educación en valores se da cuenta de que
nuestra sociedad occidental sitúa al saber técnico científico
por encima del equipamiento moral. Nuevamente los autores se alejan de la teoría
idealista, al dejar asentado que el valor no es concepto o idea de justicia,
de tolerancia, de solidaridad, de paz o libertad, que quedan vacíos de
contenido volviéndose solamente discurso y reflexión si no se
relacionan con la experiencia. Los autores conciben los valores como convicciones
profundas que orientan nuestras vidas y configuran un modo ético de afrontar
la experiencia; los valores y creencias son esenciales y en ellos hay un componente
afectivo. La experiencia hace posible la praxis educativa. Los valores morales
están anclados irremediablemente por su condición histórica,
que afecta al ser humano aquí y ahora. Y al asentar esos principios,
los autores son coherentes con ellos mismos, ya que ilustran en concreto con
las experiencias educativas, que llenan de carne y hueso a los planteamientos
antropológicos y filosóficos que sustentan esta otra educación
posible, capaz de hacer frente a la precariedad.
Los autores se interrogan sobre la capacidad de la escuela para contribuir a
abrir el círculo de la fatalidad, y proponen algunas medidas para maestros
y directores, por ejemplo no faltar a clases, conocer a los padres, mejorar
la escuela, no encerrase en la oficina, buscar los expedientes de los niños,
y considerarlos como infantes con historia. Más allá de eso, el
trabajo es una invitación a “mover los sistemas educativos
envueltos en tonos grises de apatía y desigualdades”. Logra
su propósito: conmueve. Lejos de proponer unas indicaciones precisas
para el proceso educativo, el libro aborda la cuestión del para qué
se educa, y puede concluirse que derivada de esta indagación teleológica,
emerge el cómo de la formación.
La bibliografía en que se fundamenta el trabajo es respetuosamente tratada
e incluye, por ejemplo, a autores como Bárcena y Mélich, quienes
abordan los aspectos éticos y el tema de la compasión; en el hecho
educativo Duch, para el análisis de la posmodernidad; Horkheimer y Adorno
sirven para la discusión sobre la moral; Ricoeur, en quien se apoyan
para la narración, y está presente un énfasis en Lévinas
y su aportación a la cuestión de lo humano. No sorprende que también
aparezca Benedetti.
El texto reivindica la educación como resignificación del mundo
hacia los educandos, pero también aporta una reinterpretación
al trabajo de los educadores, dignificándolo. En el momento actual, a
contrasentido de la gran presión hacia el cuerpo magisterial, y de una
depreciación social de la tarea educativa, esta obra enaltece la educación,
esclareciendo el compromiso que le es propio con la vida, con el mundo, con
los otros. Es loable la preocupación y atención a la vida en la
precariedad, tan ajena a las políticas educativas dominantes. La lectura
es edificante, grata, y hace bien. El estilo, con la exacta adecuación
entre contenido y forma, interpela al lector en la profundidad de su ser.
Aguirre, L. C. (2013). Ante el desamparo, una opción educativa humanista
viable. Revista Electrónica de Investigación Educativa,
15(2), 1-4. Recuperado de
http://redie.uabc.mx/vol15no2/contenido-aguirrelc.html