Revista Electrónica
de Investigación Educativa
Volumen 17, Núm. 1, 2015
Una
mirada internacional de la construcción curricular.
Por un currículo vivo, democrático y deliberativo
Hugo Rangel Torrijo
hugo.rangel@mail.mcgill.ca
Universidad de Guadalajara
(Recibido: 9 de junio
de 2013; aceptado para su publicación: 1 de diciembre de 2014)
Resumen
El presente texto propone una reflexión de los principios sobresalientes
(de carácter teórico y sociopolítico) para formular una
propuesta curricular. Señalamos la tensión existente entre las
posiciones del currículum formal o establecido frente al oculto o vivido.
Argumentamos que es necesario salir de esta polarización innecesaria
a partir de una propuesta democrática de política curricular.
Proponemos una aproximación que denominamos currículo vivo, esta
propuesta consta por una parte de un anclaje con las prácticas sociales
y por otra parte, la articulación de las etapas componentes del currículo.
Se trata de un proceso democrático de renovación curricular, pues
debe ser participativo en su implementación para lograr dicho anclaje.
Asimismo, se debe conducir una evaluación movilizadora de los actores
y generadora de un conocimiento para renovar tanto el currículum como
las instituciones educativas.
Palabras clave: Currículum, constructivismo, competencias.
I. De los conceptos al diseño
El currículo es un tema central en las llamadas Ciencias de la Educación
a escala internacional. Los enfoques teóricos que se adoptan a menudo
se basan en una aproximación tradicional de contenidos temáticos.
Por otra parte, otras corrientes, influenciadas por el Constructivismo tienden
a negar la pertinencia misma del currículo. El presente texto pretende
desarrollar un análisis teórico que por una parte valore ambas
perspectivas y que por otra considere el contexto en el que se construye el
currículo. De esta manera se plantea una propuesta para desarrollar un
currículo anclado en los procesos sociales y educativos (currículo
vivo) que se conciba y adopte de manera deliberativa y democrática para
dar respuesta a los problemas y desafíos educativos actuales. Este artículo
es fruto de una reflexión que confronta diversas fuentes teóricas
desde una perspectiva internacional.
Ante el auge de las corrientes constructivistas, en ocasiones se supone que
el currículo tiene menos importancia y a veces se le considera como un
debate rebasado. Sin embargo, como lo señala Coll (2006), los temas curriculares
siguen estando en el centro de los esfuerzos para mejorar la educación
escolar, y ejemplifica: las expresiones “reformas educativas” y
“reformas curriculares” son a menudo sinónimos (p. 43). En
efecto, la vigencia del debate curricular es evidente, pero no porque la noción
tecnocrática del mismo tenga actualidad, sino porque remite a una reflexión
teórica y práctica de los procesos de enseñanza aprendizaje.
Al definir el currículo cabe mencionar a Eisner (1985), quien lo concibió
como una serie de eventos planeados con la intención de tener consecuencias
educativas en los estudiantes. Ante las diferentes definiciones del currículo,
llama la atención que Eisner haga énfasis sobre el impacto que
éste tiene, ya que a veces los currículum suelen tener una dimensión
burocrática con poco o nulo impacto en las aulas.
La construcción curricular es un trabajo interdisciplinario. Para concebir
un currículo es necesario, en efecto, contar con herramientas de la psicología,
como lo propuso Coll (1990), pero también de la filosofía, como
lo señala Carr (2012), ya que la pregunta ¿qué se debe
enseñar? remite a interpretaciones filosóficas básicas.
Tyler ya había propuesto que las fuentes generadoras de los objetivos
del aprendizaje sean: el alumno, la sociedad y los especialistas. De esta manera,
en una primera instancia, una propuesta curricular tiene que ser armonizada
por los filtros de la filosofía y de la psicología.
¿Cómo se lleva a cabo el diseño curricular? Quizá
esta pregunta ha sido, en el ámbito educativo, una de las que ha generado
mayores controversias. Es lógico que así sea, ya que este diseño
implica tanto el concurso de elementos conceptuales como metodológicos
e ideológicos. Eisner ha dicho que el concepto de currículum es
ambiguo. Sin embargo podemos señalar que dicho concepto es más
bien polisémico. Se trata de un concepto que refiere a muchos sentidos,
y que evocan una multitud de dimensiones.
Pero más que una definición, como lo propuso Eisner (1985), es
preciso conocer las significaciones del currículum. Abordaremos entonces
estas significaciones. La etimología del currículo es latina “currere”,
que significa correr, que es lejano a sus connotaciones en inglés y francés,
pero coincide con el uso de “carrera” universitaria que utilizamos
en México y que en otras lenguas se le conoce como programa de estudios
(“programme d’études” en francés) y (“academic
program” en inglés). Hay que distinguir el significado amplio y
flexible de “lo que se enseña en la escuela” hasta “la
actividad específicamente planificada para estudiantes en un periodo
de tiempo particular.” Si se observa, las nociones convencionales se acercan
a esta definición.
Debido a la naturaleza socio-política en el que se desarrolla el currículo,
las preguntas que se hacía Tyler son insuficientes: (qué, cómo
y cuándo enseñar y evaluar). Estas preguntas remiten a aspectos
operativos, pero olvidan el origen mismo del currículo, los intereses
a los que obedece y a la crítica que debe someterse como lo sugería
Stenhouse. Esas preguntas tampoco toman en cuenta la función (y la libertad
académica) de los docentes.
De manera acertada, Coll (1991) toma en cuenta el rol de los profesores en esta
definición de currículo: “Es el proyecto que preside las
actividades educativas escolares, precisa sus intenciones y proporciona guías
de acción adecuadas y útiles para los profesores que tienen la
responsabilidad directa de su ejecución”.
Jonnaert distingue dos corrientes de interpretación curricular, por una
parte, la anglosajona de América del Norte. Esta se considera como un
plan de acción pedagógica más vasto que el programa de
estudios, pues señala la orientación a las actividades de aprendizaje,
contempla los indicadores de evaluación, del material didáctico
y de los manuales escolares. Asimismo destaca una preocupación sobre
la funcionalidad de los aprendizajes. Por otra parte Jonnaert distingue la corriente
“franco- europea”, la cual define al currículo como la proceso
de planificación temporal de contenidos de enseñanza de una disciplina.
Como este autor lo señala, el currículum designa los contenidos
de enseñanza subordinados a objetivos transmitidos metodológicamente.
Así, esta corriente se centra sobre los saberes escolares, es decir en
conocimientos específicos. Es pertinente subrayar que esta visión
“franco- europea” se ha reforzado con la visión conservadora
que cuestiona al constructivismo y desdeña las metodologías activas
y participativas de enseñanza. Vitielo (2010) por ejemplo define y defiende
las exposiciones (llamadas magistrales) tradicionales de profesores como una
metodología de enseñanza propia de la República.
Oficialmente, la educación pública básica de México
se ha inscrito en esta corriente teórica anglosajona. Sin embargo si
se observa, el desarrollo del currículo como tal, éste ha respondido
más bien a las contradicciones institucionales y sociales del país.
Situación que explica la existencia de un marcado divorcio entre el currículo
oficial y la realidad. Al comparar el currículo con el de Estados Unidos,
estas contradicciones se ponen de manifiesto. Pues si el currículo funcionara
como se pretende, es decir como rector de la acción educativa, al adoptar
metodologías teóricas similares, México tendría
un desarrollo curricular y sistemas educativos parecidos a los de Estados Unidos.
Es evidente que esto no sucede y que los sistemas educativos muestran diferencias
abismales no solamente en infraestructura, sino en los programas y el currículo
que ofrecen. En este sentido formulamos una propuesta curricular que atienda
esta disonancia entre lo oficial y la realidad.
1.1 Currículo vivo
Proponemos una aproximación que considere, como lo propone Eisner (p.
40), observar al currículo como las experiencias escolares, es decir
“todas las experiencias que el niño tiene bajo la égida
de la escuela.” Esencialmente nuestra propuesta estriba en vincular lo
que Eisner llama currículo intencional (“intended”) que es
el que se planifica, con el “operativo”, que sucede en las aulas
entre docentes y alumnos. Es decir, se retoma la definición de Stenhouse
de currículo: “Es una tentativa para comunicar los principios y
rasgos esenciales de un propósito educativo, de forma tal que permanezca
abierto a la discusión crítica y pueda ser trasladado efectivamente
a la práctica”. Subrayamos en efecto que la apertura es una condición
necesaria para llevarlo a la práctica.
La convergencia entre la idea planificada y la experiencia educativa lo denominaremos
“currículo vivo”. Esta caracterización no es solamente
semántica, tampoco se trata de una mera clasificación academicista.
Vale diferenciarla del currículo burocrático que no coincide con
las experiencias escolares, y peor aún, esa visión se interesa
muy poco en las prácticas escolares, ya que el enfoque burocrático
concibe al currículo como un documento que prescribe actividades y objetivos.
No se cuestiona que éstos sean factibles en un contexto dado o que los
docentes se opongan a su ejecución. Ejemplificaremos con el caso canadiense
del currículo por competencias, el cual, debido a la pésima planificación
de la que fue objeto, algunos profesores se opusieron en la práctica
a enseñar el currículo oficial. Por otra parte cabe mencionar
que existen casos de oposiciones cuestionables de la parte de los docentes para
implementar un currículo, como es el caso de los maestros fundamentalistas
cristianos que se niegan a enseñar el evolucionismo en los Estados Unidos.
Sin embargo es preciso distinguir cuando exista una oposición que evidencie
las deficiencias en las reformas curriculares. Es decir, cuando los docentes
cuestionen la reforma como tal.
En mi experiencia profesional he tratado de renovar cursos que parecen acartonados
al hacerlos más dinámicos y críticos con lecturas más
recientes. En este sentido se procedió a analizar un programa de la carrera
de psicología. Se observó que los profesores adaptan los contenidos
de los cursos asignados. Así, con experiencia y su perfil influencian
significativamente los currículos a partir de lecturas, ejercicios y
exámenes. Ciertamente los temas podían ser los mismos, pero los
enunciados oficiales de los programas resultaban relativos. Así se comprobó
que el currículo no es vivo cuando no se aplique debido a sus deficiencias
o a sus aspectos obsoletos.
¿Qué dirige un currículum? Ross propuso la existencia de
tres tipos : el que es dirigido por los contenidos (content driven), el dirigido
por los objetivos (objective driven) y el dirigido por el proceso (process driven).
En la concepción de currículo que proponemos convergen estos tipos
enunciados por Ross, ya que en el proceso de construir un currículo se
redefinen los contenidos y los objetivos.
Por su parte, Keeves proyectó tres niveles similares del currículo:
el oficial (intended currículum); el que se lleva a cabo en la aulas
(implemented currículum) y el que es alcanzado por los alumnos (achieved
currículum). Nosotros nos proponemos una coherencia entre ellos. Jonnaert
(2011) observa que en la realidad, en los sistemas escolares existen rupturas,
transformaciones, mediaciones y reconstrucciones (lo que Keeves llama niveles).
Porque “la transposición de contenidos de un currículo oficial
hasta el proceso de aprendizaje llevado a cabo por los alumnos en los salones
de clase es muy complejo y ciertamente no lineal (p.4).” Sin embargo no
se pretende que haya una relación lineal o una correspondencia mecánica.
Esto sería ingenuo. Se trata que haya una coherencia entre el currículo
oficial y lo que se enseña y se aprende en la clase. Si no sucede eso,
si no existe una correspondencia básica, entonces hay una divorcio entre
ambos. Esto significaría que el currículo oficial es una simple
farsa y en los hechos está muerto. Vimos que Eisner definió el
currículo justamente considerando la intención de las consecuencias
educativas. ¿Cómo puede justificarse el currículo oficial
si no llega a tener impacto en las prácticas educativas? ¿Aceptarían
las autoridades que el currículo tenga un status provisional como lo
sugiere Stenhouse (1975)? ¿Basta con decir pasivamente que hay un currículo
oficial y otro implementado? Esto es inaceptable desde el punto de vista pedagógico
y político.
Por otra parte, si se identifica las contradicciones políticas y no se
actúa, permanece la polarización. Por ejemplo Juares Da Silva
(2012) identifica la creación curricular en el aula pero observa la escuela
como un lugar de resistencia, sin posibilidad de diálogo con las instancias
oficiales del currículo. Ciertamente se asumen las confrontaciones políticas
y se entiende que la talante burocrática de autoridades educativas sea
poco receptiva de críticas y propuestas. Sin embargo si de entrada se
niega la posibilidad de interacción con las instituciones, se niega la
posibilidad de innovación curricular, toda vez que dichas instituciones
son las responsables formales de formular el currículo. Habría
que señalar que en América Latina existe una corriente que si
bien es crítica, asume una posición marginal (tanto teórica
como política) que justamente niega los vínculos institucionales
que posibilitan eventualmente la innovación curricular.
De manera opuesta, algunas corrientes han observado los vínculos necesarios
en la elaboración del currículo como la teoría del currículo
holístico. Esta teoría de Miller (1996) acierta en subrayar las
conexiones necesarias para lograr un proceso exitoso de elaboración del
currículo, pero deja de lado los aspectos políticos, que no solamente
están presentes en las interacciones, sino que a menudo la política
define éstas interacciones. Aún cuando Miller menciona el problema
de la injusticia, su enfoque es claramente despolitizado.
Por otra parte, Jonnaert (2011) supone que existen por una parte la racionalidad
de los currículums oficiales y la irracionalidad de la realidad. Se pregunta
si es suficiente precisar las orientaciones curriculares y traducirlas en los
programas para que puedan pasar automáticamente de un nivel del currículo
a otro? Sin respuesta, el autor supone que se trata de una paradoja entre un
mundo racional y un irracional. Sin embargo no hay tal, ni unos son racionales
ni los otros irracionales. La racionalidad entendida en la tradición
filosófica (por ejemplo desde Spinoza y Kant) hace apelo a la libertad
y a la moral. Los programas escolares oficiales no son “racionales”
porque son rígidos y se sitúan en una lógica tecnocrática.
Tampoco las prácticas educativas son irracionales porque se contrapongan
a dicha rigidez. Más de esta falsa dicotomía, se trata de construir
un proceso democrático que de fluidez y de renovación curricular.
El currículo debe constituir una serie de principios, es decir, un andamio
para desarrollar acciones dinámicas e interacciones, como lo propone
Facer (2011). Sin embargo este autor no especifica la talante ni los actores
de dicha dinámica. Insistimos que la dinámica debe ser deliberativa
y democrática. Esto no quiere decir pretender una relación inocente
de los niveles del currículo. Por el contrario, un currículo vivo
afronta las contradicciones y la negociación en un contexto dado. Las
autoridades deben actuar bajo el supuesto del interés público
que moviliza las políticas educativas y en este sentido construye participativamente
los currículum de las instituciones educativas públicas. Este
vínculo hace que el currículo sea vivo porque obedece a los intereses
de los estudiantes y docentes, asimismo se basa en las prácticas educativas.
Ciertamente no se espera que el currículo sea lineal pero que sea sujeto
a una dialéctica de contradicciones, negociaciones e imprevistos propios
del ritmo de las instituciones y las prácticas educativas. Así
cabe destacar que la elaboración del currículo obedece a los tiempos
de las prácticas educativas, no de la burocracia ni de los políticos,
ni de los tecnócratas. Por eso es particularmente importante reconocer
el carácter público y democrático de la renovación
curricular.
Es importante reconocer que el currículo es un proceso que deriva de
una política pública. Desgraciadamente los grupos conservadores
suelen negar de tajo la competencia de las autoridades en la materia y reclaman
“una libertad”, un derecho único de los padres de familia
sobre la educación de sus hijos (ver Apple, 2001 y Reich 2002). Estas
demandas obedecen a un sentimiento populista antigubernamental. Pero estos reclamos
solamente polarizan el debate y alejan los actores, en particular los padres
de familia de las instituciones. Más aún, estos grupos han querido
evacuar de los currículos públicos temas sobre la diversidad,
la sexualidad, el aborto y la evolución, es decir temas necesarios para
la formación moral de los estudiantes.
Con el fin de llevar a cabo una planificación de la enseñanza
adecuada, es preciso analizar las funciones del currículum. Esta planificación
no puede ser burocrática. Ella parte de posicionamientos ideológicos
y metodológicos. Asimismo el currículo se basa en las premisas
y propuestas curriculares que integran informaciones y tienen su origen en diversas
fuentes sociales, disciplinares, pedagógicas y psicológicas. A
partir de estas fuentes se construye consensualmente una estructura para la
elaboración de propuestas curriculares.
Así, para diseñar un currículo es necesario partir de conceptos
y teorías. Pero como afirmó Dewey, las ideas y los fines no son
espontáneos (1966, p. 31). En efecto, éstos obedecen a visiones
teóricas y posiciones políticas. Ciertamente no se pretende partir
de una visión esquemática o menos aún detener el diseño
frente a las alternativas que se presenten, sino más bien capitalizarlas.
En efecto, un obstáculo mayor para el diseño curricular es la
tensión entre el currículum formal o establecido frente al currículum
vivido u oculto. Esta tensión es ciertamente compleja y es la expresión
de modos de concebir la educación. Para ir más allá de
esta tensión, es pertinente recordar a Eisner, quien propone que el currículo
debe basarse en la idea que la búsqueda de significado es una inclinación
mayor de los seres humanos.
Sin embargo la polarización ha sido extrema y por lo demás a menudo
se hace referencia a un falso dilema, ya que se esgrimen argumentos superficiales.
Por ejemplo si bien los conocimientos se generan en las prácticas educativas,
eso no significa que no se sistematicen en contenidos y acciones. Por otra parte,
el hecho que se realice un plan de estudios no implica necesariamente que sea
convencional y con una metodología rígida. Ambas visiones deben
no solamente dialogar, como dice Díaz Barriga, (2003) sino converger
en un currículo renovado.
Mucho se ha hablado del currículo oculto y diferentes autores han dado
significaciones diversas a esta noción. Así, para que no se diluya
en la ambigüedades, es preciso especificar y reconocer sus límites
y su papel real para no sobrevalorarlo o incluso pretender que se trata de una
especie de complot. Por ejemplo Perrenoud (1993) recuerda que a veces es oculto
porque puede ser implícito, ignorado o ambiguo y se pregunta para quién
está oculto. Esta observación es pertinente ya que a veces los
currículum burocráticos no consideran aspectos de la realidad
educativa, es decir, hay parte del currículo que es oculto para las autoridades.
En efecto, Candela, Coll y Rockwell (2006) nos muestran que en los salones de
clase, los niños y estudiantes no solamente estudian y juegan, sino que
hacen muchas cosas más, compran, discuten, intercambian, conviven….
En este sentido es necesario formular un currículo que considere estas
actividades diversas. De esta manera los responsables de las prácticas
educativas pueden observarlas para cerciorarse que sean compatibles con los
contenidos curriculares.
Más allá de lo difuso de las nociones del llamado currículo
oculto, cabe señalar que Eisner (1985, p.25) destaca que el currículo
es también moldeado por diversas fuerzas sobre las cuales los planificadores
no tienen control. De esta manera lo importante es que tanto los programas como
la escuela deban adaptarse a dichas fuerzas. En ese sentido Eisner enumeraba
las fuerzas que influenciaban el currículo, como la pretensión
de que la ciencia empírica o positivista puede aplicarse a la educación,
los sindicatos magisteriales, el crecimiento del consumismo en las escuelas,
la influencia de los libros de texto y la legislación. Ciertamente estas
fuerzas han cambiado casi 30 años después de su postulación
(mismas que se referían a la educación básica), sin embargo
la propuesta del argumento de Eisner es más pertinente que nunca. Por
lo que respecta la educación universitaria, estas fuerzas tienen un impacto
indiscutible sobre el currículo. Además existen otras fuerzas
nuevas, como el uso de las computadoras e Internet. La consideración
de dichas fuerzas puede contribuir a construir un currículo vivo.
Es preciso señalar que no todos los conocimientos pueden ser adquiridos
informalmente. Además, el conocimiento informal puede generar o reproducir
desigualdades sociales que el currículo formal puede paliar. Después
de todo, el currículo hace que se distinga de ese conocimiento informal.
El currículo tiene una característica programática que
va más allá de la planificación administrativa, se trata
de una dimensión teleológica. Como lo define Facer, (2012) se
trata de un proceso para construir el futuro o de un esfuerzo intencional para
modelar el futuro de la enseñanza. Para este autor, el futuro no solamente
pasa, sino se construye. De manera similar, Ross señala que el currículo
tiene un “rol de moldear futuras identidades” (2000, p.149). En
este sentido debe haber un impacto real del currículo, que lo hace tener
vida.
Es entonces fundamental que el currículum realice un anclaje en las prácticas
sociales, como lo propuso Perrenaud (2003). Es decir, que éste no se
circunscriba a un circuito cerrado, como dice este autor, sino que atienda los
problemas de la vida cotidiana, los problemas de pobreza y desigualdad, los
problemas económicos, las nuevas tecnologías, etc. Cabe destacar
que este llamado lo hace Perrenaud desde el contexto suizo, es decir desde uno
de los países de mayor calidad de vida en el mundo y que a pesar de ello
no está exento de problemas diversos. Esto nos muestra que el anclaje
con las prácticas sociales no es un discurso populista. El anclaje con
las prácticas sociales da vida social al currículo, pues no solamente
atiende cuestiones abstractas, sino problemas tangibles.
Pero el currículo no solamente debe atender las causas sociales, sino
también las individuales. En efecto, como señala Cesar Coll “es
necesario abrir la currícula a los intereses de los alumnos y permitirles
construir sus propias trayectorias de aprendizaje” (2006). En efecto,
la aspiración a la personalización del aprendizaje es una exigencia
que las instituciones de educación formal no pueden seguir ignorando.
De esta manera podemos observar que el desarrollo de los currículums
se hace más complejo, también más diverso al atender estas
opciones de personalización.
Es claro que el currículum es un lugar de lucha ideológica en
una sociedad. No es extraño que los grupos políticos y organismos
sociales reclamen un perfil curricular especial. Cuando existen reformas curriculares,
Perrenaud (2003a) afirma que se vive un mercado (o tianguis) en el que los grupos
de presión intentan imponer intereses. Por ejemplo en México algunos
economistas se manifiestan por un currículo adaptado a su concepción
(limitada) de desarrollo económico.
Asimismo podemos mencionar otros ejemplos en Francia o en Canadá (particularmente
en Quebec), se alega la laicidad para desacreditar las distintas confesiones
religiosas de los inmigrantes o las minorías religiosas. Sin embargo
Charles Taylor (1994, p. 89) afirma que cambiar el currículum es esencial
para dar reconocimiento legítimo a aquellos que estaban excluidos. Es
decir, debe recoger esta diversidad para el reconocimiento de diferentes culturas
y religiones. A su vez, Robert Reich (2002) también se manifiesta por
la adopción de un currículum en los programas escolares de los
Estados Unidos que promueva el desarrollo de la ciudadanía y la libertad
religiosa.
Ante la multiplicidad de demandas sociales, económicas y políticas,
es preciso abrir un espacio deliberativo para lograr un currículo consensuado.
Es decir, que responda tanto a la sociedad civil como a los diversos grupos
de una sociedad multicultural de tradiciones y religiones diversas. Asimismo
se requieren currículos que atiendan las necesidades económicas
y los problemas sociales del país y de las regiones. En efecto, los currículums
centralizados a menudo pasan por alto las necesidades regionales que en un país
como México son de gran relevancia. La elaboración del currículo
implica una política simbólica que por lo tanto requiere un consenso
político entre visiones conservadoras y liberales como lo proponen Apple
y Wesbury ( en Connely, 2008).
Finalmente es preciso que el currículo sea portador de valores por lo
que la dimensión ética es primordial. En efecto, los contenidos
correspondientes a conocimientos diversos (incluso aquellos mecánicos
o técnicos) no son exentos de valores. Afortunadamente tanto ingenieros
como administradores y abogados (entre otras muchas disciplinas) se muestran
abiertos a una formación ética, fundamental en sus respectivas
disciplinas. Morin (1999) justamente insiste sobre la importancia de los principios
y valores de la condición humana esenciales para la educación.
En suma, para romper la tensión entre el currículum formal o establecido
contra el currículum vivido u oculto, es preciso emprender un diseño
con anclaje en las prácticas sociales. El currículo vivo que proponemos
asume los conflictos políticos y contradicciones de las prácticas
educativas. Además, es preciso que el proceso de la construcción
curricular se convierta en un ciclo que le posibilite replantearse y renovarse
en el ámbito educativo, de suyo en constante transformación. Para
que esto suceda, se requiere que las etapas de implementación y evaluación
del ciclo sean coherentes con dicho anclaje social y con una perspectiva democrática.
1.2 Currículo y competencias
Como es sabido, en los últimos años se ha internacionalizado el
discurso de las competencias. Esta supone un vínculo con la producción
en la era global del conocimiento. Como observaba Ross en el 2000, existían
impresionantes similitudes entre los currículums del mundo. Lo cual muestra
que prevalece una conformidad. Entonces, ¿Es compatible esta estandarización
con la construcción curricular en las regiones diversas y disímiles
en el mundo y en el país? En efecto, en las universidades del país,
varios colegas han comentado que se les solicitan sus cursos con base a competencias
y algunas universidades han adoptado reformas de planes de estudio que consisten
en reescribir los cursos con base a las competencias. Sería muy extenso
introducirse al concepto de las competencias, que por lo demás es complejo,
polisémico y ambiguo. No obstante es pertinente observar el vínculo
que se ha establecido con el currículo. Destacamos que se toma en cuenta
como un lenguaje al que hay que “traducir los contenidos”. De esta
manera los currículums son los depositarios de esta moda de las competencias.
Así podemos observar las múltiples adaptaciones de los currículos
nacionales a este vocabulario y marco conceptual.
Desde Oriente, Europa Occidental, del Este y América
Latina se adopta esta moda de las competencias. ¿En qué medida
se trata de una adaptación curricular, con un dejo de imitación
superficial de los países de la periferia? ¿Qué tanta razón
tiene Dale (2008) en afirmar que se vive una McDonalización del currículo?
Es la impresión que deja el entusiasmo y la ingenuidad de experiencias
por doquier en América Latina, por ejemplo en Colombia.1
Otros estudios ignoran tanto las críticas formuladas a las propuestas
basadas en las competencias, así como las experiencias que han tenido
fracasos como el acaecido en Canadá. En el plano internacional persiste
una idealización del currículo por competencias (ver por ejemplo
Corvalán, 2013).
Lo que podemos observar en esta adopción de las competencias en América
Latina son varias contradicciones y paradojas. Se pretende hacer reformas con
las competencias, pero en la práctica los programas continúan
con escasas modificaciones. Se trata de cambios oficiales y administrativos
que en realidad no representan una innovación curricular. Son programas
sin vida.
Ciertas autoridades para legitimarse, adoptan discursos como el de las competencias
y los implantan en contextos diversos. Sin embargo la ausencia de participación
hace que estos sean artificiales y que incluso los preceptos teóricos
que supuestamente la sustentan sean inoperantes y contradigan las realidades
y a si mismos. Terminan siendo adaptaciones grotescas no del lenguaje del constructivismo
sino de un dialecto tecnocrático.
Como señala Coll (2006), es complicado compatibilizar un discurso de
competencias generales para todas la personas en el mundo (para un mercado global)
y la valoración de la identidad nacional. Pero esta dificultad se ha
hecho más patente ya que Coll la observó incluso antes de la severa
crisis global que ha puesto en tela de juicio tanto el mercado global como las
competencias generales para esa economía ficticia.
El reto del currículo contemporáneo es más bien poner en
práctica las teorías constructivistas justamente para construir
y renovar el currículo; no como un simple “contenido” sino
como un cuerpo integral de las prácticas pedagógicas. Como diría
Dale, buscar la modernidad por medio del currículo (2008, p.18). Esta
dinámica es ciertamente compleja y enfrenta desafíos metodológicos
y operativos de grandes dimensiones. ¿Pero acaso no es normal esto para
emprender una (verdadera) reforma educativa?
II. Implementación participativa
Es acertada la observación de R. Mills en el sentido que las personas
ordinarias perciben que son guiadas por fuerzas sobre las cuales ellas no tienen
incidencia (en Edmonson, 2004). En el medio educativo es común esta percepción
y por desgracia es justificada, ya que los programas educativos suelen imponerse.
Por eso las políticas curriculares deben ser participativas para que
podamos hablar de una dimensión democrática de su desarrollo.
El éxito de las políticas educativas se puede identificar a menudo
en países con tradición democrática con canales institucionales
que posibilitan justamente esta participación. En efecto, estos países
cuentan con canales de participación para dar cause a una cristalización
de una política educativa.
La implementación no puede ser (bajo ninguna circunstancia) una imposición
central de contenidos. Para implementar un currículum debe haber una
diálogo con los actores del medio educativo, principalmente con los docentes.
Como Perrenaud lo ha observado, las reformas escolares han fracasado por ignorar
la realidad del trabajo de los docentes y no asociar a los actores a las reformas
educativas (2003b).
Varios autores como Ross (2000) han afirmado que el currículo es una
construcción social resultado de influencias diversas y de conflictos
ideológicos. ¿Basta subrayar esta naturaleza? A nuestro juicio
es necesario, pero insuficiente. Es preciso analizar el desarrollo concreto
de un currículo para conocer su dinámica en un contexto y de esta
forma sus limitaciones y aciertos. Proponemos ejemplificar esto en dos momentos
de reformas curriculares en Canadá.
La participación es esencial y parte consubstancial de la democracia.
Además la participación implica la conciencia. Greene realizó
una reflexión clásica sobre la conciencia y el currículo
(Greene, 1971). Se habla del sentido de programación, pero éste
no tiene sentido cuando los actores de la educación lo ignoran. Es preciso
entonces que exista transparencia para que haya conciencia sobre el programa
y los objetivos que se persiguen para “hacer conexiones”, como dice
Greene y así identificar los obstáculos.
Ejemplos de Implementación en Canadá
Sería muy amplio abordar las diversas teorías sobre el currículum.
Baste señalar la existencia de contradicciones luego de su implementación.
Por ejemplo varias propuestas curriculares se presentan en la actualidad con
la etiqueta de constructivistas, sin embargo se implementan de manera tradicional
desde las instituciones. Como señala Wells (1999), a pesar de que el
constructivismo sea aceptado en el ámbito académico, en las aulas
éste está ausente. Es decir, se practican en contra del principio
que el conocimiento puede generarse en las prácticas educativas. Por
ejemplo la reforma curricular que se implementó en Canadá encontró
una oposición vigorosa por parte de la comunidad y la opinión
pública (Rangel, 2010). Es decir, la implementación está
íntimamente vinculada a las propuestas conceptuales y metodológicas.
La reforma en Canadá fue presentada como un cambio indispensable para
que los alumnos fueran capaces de trabajar. A quienes cuestionaban dicha propuesta
de reforma eran considerados como defensores del retraso y de una educación
inútil. Una falla importante y reveladora de la naturaleza poco democrática
de la reforma fue el hecho que el gobierno no comunicó de manera adecuada
ni a la opinión pública, ni a la académica, ni a las escuelas,
los detalles y la evolución de la primera parte del proyecto de reforma.
La información salía a ‘cuenta gotas’ y bajo presión
de la prensa (el autor, 2010).
En el año 2000 el gobierno quebequense implementó una política
de evaluación de aprendizajes. Entonces desaparecieron las cifras para
calificar y se eliminó la reprobación. Esta política general
de evaluación para la educación básica y media, (Politique
d’évaluation des apprentissages) se llevó a cabo oficialmente
en conformidad a una perspectiva de competencias. Cabe mencionar que un sector
del sindicato de maestros (Alianza de profesores de Montreal) adoptó
una resolución en el año 2000 que establecía que la adquisición
de conocimientos sea prioritaria y completada con el desarrollo de competencias.
Los profesores pidieron que la evaluación de los aprendizajes prevaleciera
sobre la evaluación de competencias. Asimismo demandaron que el ministerio
garantizara la autonomía pedagógica de los docentes y clarificara
los procedimientos de evaluación. Es decir, desde el inicio de la reforma,
un grupo de profesores se manifestó por acotar las competencias.
De hecho se puede observar que en las sociedades democráticas, para la
construcción de dichos currículums, los actores suelen participar
y la sociedad en general se apropia de estos conocimientos. Por el contrario,
en sociedades más centralizadas y con escasos espacios de participación,
se desarrollan currículums alejados de la realidad docente y escolar,
aún cuando pretendan “innovar”.
Como podemos observar, la implementación de reformas
curriculares sigue los ritmos de los ciclos escolares, no de los políticos.
En efecto, a menudo los programas gubernamentales tienden a “saltar”
etapas y consultas. Incluso observamos en Canadá que dichos programas
de corte tecnocrático no consideran la formación de los docentes
para enseñar los nuevos currículos, lo que ha originado serias
contradicciones, vacíos e incluso la protesta o la frustración
de dichos docentes que no habían sido convenientemente informados para
llevar a cabo una transición de contenidos y metodologías.2
En contraste, también en Canadá se desarrollaron
programas curriculares en los años 60 con el apoyo social. En este caso
podemos identificar una correspondencia y una coherencia de un proceso en cinco
tiempos: a) Primero existe una demanda de la sociedad sobre la necesidad de
un cambio en la educación. b) El establecimiento de un mecanismo de identificación
de la problemática y las necesidades. Esto se realizó por medio
de una comisión parlamentaria con un mandato claro. c) La realización
de una consulta pública por la dicha comisión independiente. En
esta consulta participaron todos los actores de la educación, docentes,
escuelas, directivos y académicos. d) La transformación de una
parte de las recomendaciones en leyes y políticas. e) La implementación
de dichas leyes y políticas con los actores de la educación. Este
proceso produjo una reforma radical del sistema educativo a largo plazo.3
Este ejemplo comprueba de manera clara la importancia esencial de la participación
y el contacto con los actores y las prácticas educativas. Más
aún, existió una conexión entre cada una de las etapas
de la construcción curricular.
Por otra parte, cabe mencionar que Jonnaert (2011) propone una clasificación
similar a la de Eisner (1985) de lo que llama niveles de un currículo:
el currículo oficial (intended currículum), el currículo
interpretado e implementado por los actores (achieved currículum) y el
nivel de aprendizajes escolares (implemented currículum). Aún
cuando el autor señala que no se trata de tres sino un currículo,
la transición no se observa en el modelo que propone y lo que es más
importante, cómo se articula en la práctica. Es decir, cómo
cobra vida un currículo a lo que hemos llamado justamente currículo
vivo.
III. Conclusión
El currículo, su implementación y evaluación deben, para
tener el impacto que señalara Eisner, conformar un cuerpo conceptual
y una continuidad coherente. A menudo las reformas curriculares fracasan a causa
de contradicciones conceptuales. De esta manera el currículo debe ser
concebido más allá de una simple organización de contenidos.
Así, es ineludible hacer alusión a esta tensión entre el
currículum formal o establecido frente al currículum oculto. Sin
embargo las supuestas iniciativas críticas e innovadoras fallan al sistematizar
conceptos y conocimientos básicos para la formación de profesionales
y ciudadanos. Lo que hemos acuñado como currículo vivo es precisamente
la solución de la tensión de los enfoques de currículos
formales e informales que han bloqueado el desarrollo curricular. El currículo
vivo apunta a la conjunción de dichos enfoques. Así, la acepción
de currículo oculto se define en esta dinámica como lo informal
o complementario que apoye al currículo formal.
Es preciso que el currículum formal no se conciba como una mera distribución
de contenidos, (esto significaría un currículo convencional) sino
como una estructuración de experiencias formadoras. Estas experiencias
dan coherencia a los conocimientos que se pretenden adquirir. Asimismo ayudan
a dar significado a las experiencias y ejercicios del grupo en el salón
de clases. Es decir, el proceso de elaboración curricular, al renovar
el conocimiento y producirlo, cumple una de las condiciones de la teoría
constructivista.
Como observamos, varios programas curriculares presumen una pertenencia a dicha
teoría, pero en la práctica no hay renovación de conocimientos
ni de los currículums (y por lo tanto no hay constructivismo). Tal es
el caso de programas por competencias, ya que a menudo las actividades y las
evaluaciones no corresponden a las competencias anunciadas.
Por una parte, a través de la perspectiva de planes de estudio se atiende
la necesidad institucional. Pero los currículums no pueden reducirse
a programas para cumplir una demanda administrativa, oficial y gubernamental,
sino que expresa, como observamos, la misión y la ideología de
dicha institución. Al renovarse y replantarse con base a las demandas
y los problemas, las instituciones se renuevan.
Como observamos, es preciso romper esta tensión teórico-práctica
para la elaboración de currículum en las instituciones educativas.
Esto no significa eludir el debate teórico, sino por el contrario, asumirlo
y resolverlo con un diálogo para construir instituciones democráticas
con programas funcionales y prácticos justamente para el ejercicio de
la democracia.
Como criticara Jonnaert (2011), las reformas curriculares son reducidas a una
reescritura de los programas de estudio. Asimismo otras reformas se centran
en alguno de los niveles del currículo. Insistimos que un currículo
debe observar el conjunto del proceso en el que participan tanto funcionarios,
investigadores y docentes. Un currículo renovado es así complementario
a una didáctica cotidiana, es decir, al conocimiento generado en los
salones de clase. Se trata, como lo sugiriera Freinet, de una teoría
o metodología en la que los docentes estén en condiciones de crear
su propia propuesta (1970). Es decir, el currículo renovado contribuye
a su vez a la renovación de didácticas y metodologías que
los docentes viven y desarrollan en las aulas.
Los ejemplos observados en Canadá muestran que la implementación
requiere una participación de los actores de la educación, los
docentes y los directivos de escuelas ya que éstos cuentan con una visión
particular para observar y adoptar los currículums de manera conveniente
al contexto local. Estos actores conocen la realidad, el nivel y las vivencias
de los estudiantes. Asimismo viven los problemas de las instituciones educación
de manera cotidiana.
La propuesta democrática de construcción curricular presentada
aquí consta de un ciclo en el que el diseño obedece tanto a una
preocupación conceptual como a un anclaje en las prácticas sociales,
es decir, a los problemas y los retos que enfrenta la sociedad en la actualidad.
Asimismo esta propuesta se implementa con participación de los actores
y una evaluación que movilice la comunidad y renueve el currículo.
Se afirma a veces que una mejora de las currículums no se traduce en
una mejora en la enseñanza en las aulas o la calidad de la educación
a los alumnos. Esto sucede cuando el currículo no es la expresión
de la práctica de la enseñanza - aprendizaje. Sin embargo debe
expresarse cuando existe la participación de los actores y una verdadera
evaluación que de cuenta de los resultados del currículo como
enseñanza, es decir que permanezca vivo en el aula (no como indicadores
estandarizados).
Esta propuesta de política curricular es esencialmente democrática
en el plano social y deliberativa en el plano conceptual. Ambas dimensiones
son fundamentales, ya que la propuesta curricular que desdeña la participación
de los actores fracasa pues se impone de manera autoritaria. Asimismo el currículo
que desdeña los conceptos corre el peligro de diluirse en formalismos
tecnocráticos. ¿Cómo podría renovarse un currículo
sin un debate de conceptos y conocimientos pertinentes para la enseñanza?
A mi juicio, nunca como ahora se hace necesaria una política curricular
con estas características en países como México, que construyen
poco a poco instituciones democráticas y un sistema educativo conforme
a dichas instituciones.
Referencias
Apple, M. (2001). Educating the “right” way: Markets, standards,
God, and inequality. Nueva York: Routledge/Falmer.
Candela, A., Rockwell, E. y Coll, C. (2009). ¿Qué demonios pasa
en las aulas? La investigación cualitativa del aula. Revista de Investigación
Educativa, 8, 1-28,
Carr, D. (2012). Currículum and the value of knowledge. En H. Spiegel
(Ed.), The Oxford Handbook of Philosophy of Education. Nueva York:
Oxford University Press.
Coll, C. (1990). Psicología y currículum, Una aproximación
psicopedagógica a la elaboración del currículum escolar.
México: Paidós.
Coll, C. y Martín, E. (2006). Vigencia del debate curricular. Aprendizajes
básicos, competencias y estándares. México: Secretaría
de Educación Pública.
Connelly, F. M., He, M. F. y Phillion, J. I. (2008). The SAGE
handbook of currículum and instruction. Nueva York: Sage.
Corvalán, O., Montero P., Tardif, J., Goudreau J., Lachiver G., Mendez
M. et al. (2013). Metodologías para la innovación curricular
universitaria basada en el desarrollo de competencias. México: ANUIES.
Dale, R. (2008) Globalisation and the shaping of the terrain of the currículum.
Espaço do Curriculo, 1(1), 12-28.
Dewey, J. (1966). Human nature and conduct. Nueva York: The Modern
Library.
Díaz Barriga, Á. (2003). El currículum. Tensiones conceptuales
y prácticas. Revista Electrónica de Investigación Educativa,
5(2). Recuperado de http://redie.uabc.mx/index.php/redie/article/view/83
Eisner, E. (1985). The educational imagination on design and evaluation
of school programs. Nueva York: Macmillan.
Freinet, C. (1970). Les techniques freinet de l'ecole moderne [Las
técnicas Freinet de la escuela moderna]. París: Colin.
Greene, M. (1971). Currículum and consciousness. Teachers College
Record, 73(2), 253-269.
Hyslop-Margison, E. (1999). Alternative currículum evaluation: A
critical approach to assess social engineering programs. Recuperado de
http://eric.ed.gov/?id=ED435824
Jonnaert, P. (2011). Currículum, entre modèle rationnel et
irrationalité des sociétés. [Currículum, entre
el modelo racional e irracional de la sociedad]. Revue Internationale d’éducation
de Sevres, 56, 135-145. Recuperado de http://ries.revues.org/1073?lang=en
Juares da Silva, T. (2012). O que há no “entre” teoria curricular,
políticas de currículo e escola? Educação,
35(1), 129-136.
Lunenburg, F. (2011). Theorizing about Currículum: Conceptions and definitions.
International Journal of Scholarly Academic Intellectual Diversity,
13(1).
Miller, J. (1996). The hollistic currículum. Toronto: OISE
Press.
Morin, E. (1999). Les sept savoirs nécessaires à l’éducation
du futur [ Los siete saberes necesarios para la educación del futuro].
París: UNESCO.
Perrenoud, P. (1993). Currículum: le formel, le réel, le caché.
En J. Houssaye (Dir.) La pédagogie: une encyclopédie pour
aujourd’hui [La pedagogía: una enciclopedia para el hoy] (pp.
61-76). París: ESF.
Perrenoud, P. (2003a). Ancrer le currículum dans les pratiques sociales
[Anclar el currículum en las prácticas sociales]. Résonances,
6, 18-20.
Perrenoud, P. (2003b). Six façons éprouvées? de faire
échouer une réforme scolaire. [Seis maneras probadas de descarrilar
una reforma escolar. Recuperado de http://www.unige.ch/fapse/SSE/teachers
Reich R. (2002). Bridging liberalism and multiculturalism in american education.
Chicago: The University Chicago Press.
Ross, A. (2000). Currículum: Construction and critique. Nueva
York: Falmer Press.
Stenhouse, L. (1975). An introduction of currículum research and
development. Londres: Heineman.
Taylor, C. (1991). El multiculturalismo y la política del reconocimiento.
México: Fondo de Cultura Económica.
Wells, G. (1999). Dialogic inquiry. Toward a sociocultural practice and
theory education. Nueva York: Cambridge University Press.
1Ver, por ejemplo, la docena de ponencias en el Seminario Internacional: Currículo Universitario Basado en Competencias, Universidad del Norte Barranquilla Colombia, 2005.
2Por
ejemplo el programa de ética y cultura religiosa (ECR),
debido a procedimientos legales administrativos, se implementó con premura
en un año, sin la formación adecuada de los docentes de primaria
y secundaria en la provincia de Quebec en 2008.
3El
gobierno facultó a una comisión (llamada Parent en 1963-4) y emitió
las leyes ex profeso, las cuales reestructuraron completamente el sistema de
la educación básica; creó un sistema de educación
media (CEGEPS) polivalente y construyó una red
provincial de universidades públicas.
Para citar este artículo,
le recomendamos el siguiente formato:
Rangel, H. (2015). Una mirada internacional de la construcción curricular.
Por un currículo vivo, democrático y deliverativo. Revista
Electrónica de Investigación Educativa, 17(1), 1-16.
Recuperado de http://redie.uabc.mx/vol17no1/contenido-rangelt.html