Revista Electrónica de Investigación Educativa


Vol. 11, Núm. 1, 2009

Los avances de la educación en Sonora,
bajo don Porfirio y la Revolución

Servando Ortoll
ortoll@msn.com

Centro de Investigaciones Culturales-Museo
Universidad Autónoma de Baja California

Reforma y L s/n
Col. Nueva, 21100
Mexicali, Baja California, México
 

Aragón Pérez, Ricardo. (2003). Historia de la educación en Sonora (Tomo 2).
Hermosillo, Sonora, México: Gobierno del Estado de Sonora, Secretaría de Educación y Cultura, 230 pp.


El segundo tomo de la Historia de la educación en Sonora,1 de Ricardo Aragón Pérez, muestra cómo escribir historia de la educación en otros estados de la República. Me refiero con ello no sólo a su presentación (el libro está confeccionado en papel couché matte de 80 libras, con una portada couché cover de 100, un terminado engomado al calor con barniz UV e impreso a dos tintas, rojo rubí y negra), sino por encima de todo, a sus contenidos. Aragón Pérez y su equipo dedicaron cientos de horas a elaborar este tomo. Para ello se basaron en fuentes de primera mano (leyes, informes, fotografías, documentos de archivos, una amplísima hemerografía), así como en reconocidas obras publicadas.

Pero para convertir este tomo en un ejemplo a seguir por otros historiadores de la educación, se debe auscultar el libro con detenimiento. Está formado de manera tal que textos y materiales puntuales –como fotografías de individuos y de grupos; de locales e incluso de animales para la agricultura y reproducciones facsimilares de portadas de decretos, leyes, periódicos, sellos, cartas autografiadas–, se combinan de manera clara y armoniosa. La obra en sí, sin llegar todavía a sus contenidos, podría fácilmente ser apreciada por su mensaje didáctico.

Una y otra vez me sorprendió el esmero con que Ricardo Aragón seleccionó las tomas (en su mayoría de excelente calidad) que ilustran las páginas de este tomo. Las hay de todos tipos y, en la obra, están dispuestas en los lugares precisos. Así obtenemos una idea del tipo de edificios educativos de los que habla, del rostro de los personajes que menciona –muchos de ellos no reconocidos en el ámbito nacional como héroes patrios, lo que significa que sus retratos no fueron fáciles de hallar. Incluso Aragón muestra las fotografías del padre y la abuela de un hombre que sí pertenece a nuestra historia nacional: el guaymense Plutarco Elías Calles. En otras palabras y para el no interesado en historia de la educación, el mismo hecho de revisar el libro y observar las ilustraciones, lo incitará a investigar –es decir, a leer más– sobre los temas que aquí aparecen.

La obra contiene cuatro secciones divididas en capítulos o apartados y culmina coronada por ocho anexos documentales y unas notas finales que sintetizan la obra en su conjunto. Contrario a lo que acontece con buena parte de los libros de historia sobre la educación, y quizá debido a que Ricardo Aragón Pérez es oriundo del puerto de Guaymas, y no de Hermosillo, la capital del estado de Sonora, esta obra contiene información que involucra a otros lugares de la entidad. Y al actuar de esta manera el autor abandona la tradicional historia municipal –es decir la que se centra en un municipio, generalmente aquél en el que se sitúa la capital del estado– y nos presenta una historia netamente estatal.

Ricardo Aragón inicia su análisis con el legado del antiguo régimen, y termina en 1920, año en que oficialmente, al menos, concluyó la Revolución mexicana. Uno de los ejes que toma el autor a lo largo de su libro, es el de analizar la instrucción pública en sus niveles más elementales. Y quizá guiado por el entusiasmo y el amor a su terruño, Aragón dedica buena parte de su tiempo a subrayar (y con esto a convencer al lector: conmigo casi lo logró) lo avanzado que se encontraba el estado de Sonora en materia de legislación educativa, no solamente durante los aciagos años revolucionarios, sino a partir del régimen de Porfirio Díaz. Régimen que los legos rara vez identificamos como uno de grandes mejoras educativas para la población rural y urbana. Pero los datos y la información allí están (puede incluso observarse la toma fotográfica de dos de los mesabancos que el gobierno del estado distribuía por la entidad), para quien dude de las aseveraciones que aparecen en este tomo.

Lo que encontramos a lo largo de la obra es algo que debió repetirse a lo ancho de toda la República: un constante ir y venir de políticas emanadas del centro hacia la periferia, con el afán de que esta última (no hablo tan sólo de los gobiernos estatales, sino también los municipales) se encargara de la educación. Y luego marchas atrás, ajustes en las políticas centralistas y un nuevo comienzo.

Una de las tesis que maneja Ricardo Aragón es que bajo Porfirio Díaz la legislación educativa en Sonora estaba tan consolidada, que repercutió durante la década revolucionaria: al menos desde el Porfiriato los sonorenses se preocuparon, además de instruir a sus estudiantes, por preparar a sus profesores. Sólo así se alcanzaban los lugares más recónditos y se distribuía el saber de manera más equitativa.

El autor toca temas poco analizados por otros historiadores de la educación, a saber, fiestas escolares que eran “organizadas y aprovechadas como un medio más para estimular el adelanto de la enseñanza, y [cuya] celebración significaba la coronación de los esfuerzos realizados en materia educativa” (p. 40). También presenta la historia sucinta de escuelas para mujeres –que él llama “femeniles”–, en particular el caso de la “Leona Vicario”. Y para ilustrar este capítulo rescata las fotografías de dos estudiantes destacadas.

En su obra, Ricardo Aragón se aparta de la historia oficial. Cierto es que a veces muestra un distanciamiento de –o disgusto con– las escuelas privadas, en particular con aquellas en las que se impartían cursos relacionados con la religión católica; pero hasta donde le es posible, y a riesgo de que se tome su postura como adversa a los triunfos sonorenses en materia de educación, despliega la otra cara de la moneda, y critica éste o aquel sistema, éste o aquel plantel educativo.

Otra de las maneras poco ortodoxas en las que el autor elaboró su libro fue presentar mini biografías de hombres que combinaron el rifle con la pizarra, o trocaron esta última por el fusil (p. 65). Estas mini biografías proyectan luz sobre individuos hasta ahora poco conocidos: ya sea que se trate de sonorenses (no todos provenientes de la capital del estado) que influyeron en las vidas de personas fuera de Sonora, o de individuos que, procedentes del exterior, tuvieron mucho que ver con la manera en que se desarrollaron los eventos dentro del estado. Tales biografías, lo menciono de paso, más que satisfacer nuestra curiosidad sobre las personas mismas, señalan una ruta a seguir para quienes dejemos el papel pasivo de lectores y nos dirijamos a los archivos en pos de más información sobre estos individuos: algunos de ellos maderistas, otros carrancistas que, con su pluma, el autor les ha dispensado preeminencia histórica.

Una característica adicional de este libro es que cada capítulo es autocontenido, y si bien avanza en el sentido cronológico la historia que va narrando, con frecuencia concede sorpresas interesantes. Nos enteramos así de los distintos experimentos en torno a quién debía encargarse de la educación –¿el municipio?, ¿el estado?, ¿la federación?–, y de historias que podrían fácilmente caer en el terreno de lo anecdótico, si no fuera porque están documentadas acorde con las normas más estrictas de la historiografía. Un ejemplo es la historia de las escuelas que surgieron en Sonora para combatir el analfabetismo. Aquí también cabe la pregunta de ¿a quién correspondía la tarea de arrancar a los adultos de las garras de la ignorancia? ¿Al Estado?, ¿a voluntarios particulares? Ricardo Aragón recalca que:

Los dirigentes del estado [de Sonora] fueron sensibles a la necesidad de reducir al mínimo el exagerado número de analfabetas adultos, decretando leyes, interesando a los letrados en la instrucción de los iletrados y recompensando económicamente a los que participaran como instructores de analfabetas (p. 91).

Otra de las sorpresas en el libro es que el autor deja atrás al estado de Sonora para acompañar a dos sonorenses en su viaje a la ciudad de México, cuando asistieron al Congreso Nacional de Educación Primaria. Los detalles los encontrarán los interesados en la obra misma, pero, de nuevo, al revisar por segunda vez esta obra, como lector, me intrigaron los relatos que Aragón seleccionó: variándolos y sin perder de vista que su objetivo era presentar, ante propios y extraños, lo avanzado de la educación en Sonora, antes y durante la Revolución. Pero al escoger varios de estos casos (de los cuales discutiré uno más adelante), no dejan de asombrar los artificios de que Aragón se valió para retener al lector.

De toda la obra, los cuatro capítulos que me cautivaron narran el papel que Plutarco Elías Calles, como gobernador, desempeñó en su estado para fomentar la educación, y cómo otro guaymense, Adolfo de la Huerta, lo secundó y abundó en esos primeros esfuerzos hasta constituir algo insólito: una escuela para los huérfanos de la Revolución.

Por otra parte comparto el desaliento que Ricardo Aragón muestra al relatar la fallida historia de la Escuela Regional de Villa de Seris. El autor rememora cómo, en el ejercicio mismo de sus labores como gobernador del estado, Plutarco Elías Calles no abandonó su amor por la docencia. En su papel de gobernador, Calles –quien al inicio alternó su carrera como educador con la de periodista independiente– promovió con empeño la educación: “Convencido de que ‘la instrucción de las masas es y debe ser uno de los ideales de la actual Revolución’”, cuenta Aragón:

Plutarco Elías Calles, Gobernador y Comandante Militar del Estado, refrendó su lucha “contra el yugo de la ignorancia”, decretando: “En todo rancho, hacienda, congregación, negociación minera o de labranza y en general en toda reunión de familias, ya sea permanente o temporal, donde haya veinte niños de edad escolar, se establecerán las escuelas necesarias y clasificadas según la Ley de la materia” (p: 115).

Bajo Calles se organizó en Hermosillo un Congreso de Educación Nacional gracias al cual se sentaron las bases de una Escuela Normal y de una escuela de artes y oficios para huérfanos, denominada “Cruz Gálvez”.

El entusiasmo de Calles por la educación, como dije, lo heredó Adolfo de la Huerta, quien fundó una “Escuela Regional de Agricultura” en Villa de Seris; una “Escuela Náutica” en Guaymas, así como una escuela para reos en la penitenciaría de Hermosillo. A su arribo a la gubernatura, De la Huerta se encontró con la que él denominó “la hermosísima institución de la Escuela Industrial de Huérfanos”, que era la “Cruz Gálvez”, obra del propio Calles e instalada en el antiguo edificio del Seminario. Ricardo Aragón dedica muchas páginas a este establecimiento, “que daría ‘pan, asilo, educación y la más completa protección a todos los niños desamparados de Sonora, cuyos padres sucumbieron en la Revolución’” (p: 127).

Dicha escuela, para varones y mujeres, obtuvo resultados alentadores tras el primer año de funcionamiento. Hubo reveses: la escuela se encontraba en un sitio extraordinariamente insalubre, pero incluso para estos casos los huérfanos estaban prevenidos: los estudiantes del taller de carpintería aprendieron a fabricar ataúdes, donde colocaban religiosamente a los caídos: no los de la Revolución, sino los contagiados por las enfermedades que rondaban a los residentes de la escuela. A la postre, la “Cruz Gálvez” se vio rodeada de éxitos, al obtenerse, mediante donaciones particulares, suficientes fondos para reubicar la institución y para que esta escuela permaneciera hasta nuestros días.

Historia contraria es la de la Escuela Regional de Villa de Seris que clausuró sus puertas gracias a la miopía de las autoridades educativas en turno. Ricardo Aragón lamenta que éste fuera el caso, lo que sugiere que a lo largo de esta historia, su historia, ha puesto un ojo al gato y otro al garabato: ha pensado cómo los errores del pasado se han transmitido hasta nuestros días, y se felicita al descubrir que no todo fueron fracasos, como lo demuestra el ejercicio de la Escuela “Cruz Gálvez”, que todavía abre sus puertas a estudiantes sonorenses.2

 

 


1[N. del Ed.] Sonora es uno de los 31 estados y un distrito federal, que conforman México. Está ubicado en la zona noroeste, y colinda al este con el estado de Chihuahua, al sur con el estado de Sinaloa, al oeste con el Mar de Cortez o Golfo de California, al noroeste con el estado de Baja California y al norte con los estados estadounidenses de Arizona y Nuevo México.

2Durante la segunda mitad de 2006 el gobierno del estado de Sonora anunció sus planes de vender a un particular el terreno y el edificio de la “Cruz Gálvez”. Se construiría ahí un centro comercial. Oportunamente varios grupos se opusieron a que se demoliera el inmueble y el gobierno canceló el proyecto. Así, se salvó un monumento que pertenece no sólo al patrimonio histórico de Sonora, sino de todo México.

Para citar este artículo, le recomendamos el siguiente formato:

Ortoll, S. (2009). Los avances de la educación en Sonora, bajo don Porfirio y la Revolución. [Reseña del libro: Historia de la educación en Sonora (Tomo 2)]. Revista Electrónica de Investigación Educativa, 11 (1). Consultado el día de mes de año en: http://redie.uabc.mx/vol11no1/contenido-ortoll.html