Revista Electrónica de Investigación Educativa

Vol. 21, 2019/e11

Entre golpes y empujones, la comunicación afectiva entre
varones universitarios

Gustavo de la Cruz García (*) gustavocrugar02@gmail.com
Carlos Arturo Olarte Ramos (*) olarte4@hotmail.com
Janett Rodríguez Ruiz (*) greciaegipto@hotmail.com

(*) Universidad Juárez Autónoma de Tabasco
(Recibido: 24 de marzo de 2017; Aceptado para su publicación: 8 de junio de 2017)

Cómo citar: De la Cruz, G., Olarte, C. A. y Rodríguez, J. (2019). Entre golpes y empujones, la comunicación afectiva entre varones universitarios. Revista Electrónica de Investigación Educativa, 21, e11, 1-9. doi:10.24320/redie.2019.21.e11.1887

Resumen

En este trabajo se explora la comunicación afectiva de un grupo de estudiantes varones universitarios de Tabasco, a partir del análisis de la interacción que establecen entre sí en el escenario académico, considerando el lenguaje que utilizan y la percepción que tienen respecto a las prescripciones sociales para el género masculino. Para ello se realizó un taller donde reflexionaron experiencias respecto a sus relaciones interpersonales y se observó el comportamiento cuando se encontraban entre varones durante la jornada escolar. Se identificó que la comunicación afectiva de los participantes se manifiesta a través de golpes, empujones y obscenidades, vinculándose al sistema heteronormativo de la sociedad patriarcal; las emociones que menos demuestran en un espacio público son la tristeza y el cariño, debido a que les representa un signo de inferioridad. Se concluye que la Universidad se convierte en un espacio de interacción afectiva que reproduce el modelo hegemónico de la masculinidad. 

Palabras clave: Prescripciones sociales, comunicación interpersonal, afectividad.

I. Introducción

Los estudios sobre los varones y las masculinidades se han diversificado a partir del interés mostrado por los científicos sociales para explorar la identidad, corporeidad, rol sexual, afectividad y paternidad, entre otros tópicos, de quienes se identifican con este género, contribuyendo al debate que existe sobre el sistema patriarcal y la sociedad heteronormativa que regulan el comportamiento de hombres y mujeres.

En Occidente se mantiene la idea de lo femenino como símbolo de inferioridad, en contraste con la construcción social de lo masculino, asociada a la superioridad y reproducida por lo que Connell (2003) llama modelo hegemónico; en ese contexto, los varones están inmersos en una dinámica en la que la expresión afectiva es limitada por las prescripciones sociales para el género, ya que se espera que ellos sean fuertes, productivos y protectores, aun cuando su naturaleza social les impulsa a interactuar con quienes les rodean, estableciendo procesos comunicativos permeados por la afectividad.

La Universidad constituye un centro de generación de conocimientos en el que se establecen relaciones interpersonales entre quienes la integran, esa interacción puede conformar experiencias significativas que se construyen, de acuerdo con Guzmán y Saucedo (2015), a partir del cúmulo de vivencias y de sentidos elaborados que la persona utiliza para guiar sus actuaciones; en ese espacio simbólico de poder, los estudiantes varones reproducen patrones comportamentales vinculados a la hegemonía masculina, con los que demuestran afectividad hacia sus compañeros, pero que intrínsecamente son prácticas de dominio para demostrar jerarquía entre pares.

Este artículo se desprende de una investigación cualitativa sobre afectividad masculina, realizada en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), ubicada en el sureste mexicano; su objetivo es identificar la comunicación afectiva que establece entre sí un grupo de estudiantes varones en el escenario académico, a fin de interpretar la relación existente con la normativa social para el género masculino.

1.1 Prescripciones sociales

Existe un marco regulador socialmente establecido para el comportamiento de hombres y mujeres, quienes deben responder a las expectativas de género atribuidas desde el nacimiento (Connell, 2003). En el caso de los varones, las prescripciones sociales están vinculadas a la fortaleza que, a su vez, connota poder, posibilidad de riesgo y violencia, formando así un modelo hegemónico del que deben velar para preservar las facultades y privilegios que históricamente han tenido.

Es por tradición que el rol social desempeñado por los varones esté asociado al ejercicio del poder, autoridad, ausencia de emociones y sentimientos (Salguero, 2008), que los impulsan a establecer comportamientos de dominación, en una relación desigual, de mujeres y otros hombres. Garfield (2015) lo llama código de masculinidad, que establece que los varones deben ser fuertes, solitarios e independientes de la intimidad, la petición de ayuda y la expresión corporal; ideas que se aprenden en la infancia ante modelos patriarcales provistos en la casa y escuela, se intensifican en la adolescencia al entrar en la dinámica demostrativa de la masculinidad y se traslada a la vida adulta como un patrón comportamental que debe reflejarse para reproducirse en las nuevas generaciones de varones. 

Boscán (2008) afirma que el mandato social para el género masculino implica ser activo, jefe de hogar, proveedor, responsable, autónomo, no rebajarse ante nada ni nadie, demostrar fortaleza, limitar sus afectos, ser de la calle y, además, ser heterosexual. De acuerdo con Castillo (2011), el varón en una familia con tradición patriarcal debe estudiar o trabajar y ser el encargado de las tareas manuales vinculadas con los arreglos de la casa.

Se espera también que los varones estén asociados afectivamente con las mujeres en contraste con la supresión de afectos casi obligada hacia otros varones, lo que evidencia la permanencia de un modelo hegemónico de la masculinidad, que es la configuración de la práctica de género que incorpora la respuesta aceptada, en un momento específico, al problema de la legitimidad del patriarcado, lo que garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres (Connell, 2003); en ese sentido, los varones buscan demostrar masculinidad frente a sí mismos y frente a los demás.

Aquellos que no comulgan con las ideas hegemónicas de dominación masculina suelen ser señalados como débiles, cobardes, fracasados o femeninos. Esta situación es una paradoja para los varones porque mientras son educados para ser portadores de privilegios sociales, crecen entre el bombardeo de mensajes respecto a la equidad de género –que implica en un primer momento desvanecer el poder de la opresión hacia la feminidad.

El hombre es un ser que implica un deber ser, que se impone como algo sin discusión; ser hombre equivale a estar instalado de golpe en una posición de poderes y privilegios, pero también de deberes; está situado en el principio del privilegio masculino que es también una trampa (Jiménez, 2003, p. 37).

La sociedad occidental actual, permeada por el tradicionalismo de género y la permanencia de estereotipos, impone modelos comportamentales que más que beneficios particulares provoca malestares que detonan episodios de violencia individual y social. Para Martin (2011), hombres y mujeres, en apariencia, proyectan aceptación de los roles establecidos con el que cumplen la norma para ser aceptados, pero en el interior existe un deseo de transformación, que al no conseguirse, se suprime y desaparece.

1.2 Comunicación afectiva

En los actos para demostrar masculinidad los varones establecen procesos informativos que provocan diversas reacciones de sus receptores, que pueden ser desde el silencio o la ignorancia hasta mensajes verbalizados de aceptación o rechazo; sea cual sea el caso, la comunicación se establece.

La comunicación humana es un proceso durante el cual una fuente o emisor (individuo) inicia un mensaje utilizando símbolos verbales y no verbales y señales contextuales para expresar significados mediante la transmisión de información, de tal manera que los entendimientos similares o paralelos sean construidos por el(los) potencial(es) receptor(es) (Defleur, Plax, Kearney y Defleur 2005, p. 7).

Esto significa que toda persona crea vínculos con quienes le rodean, aunque no siempre haya realimentación. La comunicación se presenta en diversos niveles: 1) intrapersonal, cuando  es  con uno mismo; 2) interpersonal, cuando hay más de un participante y existe la realimentación; 3) grupal, cuando se realiza con un conjunto de individuos en un grupo, o bien entre dos grupos en proximidad; 4) masiva, cuando es apoyada por algún medio para hacerla pública.

Maletzke (1963) explica la comunicación social como un proceso dinámico a partir del cual un mensaje (M) es emitido por un comunicador (C) que da inicio a una vivencia (efecto) en un recepetor (R).  Se necesita un estímulo para originar el proceso comunicativo y experiencia para generar mayor comunicación; del sujeto dependerá la afectividad que imprima a esa relación interpersonal, pero el hecho de compartir tiempo y espacio generará vivencia afectiva en el receptor.

Este proceso requiere que los participantes utilicen un código común, cuya máxima expresión es el lenguaje. Los humanos son los únicos seres vivos que han estructurado un sistema de signos lingüísticos y no  lingüísticos, lo que permite el intercambio de ideas y acciones.

El lenguaje es un método exclusivamente humano, y no instintivo de comunicar ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos producidos de forma deliberada. Estos símbolos son ante todo auditivos, y son producidos por los llamados órganos del habla (Sapir, 2013, p. 14).

El sistema lingüístico hace posible que el hombre interactúe y forme sociedad, estableciendo relaciones afectivas por el solo hecho de ser humano. La comunicación afectiva es todo proceso que implica una interacción en el plano emocional porque los participantes son seres humanos y su naturaleza está concebida por actos comunicativos.

La afectividad se define como el vínculo entre sujetos, cargado de ánimo, sentimiento y emoción, que relaciona experiencias significativas en la conformación de redes sociales; todo contacto humano lleva implícita una dosis de afectividad que parte de su naturaleza social (Olarte, 2015, p. 145).

Tal término engloba demostraciones de cualquier emoción y sentimiento, pero en la sociedad con rasgos patriarcales se limita a expresiones de amor y cariño, vinculándolo con la feminidad, en contraste con la ira, que es considerada una característica de la masculinidad.

Se entenderá entonces como comunicación afectiva al proceso de interacción entre seres humanos, en un marco de emociones, sentimientos y estados anímicos que emanan de la experiencia de los sujetos que participan en el proceso, y que los vinculan como seres sociales (Olarte, 2015).

Se identifica que las prescripciones sociales para el género masculino limitan la comunicación afectiva de los varones que se identifican con este género, porque se les socializa el control de sus emociones, sentimientos y estados de ánimo; pero además, se critica la demostración afectiva entre varones, específicamente las de amor y cariño, porque existe la creencia de que un hombre afectivo es menos masculino, sobre todo si en esa afectividad se pasa el límite del espacio personal o íntimo. Se presentan entonces barreras comunicativas que reflejan una disfución sensorial o pérdidas de contenido del mensaje original.

La afectividad masculina es una práctica limitada a la demostración de amor y cariño hacia el género contrario, porque hacerlo para el propio género es catalogado como femenino, y por tanto, poco masculino. Además, la afectividad masculina para consigo mismo o entre pares varones, se destina a lo privado, no así aquella que se demuestra hacia el género femenino, que debe ser expresado en lo privado y en lo público (Olarte, 2016, p. 29).

Con los estudios sobre las masculinidades y el reconocimiento de la afectividad como derecho humano, se han gestado modelos que impulsan comportamientos más equitativos del varón frente a la mujer y la aceptación de su lado emocional. Esto ha permitido que las generaciones jóvenes de varones visibilicen con mayor frecuencia, su llanto, tristeza, cariño y amor, frente a hombres y mujeres.

1.3 Espacio universitario

El escenario por excelencia para la generación de conocimiento es la Universidad, ya que contribuye al desarrollo social a través de la búsqueda del bienestar, la verdad, el orden, la libertad y la belleza. Es un espacio abierto, público o privado, que favorece la interculturalidad como marco para el desarrollo científico, tecnológico y artístico.

Como espacio académico, la Universidad debe formar individuos que se inserten críticamente al momento que les tocó vivir, que construyan con creatividad soluciones, que tengan capacidad para generar proyectos sociales alternativos y que propicien la incorporación del país en la globalidad, pero con el sólido conocimiento de lo que nos conviene como nación (Herrera, 2004, p. 3).

Se constituye como la institución forjadora de recursos humanos que responde a las necesidades de su contexto histórico.

Debe tender a producir personas libres y universales, capaces de pensar, juzgar, decidir, planear y actuar por sí mismas; de crítica y autocrítica; de autogobierno individual y colectivo; de libertad interior y de libertad social y política; de objetividad con independencia de prejuicios, localismos, provincialismos, racismos, nacionalismos y xenofobias, clasismos, sexismos, sectarismo y discriminaciones de todo tipo (Kaplan, 2000, p. 105).

Al ser academia, encuentro, construcción, circulación y difusión de conocimiento, la Universidad ocupa el lugar más alto en la jerarquía de las instituciones educativas, por ello ganan prestigio y responsabilidades (Celman, 2009). Es poder y reproduce el poder; en su interior se establecen estructuras de mando como respuesta a la misión para la que fue creada, y en esa estructura existen relaciones de poder que se presentan en órganos de gobierno, rectoría, secretarías, academias, colegiados, sociedad de alumnos; a través de los procesos administrativos y educativos.

La universidad se ha desarrollado y actuado con el control y a favor de élites dirigentes y grupos dominantes, pero también bajo la presión y la influencia de grupos intermedios, subalternos y dominados. Ambos elementos y movimientos polares han estado presentes y han operado como relaciones contradictorias de la universidad con una amplia gama de fuerzas y estructuras, de conflictos y procesos de la sociedad y del Estado, incluso elementos en emergencia, más o menos espontáneos, imprevistos y creadores (Kaplan, 2000, p. 103).

Ese es el marco de la Universidad como espacio público, un escenario que detrás de las acciones que se realizan para cumplir con la generación de conocimiento y la difusión de la cultura es una institución de redes jerárquicas. Dentro de ese tejido está la dinámica estudiantil, observada por quienes la integran y vigilada por quienes protegen el marco legal institucional.

Como centro educativo no sólo es un lugar para aprender sino para construirse en relación con los demás, por ello cuando la escuela propicia espacios y tiempo para la interacción, se genera una fuerte vida juvenil (Guzmán y Saucedo, 2015), se gestan procesos de construcción identitaria, ya que así como hay jóvenes que aspiran a ingresar, permanecer y obtener un título profesional de la Universidad, hay quienes le confieren poca importancia a los estudios porque le dan prioridad a la vida social que se genera en ella (Guzmán, 2011).

El alumnado, cuerpos docente y administrativo, así como el conjunto de relaciones que la Universidad establece con el público externo (vínculos con centros de educación superior, medios de comunicación, gobierno, entre otros), le dan sentido como espacio público y abierto, a partir de políticas educativas, misión institucional, actividades diversas en escenarios compartidos, relaciones laborales y afectivas, todo ello configura la existencia de ser universitario. 

La diversidad de vivencias y su conformación como experiencias con sentido en torno a la formación escolar y a la escuela como contexto de práctica social, siempre abren la puerta a la aceptación o no de una identidad escolarizada, al uso estratégico de la escuela para una vida juvenil, a la negociación de posturas personales y relacionales para construir sentidos en torno a contenidos académicos específicos y con figuras de autoridad también particulares (Guzmán y Saucedo, 2015, p. 1037).

Lo anterior permite mencionar que los universitarios establecen relaciones de poder no sólo por el conocimiento sino por cuestiones afectivas, porque son producto de una dinámica juvenil que les exige jerarquía al ser preparados para el éxito profesional; ante ello deben autorregularse para demostrarse como sujetos empoderados; en ese sentido, los varones deben controlar sus emociones para alejarse de la vulnerabilidad femenina.

El estudiantado universitario registra dos momentos clave en el espacio académico, con relación a su afectividad: el ingreso y egreso a la Universidad. De acuerdo con Feldman (2007), quienes inician esta etapa –particularmente los que son graduados recientes de la preparatoria y están viviendo fuera de casa por primera vez– enfrentan dificultades de adaptación durante el primer año en la institución, tales como soledad, ansiedad y depresión; conforme avanza el tiempo, el alumnado establece relaciones de amistad que les ayudan a superar sus conflictos, sin embargo, en algunos casos el problema permanece. Respecto al egreso de la Universidad, la sensación de éxito y fracaso está presente porque aun cuando la terminación de estudios les significa un logro importante, se enfrentan al reto de ubicarse en un empleo bien remunerado.

En ese contexto, los varones asignan significados distintos a las manifestaciones afectivas a partir del escenario en el que se desarrollan. Ellos utilizan diversos canales y lenguajes para emitir la afectividad hacia un hombre o mujer, sin embargo, algunos son limitados por las prescripciones sociales.

Si los varones son restringidos en su comunicación afectiva como exigencia de la sociedad patriarcal, ¿cómo es la comunicación afectiva entre varones en el espacio universitario?, ¿qué lenguaje y canal emplean en su comunicación afectiva?, ¿qué significados atribuyen a la comunicación afectiva en ese contexto? Para ello se realizó una investigación en la UJAT, específicamente en la División Académica de Ingeniería y Arquitectura (DAIA), con el objetivo de interpretar las relaciones afectivas entre varones en el escenario académico, considerando el lenguaje que utilizan y la percepción que tienen sobre las prescripciones sociales para el comportamiento masculino.

II. Método

Localizada en el sureste mexicano y considerada la máxima casa de estudios de Tabasco, la UJAT está integrada por 12 divisiones académicas distribuidas en los municipios de Centro, Cunduacán, Comalcalco, Jalpa de Méndez y Tenosique. Una de esos espacios es la DAIA, que forma parte del Campus Chontalpa, ubicada en el kilómetro 1 de la carretera Cunduacán-Jalpa, en la cabecera municipal de Cunduacán; en esa división se imparten los programas de: Ingeniería Civil, Ingeniería Química, Ingeniería Mecánica Eléctrica, Ingeniería Eléctrica Electrónica y Arquitectura, con una matrícula de 3,459 estudiantes (Piña-Gutierrez, 2016), mayoritariamente masculina, provenientes sobre todo de Tabasco, sur de Veracruz y norte de Chiapas.

Para reunir los datos se aplicaron dos técnicas: el taller y la observación. En el taller se contó con la participación voluntaria de un grupo de varones, quienes respondieron a la convocatoria realizada de forma personal y con visita a salones en la DAIA; durante cinco horas se realizó una serie de dinámicas extraídas de las intervenciones comunitarias que organismos como Comunicación en Sexualidad (ECOS), Salud y Género, A.C. y los Institutos Promundo y PAPAI  han realizado con varones en América Latina.

Las actividades fueron: a) Tendedero de la violencia, con el que se exploró si los sujetos han sido violentados o ejercido algún tipo de violencia en sus vínculos afectivos; b) Rostro, con la intención tener contacto físico entre los participantes, como parte de la comunicación afectiva; c) Roles, con la finalidad de mostrar los roles de género que los sujetos realizan en su cotidianeidad; d) La vida de Juan, con la que los sujetos visualizan situaciones propias del género masculino en la conformación de su identidad de género y afectiva; y e) Expresión y manejo de emociones, cuyo objetivo es reconocer las dificultades para la expresión de las emociones y reflexionar cómo aprender a inhibirlas o exagerarlas. Dichas actividades pueden ser consultadas en los manuales del Programa H, que edita Salud y Género, A. C. (2005a, 2005b).

En la técnica de observación se utilizó una guía donde se registró información sobre la interacción entre varones y el lenguaje utilizado; para ello se recorrieron pasillos, cafetería y campo deportivo de la DAIA, donde los varones conviven en la jornada escolar.

Las categorías que se definieron para el registro de información fueron: 1) Comunicación, con el que se exploró el nivel de interacción que existe entre los participantes; 2) Lenguaje, con el que se buscó identificar las expresiones en la interacción afectiva de los varones; y 3) Afectividad, para determinar las relaciones afectivas de los estudiantes en el espacio universitario.

III. Resultados 

Al taller asistieron 8 estudiantes con edades entre los 18 y 25 años, inscritos en los semestres tercero a séptimo, provenientes de zonas urbanas del estado de Tabasco. La información recabada se presenta considerando las categorías establecidas:

a) Comunicación: En las relaciones interpersonales establecidas en el escenario académico, se identifica el predominio de la comunicación interpersonal, ya que los alumnos se reúnen en pares cuando realizan actividades escolares o de ocio; al tener tiempo libre se relacionan en el nivel social, lo que permite que la interacción sea cara a cara o con apoyo de un medio interpuesto, como celular o laptop.

La relación entre varones presenta barreras semánticas y psicológicas. La primera es cuando existe diferencia de interpretación de las acciones masculinas, por ejemplo, el abrazo de un estudiante a un compañero puede significar afecto para uno, pero invasión al espacio íntimo para otro, o bien, la intención de contacto corporal por deseo o por dominio. La segunda es cuando la comunicación está influida por las emociones, estados de ánimo o por pautas comportamentales, por ejemplo, la palmada que un varón da en la espalda de otro está salpicada de emociones diversas dependiendo la experiencia que haya entre los participantes, es decir, en ocasiones se dará para agradar, pero otras para molestar.

b) Lenguaje: Los participantes dejaron entrever que en la interacción establecida utilizan lenguaje verbal obsceno para imponer su presencia, además de acciones no verbales con las que reflejan dominio.

Las formas comunicativas no verbales son las más utilizadas para evidenciar afectividad hacia sus pares, ya que representan 70% del mensaje afectivo que ponen en común en las relaciones interpersonales; por ejemplo, en el contacto físico se permiten palmadas en la espalda, choque de puños y golpes en la cabeza, siempre y cuando exista una distancia personal; hacen uso del lenguaje paralingüístico –como el tono más bajo de la voz en lugares poco concurridos o privados– con el cual manifiestan cariño y afecto, cuidando de no ser observados por sus compañeros a fin de evitar burlas o señalamientos; asimismo, identifican que cuando se estrecha la mano, quien aprieta más es quien domina la interacción.

El lenguaje usado por los estudiantes en el contexto universitario tiene también una función cultural, pues identifica el rol que el estudiante desempeña (dominado y/o dominante), y el desenvolvimiento de las habilidades lingüísticas contribuye al dominio en la comunicación. 

c) Afectividad: Los participantes tienen claro que ser varón implica responder a una normativa establecida socialmente para ellos, que se enmarca en un sistema patriarcal caracterizado por la heteronormativa, el sexismo, la homofobia y el falocentrismo. Las relaciones afectivas entre varones en el escenario académico de la DAIA implican contacto entre amigos y compañeros de clases, sobre todo con quienes comparten afición deportiva o artística, proyectando un interés predominantemente masculino.

Se identificó que los estudiantes experimentan de diversas formas la afectividad: la ira a través de insultos verbales, golpes y empujones; alegría a partir de expresiones como carcajadas, palmadas, choque de puños, silbidos; cariño a través de abrazos y apoyo incondicional ante una problemática, sin importar las barreras sociales limitantes del contacto interpersonal.

Entre ellos existe la creencia de que los varones deben cortejar a la mujer, ser poco afectivos, ver pornografía, alcoholizarse y evitar actividades domésticas, las cuales son acciones características del patriarcado. Aunque son estigmatizados como generadores de violencia, los varones también han sido agredidos física, emocional, económica, verbal, psicológica y sexualmente.

Los estudiantes aceptaron tener comportamientos violentos, pero se contrasta con las emociones que experimentan después de agredir, tales como culpa y arrepentimiento. Se infiere que la educación recibida en casa y las prescripciones para el género masculino contribuyen a tales actitudes.

IV. Conclusiones

En el escenario universitario se presentan diversas formas de comunicar afectividad entre varones. Al ser un espacio público se erige como un escenario abierto cuya población es continua, heterogénea, en muchas ocasiones temporal, que asienta libertad de acción entre los estudiantes a partir de un código de ética, donde se remarca el respeto como base del compartimiento, lo que significa que serán sancionadas aquellas acciones que violentan la dignidad humana.

La DAIA es un escenario masculinizado porque predomina la población de varones; en ese contexto, los alumnos establecen sus vínculos afectivos con hombres y mujeres cuyas demostraciones son comportamientos agresivos a través de golpes, empujones, gritos e insultos; suelen ser rudos y dominantes, lo que forma parte del ritual de aceptación de los varones ante los grupos que surgen en los pasillos de ese escenario. Algunos demuestran esa rudeza a través de palabras obscenas, golpes y empujones; otros lo hacen invitando cigarros, saludos de mano con apretones, abrazos con palmadas y besos con sonido.  

El contacto corpóreo refleja demostración de fuerza y obtención de placer, esto es, el varón buscará el dominio a partir de la influencia que ejerza hacia los demás; una vez impuesta su hegemonía, se produce la satisfacción y la  facultad de invadir espacios íntimos (golpe en el brazo, empujón en la espalda, toque de nalgas y genitales), validando con ello su masculinidad, mientras que los demás varones quedan como sujetos subordinados al tolerar el juego invasivo.

Este acercamiento a la comunicación afectiva masculina deja entrever la necesidad de establecer espacios para la interacción entre varones, con metodología de participación social que les permita reflexionar sobre su comportamiento en relación con otros hombres, sobre todo porque el espacio universitario se ha considerado como escenario donde se gestan procesos identitarios.

Se reconoce que el trabajo con varones requiere entrar en contacto con las necesidades que tienen como jóvenes, además del poder de convocatoria para que se involucren en actividades acerca de las masculinidades, sobre todo si existe una idea limitada y hasta errónea en los conceptos de género y afectividad; también implica un esfuerzo conjunto con otras disciplinas, como la Sociología, Medicina, Derecho y Comunicación, para realizar intervenciones integrales que beneficien a la comunidad masculina universitaria.

Referencias

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