Revista Electrónica de Investigación Educativa


Vol. 6, Núm. 1, 2004

Una mirada compleja para entender y
transformar la universidad pública mexicana

Arturo Guillaumín Tostado
aguillau@infosel.net.mx

Instituto de Investigaciones y Estudios
Superiores Económicos y Sociales

Universidad Veracruzana

Dr. Luis Castelazo Ayala s/n
Col. Industrial Ánimas
Xalapa, Veracruz, México
 

Obra reseñada:
Porter, Luis (2003). La universidad de papel. Ensayos sobre
la educación superior.
México: CEIICH-UNAM, 245 pp.

El contexto

El libro La universidad de papel. Ensayos sobre la educación superior en México, de Luis Porter, sale a la luz en un momento oportuno. Largamente esperado por quienes han seguido la trayectoria del autor, un académico comprometido con el futuro de la universidad pública mexicana, el libro apareció después de que un discurso finisecular nos invadió y advirtió sobre los nuevos desafíos del mundo actual. Un discurso que también nos llamó al cambio y a la construcción de nuevas formas de organización social. El comienzo de un nuevo milenio dio pauta al resurgimiento de las utopías, y la universidad no escapó a esta tendencia.

En los últimos años se ha puesto de moda hacer teoría sobre las universidades, reflexionar sobre el papel que deberán desempeñar en el futuro, y discutir las transformaciones que deben efectuarse en éstas. Así, no ha sido difícil encontrar expresiones como “la universidad del siglo XXI”, en un intento, al menos discursivo y de frases grandilocuentes, de promover un cambio que ponga a la universidad, recordando a Ortega y Gasset, “a la altura de los tiempos”. No obstante, mientras los problemas son más complejos y apremiantes, se dificulta cada vez más trasponer el umbral de la retórica.

Entre tanto, la idea de desarrollos posibles y alternativos se ha ido abandonando paulatinamente, al tiempo que se instala y consolida la noción de que no hay mejor opción posible que abrirse a las bondades de la economía globalizada. De esta manera, las universidades cumplirían el noble papel de productoras de bienes y servicios, incluyendo recursos humanos, para una sociedad que todo resuelve a través de las bondadosas “fuerzas naturales” del mercado. Se vienen adoptando así conceptos y procedimientos propios del mundo de los negocios: posicionamiento, calidad total, excelencia, competitividad, productividad.

La universidad vive nuevas obsesiones en medio de una dinámica avasalladora. Está siendo arrastrada por nuevas urgencias: el objetivo es no quedarse atrás, fuera de la competencia mundial. Se corre detrás de la nueva “zanahoria” por pertenecer, al fin, al circuito global de la educación superior y la “sociedad del conocimiento”. En medio de esta situación surge un texto que no ha sido escrito desde las alturas de la gran abstracción o desde alguna oficina de gobierno o de un consultor internacional. Proviene de un académico preocupado por su universidad, nuestras universidades, por lo que le pasa a él y a todos los que somos parte de la universidad pública mexicana: estudiantes, profesores, investigadores, administradores, autoridades.


El libro

La universidad de papel alude a una realidad inventada que oscila entre una imagen-objetivo de una universidad pública abstracta e imposible y una práctica burocrática y llena de papeles. Es una inteligente crítica al estado actual de la planeación universitaria desde distintos ángulos y perspectivas de observación. Desde lo macro del campo de la política educativa hasta lo micro de los cambios que emprenden en su interior las propias universidades públicas. No obstante, no es un libro de planeación o de análisis organizacional, sino acerca de la complejidad universitaria en su esfuerzo cotidiano por transformarse, frente a las nuevas dinámicas del entorno.

Se trata de un libro integrado por ocho ensayos escritos a lo largo de varios años y en distintos niveles de reflexión. No se puede emplear el término niveles de análisis porque el autor no hace análisis. Realiza una labor cada vez menos frecuente: la síntesis, la cual permite reunir, ligar y articular la pedacería en que se ha convertido el estudio de la realidad universitaria con las disciplinas y las especialidades: desde la filosofía y la política hasta la sociología, la psicología y las ciencias cognitivas. No es un estudio de corte organizacional o político; tampoco antropológico, pedagógico o literario. Es un texto que articula todas estas miradas de manera fluida y que, en conjunto, nos acerca a lo transdisciplinario, aquella actitud que nos permite ver la realidad en su unidad problemática, en lugar de encontrar una parcela de monocultivo especializado.

Habrá quienes hayan leído cuatro de los ensayos incluidos en el libro: “El cambio organizacional”, “El zorro y el puercoespín”, “Recordar para conocer” y “El alma del académico bajo el posmodernismo”, este último en una versión un poco diferente. Sin embargo, leerlos de nuevo junto con los otros cuatro ensayos ofrece una nueva dimensión. Cada ensayo conserva su unidad y autonomía y, al mismo tiempo, los ocho ensayos constituyen hilos de distinta textura y color en un todo coherente. Tenemos frente a nosotros la noción de complexus: lo que está tejido en conjunto, de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados.

La universidad de papel es una travesía cognitiva que nos conduce desde la visión de conjunto del ensayo inicial, que da nombre al libro y critica la forma burocrática y vertical como se gobierna la educación superior en México, hasta el último texto, que rescata el individualismo como fuente de creatividad y de transformación, frente a las pretendidas rigideces estructurales y los determinismos históricos. En este recorrido parece que nada escapa a la mirada del autor: la necesidad de superar la brecha entre la ciencia, las artes y las humanidades; el reconocimiento de la importancia de los estudios micro y de las historias institucionales; o el ejercicio de una autonomía universitaria que sea capaz de revertir la actual planeación “de arriba hacia abajo”.

Luis Porter es un transgresor de los límites disciplinarios y cruza campantemente las parcelas protegidas por letreros que advierten claramente “trespassers will be shot” (el letrero tenía que estar escrito en inglés). Las nociones, ideas y conceptos que acompañan al autor en su travesía atraviesan clandestinamente las aduanas de las ciencias, las humanidades y las artes. En contra de la idea muy extendida de que una noción no tiene pertinencia más que en el campo disciplinario de origen, ciertas nociones migratorias fecundan un nuevo campo donde van a arraigar, incluso, a costa de un aparente contrasentido. Luis Porter es un transgresor talentoso, un propiciador de la polinización cruzada entre distintos campos del saber.

La universidad de papel incorpora conocimientos producidos por las disciplinas para articularlas y ponerlas en concierto. Lo mismo se vale de la literatura que de la arquitectura o de la teoría de las organizaciones para presentarnos una visión fresca de temas aparentemente trillados o agotados. Se tiene a veces la impresión de estar ante nuevos problemas cuando en verdad una mirada distinta y atípica es la que nos produce esa sensación de novedad. Pero no es la novedad el aspecto que debiera destacarse en La universidad de papel sino su cualidad, no de “llegar al meollo del asunto” (ya que eso no existe), sino de descubrir los distintos hilos que componen la compleja madeja universitaria.

Porter demuestra modestia cuando dice que no presenta nuevos descubrimientos o conocimientos, que se trata “simplemente de una síntesis narrativa (...) que trata de ver la realidad total en sus términos más expresivos” (p. 35). Si bien el autor no busca la gran teoría unificada, sí hay nuevos descubrimientos y nuevos conocimientos: aquellos que sólo pueden emerger a partir de un diálogo con la complejidad de la realidad, sin esquematizarla o trivializarla mediante esas miradas hiper-especializadas de las ciencias.

El autor rescata al sujeto en su labor de investigación y se incorpora de manera explícita en su aventura cognoscitiva. De ahí la inclusión no sólo de la racionalidad científica, la lógica y la prosa, sino también de la intuición, de la racionalidad artística, la literatura y la poesía. Quizá sea por esta razón que el texto se convierte en un vínculo natural entre autor y lector. Porter desborda la tradición libresca para abreviar de distintas fuentes de información y conocimiento, algunas de las cuales serían desechadas por cualquier investigador medianamente juicioso: experiencias como asesor educativo; visitas a instituciones de educación superior mexicanas; conversación con autores de libros, colegas, políticos, funcionarios y estudiantes; pláticas de café y de pasillo; apuntes de cursos y seminarios. Una actitud que, a mi parecer, sería deseable diseminar en los espacios universitarios.

La universidad de papel nos descubre cosas y, sin embargo, nos remite constantemente a situaciones vividas, conocidas. Es la novedad y la sorpresa de lo familiar y lo cercano: un deja vu revisitado y enriquecido, que lleva a decir mientras se lee el libro: “¡claro!, esto ya lo sabía, ¿cómo no lo escribí yo?” Este optimismo desbordado no es más que el producto del talento del autor. Edgar Morin dice que un libro valioso es aquel que nos desvela una verdad ignorada, oculta, profunda, informe, que llevábamos dentro, y nos proporciona una doble maravilla: la del descubrimiento de nuestra propia verdad en el descubrimiento de una verdad exterior, y el descubrimiento de nosotros mismos en personajes que nos son exteriores (Morin 1995). Ese tipo de literatura que nos prepara para la vida. En este caso, para la vida como académicos, universitarios y personas.

Decir que La universidad de papel constituye una inteligente crítica al entorno actual de las políticas de educación superior y de la planeación en las universidades públicas es, me parece, quedarse en la superficie. Luis Porter ha logrado una obra de resistencia. Para explicar este término me apoyaré en dos pensadores conocidos. Uno francés, a quien el propio autor recurre a menudo a lo largo de su obra: Edgar Morin. Otro argentino, en quien encuentro puntos de coincidencia con el primero: Ernesto Sábato.

Morin dice:

Debemos resistirnos a lo que separa, a lo que desintegra, a lo que aleja (...) La resistencia es lo que acude en ayuda de las débiles fuerzas de la solidaridad, es lo que defiende lo frágil, lo perecedero, lo hermoso, lo auténtico, el alma. Es lo que puede abrir una brecha en el plexiglás de la indiferencia (...) Sonreír, reír, bromear, jugar, acariciar, abrazar es también resistir (...) Proseguir el esfuerzo cósmico desesperado que, en el humano, toma la forma de una resistencia a la crueldad del mundo es lo que yo denominaría esperanza (Morin, 1995, p. 290).

Sábato, por su parte, afirma:

Hay días en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Este es uno de esos días (...) Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que, únicamente, los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana (Sábato, 2000, pp. 11-22).

Luis Porter nos invita a esa resistencia. Resistir a todo lo que pueda minar nuestra calidad humana como universitarios: resistirnos al pensamiento único; resistirnos a seguir perpetuando la parcelación de los saberes y la brecha entre las ciencias, las humanidades y las artes; resistirnos a la globalización como neocolonialismo y acatamiento a políticas diseñadas en despachos de consultores; resistirnos a reducir la complejidad y riqueza de la actividad educativa a datos, cifras y productos; resistirnos a la lógica del mercado que convierte todo en mercancía, incluyendo el conocimiento y la educación; resistirnos al centralismo político que nos impone desde programas hasta una arquitectura carcelaria.

Pero la resistencia no significa conformismo. Por el contrario, Porter nos ofrece la noción de una autonomía institucional, colectiva e individual. Una autonomía con capacidad de respuesta a los embates del centralismo, de la exclusión y del “conocimiento experto” que anula el conocimiento de los ciudadanos. Una autonomía que se enriquece desde nuestras regiones, nuestras historias institucionales y personales, y que sólo es posible en la medida en que seamos capaces de emprender la restitución del “sentido ético de nuestra existencia y la aspiración utópica a una universidad que se debe esencialmente a la sociedad y que posibilita la construcción de futuros en los que quepamos todos” (p. ¿?).

 

Referencias

Morin, E. (1995). Mis demonios. Barcelona: Kairós.

Sábato, E. (2000). La resistencia. México: Planeta.

Para citar este artículo, le recomendamos el siguiente formato:

Guillaumín, A. (2004). Una mirada compleja para entender transformar la universidad pública mexicana [Reseña del libro: La universidad de papel. Ensayos sobre educación superior]. Revista Electrónica de Investigación Educativa, 6 (1). Consultado el día de mes de año en:
http://redie.ens.uabc.mx/vol6no1/contenido-guillaumin.html